Perfil de Albert Rivera

El 'chico de oro' se hizo de hojalata

  • Albert Rivera pone fin, sin cumplir los cuarenta, a una carrera que inició en pelotas en 2006 en Cataluña y que acaba a cuadros tras rozar la gloria hace siete meses  

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su comparecencia este lunes para anunciar su dimisión tras la debacle electoral.

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su comparecencia este lunes para anunciar su dimisión tras la debacle electoral. / Rodrigo Jiménez (EFE)

Saltó a la fama en pelotas en aquel cartel electoral de los comicios catalanes del 1 de noviembre de 2006, en el que un desconocido abogado de 27 años aparecía desnudo y tapándose los genitales con las dos manos. Se presentaba como el leviatán del nacionalismo. 

Original lanzamiento de Ciudadanos, centrado en el perfil de Albert Rivera Original lanzamiento de Ciudadanos, centrado en el perfil de Albert Rivera

Original lanzamiento de Ciudadanos, centrado en el perfil de Albert Rivera

"Ha nacido tu partido. No nos importa dónde naciste. No nos importa la lengua que hablas. No nos importa qué ropa vistes. Nos importas tú. Nos importan las personas".

Ya se le veía venir. Adalid del personalismo, del culto al líder inmarcesible, le importaban las personas y sobre todo una, él, un chico de oro que hizo de Ciudadanos un proyecto a su medida, una derecha disfrazada de centrista, una especie de UCD que ha acabado tal cual, el precioso metal ha devenido en hojalata, en los suelos electorales después de surcar entre (muchos) bandazos los cielos del poder.

Ciudadanos no se entendía sin Rivera ni Rivera se entendía sin Ciudadanos. Su tiempo se ha servido del auge de la comunicación y la caída de las ideologías, presentándose como un dique ante la amenaza del nacionalismo y del populismo. El estado de putrefacción del PP, la crisis catalana y la irrupción de Podemos le convirtieron en la opción de un empresariado sin referente claro y el pico de oro empezó a almacenar seguidores. Ante el vértigo del proyecto, las primeras conspiraciones en su contra y la falta de experiencia, Rivera asumió que las decisiones las iba a tomar en solitario, como el waterpolista que nada y nada (es nervioso y temperamental) como si no hubiera un mañana.

En las dos orillas

Su estrategia le ha permitido pescar en las dos orillas del río. Rivera llegó a figurar como uno de los cien jóvenes (aún no ha cumplido los 40) más influyentes del planeta. Poco importaba que el supuesto regenerador no regenerara nada ni en su propio partido, con unas primarias amañadas, o que el presunto abanderado contra la corrupción pusiera su granito de arena para perpetuarla corriendo invariablemente en auxilio del PP, como en Andalucía, Madrid o Murcia.

El reiterado y enardecido no a Sánchez y el giro a la derecha de Ciudadanos, apuntalando al PP al que quería imponerse, han provocado desde junio una cascada de dimisiones de destacados colaboradores iniciada por el portavoz económico, Toni Roldán, que se preguntaba "¿cómo vamos a luchar contra la dinámica de confrontación de rojos y azules que vinimos a combatir si nos convertimos en azules?".

Rivera quiso atajar la crisis ampliando la dirección del partido para dar salida a los críticos, lo que ha empequeñecido la voz de un sector disidente ya menguado por las renuncias y muchos empezaron a dejar de tomar en serio al saltimbamqui.

En Cataluña, su terreno, tampoco ha hilado muy fino. Su número dos, su clon, Inés Arrimadas, ganó las elecciones autonómicas y ni se presentó a la investidura por falta de números, la misma que le asistía en la moción de censura que presentó a Quim Torra, imposible y opacada por la sentencia del procés. La proverbial capacidad de Cs y Rivera para avanzar a base de giros estratégicos -de la socialdemocracia al liberalismo, de pequeño grupo antinacionalista a líder de la oposición en el Parlament de Cataluña y a tercera fuerza política nacional- es la misma que le ha precipitado al vacío.

Momento de gloria

Conocido entre sus amigos como Tito, nacido en Granollers (Barcelona) y de raíces malagueñas, este hiperactivo motero vivió su momento de gloria en las generales del 28 de abril, con la divisa del no es no a Pedro Sánchez. Pero la falta de entendimiento de la izquierda hizo cundir una estresante sensación de bloqueo y se dio por aludido.

Al poco de consumarse el fracaso de la última ronda de consultas del Rey, Rivera trató de salir del inmovilismo brindando apoyo para desbloquear la investidura a cambio de unas condiciones, más unas "reformas de Estado". Entretanto, contemplaba atónito cómo el PP trataba de absorberlo en la forma del voto útil del España Suma.

Entre los desesperados requerimientos del líder socialista, se descolgó a última hora con una "solución de Estado", que pasaba por romper con Otegi en Navarra, planificar la activación del 155 en Cataluña y no subir los impuestos.

Con tanto cambio de ritmo, sus electores, los que le dejaron el 28-A a las puertas del sorpasso al PP (se quedó a nueve escaños de Pablo Casado), empezaron a desconcertarse, hasta el paroxismo del mensaje que ha venido lanzando en la campaña exprés de la semana anterior: "No vamos a forzar ni terceras ni cuartas ni quintas elecciones. Si Cs tiene que estar en la oposición, estoy dispuesto a sentarme con PP y PSOE", repicaba la veleta en el campanario.

"Mejor padre, hijo, amigo..."

Tuvo al alcance de su mano el pastel del poder formando Gobierno con el PSOE cuando estaba en la cesta de la ola y ahora es un náufrago que lo ha perdido todo, hasta las ganas de seguir en la feria de las vanidades de la política, pasando del carrusel al tobogán para caer en la confortable red de una vida sin focos: "Quiero ser mejor padre, mejor hijo, mejor pareja, mejor amigo", ha dejado esta mañana para el lapidario. 

La repetición electoral le ha pasado una factura que ni las encuestas más pesimistas le auguraban, aunque el precipicio se veía venir entre las tinieblas de una ultraderecha precisa y definida, y una desmovilización en sus filas, que ha sido especialmente significativa en las zonas urbanas, su tradicional granero de votos.   

Esta mañana ha presentado con media sonrisa su dimisión sin grandes dosis de autocrítica (era imprescindible, que ha perdido 47 escaños y más de dos millones y medio de votos entre primavera y otoño), sin responder a preguntas de los periodistas, sin pedir perdón a sus compañeros de partido por haberles dejado en la miseria... mientras Arrimadas, su presumible recambio, le escuchaba con ojos acuosos.

Rivera ha pasado como un meteorito por la política española desde que el 9 de julio de 2006 llegara a la Presidencia de Ciudadanos por azar, elegido por orden alfabético. No es que le haya faltado gallardía en su adiós, "los éxitos de un partido son de todos, pero los malos resultados son del líder", pero el chico de oro ha acabado fundido, en una aleación de la extrema derecha (por ahí se le han escapado miles de votos) y el desencanto y desconcierto de sus votantes (no menos), que nunca han sabido bien del todo con qué fines iba a ser utilizada su papeleta. El sol siempre salía con él por Antequera. 

    

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