La costurera de los soldados de Salamina

FRANCO: 50 AÑOS, 50 HISTORIAS [25/50]

Rafael Sánchez Mazas y Juan Luis Beigbeder pasaron de ser ministros en el segundo Gobierno de Franco a convertirse en personajes de dos de los éxitos literarios del siglo XXI

Portadas de ‘Soldados de Salamina', de Javier Cercas, y ‘El tiempo entre costuras’, de María Dueñas.
Portadas de ‘Soldados de Salamina', de Javier Cercas, y ‘El tiempo entre costuras’, de María Dueñas. / M. G.

El 9 de agosto de 1939, Franco forma su segundo Gobierno, el primero tras el final de la Guerra Civil el 1 de abril de ese año. Hasta entonces había existido un gabinete provisional nombrado el 31 de enero de 1938 en Burgos, terminados el frente del Norte y la batalla de Teruel. En este segundo Gobierno coinciden Juan Luis Beigbeder (Cartagena, 1888-Madrid, 1957) como ministro de Asuntos Exteriores, con el encargo de acercar España a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, y Rafael Sánchez Mazas (Madrid, 1894-1966), como uno de los dos ministros sin cartera. El otro fue Pedro Gamero del Castillo.

En ese Gobierno había ministros con mucho poder: Muñoz Grandes, Varela, Larraz, Ibáñez Martín, el todopoderoso y cuñado de Franco Ramón Serrano Súñer. Pero ninguno ha conseguido casi nueve décadas después lo que atesoran Sánchez Mazas y Beigbeder, haberse convertido en protagonistas de dos de las novelas más importantes de la literatura española del siglo XXI, Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y El tiempo entre costuras, de María Dueñas, respectivamente. Algún ministro habrá ganado el Planeta, caso de Jorge Semprún, o incluso el Nobel de Literatura, como José Echegaray, pero no tienen los millones de lectores que a ambos lados del Atlántico y en diferentes idiomas han conocido la peripecia de los dos ministros más literarios del incipiente franquismo. Con dos carreras bien cortas: Sánchez Mazas fue cesado el 15 de agosto de 1940 y a Beigbeder lo relevó Serrano Súñer el 16 de octubre de ese año, una semana antes de la entrevista de su cuñado con Adolfo Hitler en Hendaya.

Dos novelas que catapultaron el prestigio literario de sus autores. Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) había publicado El móvil y El inquilino. María Dueñas era una completa desconocida. Los dos pertenecían al ámbito académico, que en el caso de Cercas simultaneaba con el periodismo en la Universidad de Gerona, donde se trasladó su familia desde Extremadura. María Dueñas (Puertollano, Ciudad Real, 1964) era una filóloga manchega que enseñaba Literatura en la Universidad de Cartagena, la ciudad natal de Beigbeder.

Cercas dio casualmente con Rafael Sánchez Mazas. Conoció su fusilamiento frustrado en la Guerra Civil por el relato que contó su hijo, Rafael Sánchez Ferlosio, durante un ciclo de conferencias que pronunció en la Universidad de Gerona el verano de 1994. En julio de ese mes entrevistó al autor de El Jarama y al final de la charla le contó los detalles de la historia.

El fusilamiento tuvo lugar en el santuario del Colell, muy cerca de la frontera. Ferlosio le contó que su padre había conservado la zamarra y el pantalón con el que lo fusilaron. Las tropas de Franco estaban a punto de entrar en Barcelona y las republicanas huían por los Pirineos. El pelotón de fusilamiento lo encabezaba un tal Campoy, que había sido alcaide del barco-prisión Uruguay. El superviviente se refugió en el bosque. “¿Está por ahí?”, preguntó alguien del batallón. Un soldado se le quedó mirando unos segundos y, sin dejar de mirarle, contestó “¡Por aquí no hay nadie!”. Ese episodio es el que lleva a Cercas a escribir una novela que “no trataba sobre la Guerra Civil, sino sobre un perfecto idiota intelectual español que, como todo perfecto idiota intelectual español, al principio piensa que la Guerra Civil era algo tan ajeno y tan remoto para él como la batalla de Salamina”. La derrota del Ejército persa de Jerjes frente a las tropas griegas.

Beigbeder fue ministro de Exteriores y Sánchez Mazas ministro sin cartera"

Los que fusilaron a Sánchez Mazas no sabían que era uno de los dirigentes de la Falange, amigo de José Antonio Primo de Rivera, compositor junto a éste, Agustín de Foxá y Dionisio Ridruejo de la letra del Cara al sol. El relato va dando saltos trepidantes: la noticia de un segundo superviviente, Jesús Pascual Aguilar, que lo contó en un libro titulado Yo fui asesinado por los rojos; la ayuda que el fusilado recibió de los amigos del bosque en el pueblo gerundense de Cornellà de Terri; las pesquisas de Cercas para dar a través de Roberto Bolaño con Miralles, el que no disparó; sus preguntas, “por qué le salvó, por qué no lo delató, por qué no le mató”. La respuesta está en un verso de Borges al final del libro: “Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.

Beigbeder nunca estuvo delante de un pelotón de fusilamiento, pero salió airoso de varios intentos de acabar con su vida. “Alto, delgado, adusto. Moreno, repeinado. Con gafas redondas, bigote y pinta de intelectual”. Es la descripción que un amigo le hace a Sira.

Quiroga, la costurera a la que el destino convierte en espía del Servicio Secreto Británico en el norte de África en la novela de María Dueñas. “Empezaré por Beigbeder”, se lee en el epílogo de la novela, “quizá el más desafortunado de todos los personajes de este relato”. La novela, entre otras muchas historias, cuenta su historia de amor con Rosalinda Powell Fox, una espía británica que había pasado casi toda su vida en la India.

En 1943, tres años después de haberlo relevado por Serrano Súñer, Franco “contra todo pronóstico y gran secretismo” volvió a requerir de sus servicios. Lo asciende a general y le encarga una misión en Washington, que Beigbeder no ve sino como una treta del caudillo para quitárselo de en medio. De la misión americana del ex ministro se hicieron muchas cábalas: que Franco lo mandó para convencer a los norteamericanos de la neutralidad de España en la guerra, “como si nunca hubiera tenido él una fotografía del Führer presidiendo la mesa de su despacho”; que tenía como objeto discutir el futuro del norte de África o romper servidumbres con Franco y buscar simpatías con la causa monárquica.

Beigbeder vuelve a España en 1945. Pasó de vivir en el hotel París de la calle Alcalá a la pensión de la Tomasa, sin más patrimonio que tres viejos uniformes de los tiempos africanos, una chilaba y unos centenares de folios en los que empezó a escribir unas memorias en las que no pasó del episodio africano del Barranco del Lobo. Un amigo marroquí se convirtió en custodio de su misterioso legado. Sánchez Mazas también empezó un libro sobre su fallido fusilamiento y tampoco lo terminó. Pero el episodio que su hijo le contó a Cercas, según éste supo de Andrés Trapiello, aparece en las memorias de Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo y Eugenio Montes. Esos escritores falangistas sin generación que según el propio Trapiello “habían ganado la guerra, pero habían perdido la historia de la literatura”. A cambio, Sánchez Mazas y Beigbeder se encontraron con el desagravio de millones de lectores.

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