La Rotonda

rogelio rodríguez

Víctima de la estupidez y la cloaca

La mafiosa filtración de las cloacas del PP madrileño no exonera a Cristina Cifuentes de corrupción ética, incompatible con el cargo político que ostentaba. La corrupción institucional, además de la económica, es la patología que más daño causa al Estado de Derecho, y la ya ex presidenta de la Comunidad de Madrid cometió un acto corrupto de enorme gravedad al arrogarse de forma fraudulenta un título universitario, hecho que también desacredita a la Universidad Rey Juan Carlos I, en particular, y al mundo académico, en general. Cifuentes debió dimitir entonces y no esperar, emulando la destructiva inacción de Mariano Rajoy, a que el hampa de su partido la humillara públicamente con un vídeo ilegal que la trama ha ocultado durante siete años en el estercolero de la venganza.

Miss Proper -como la llaman sus más hipócritas cofrades por su aireado empeño en la limpieza del PP- sabía que la denuncia sobre su falso máster le había arramblado el futuro, conocía la existencia de vómicos dosieres sobre su vida privada, pero durante treinta días se aferró a un presente del que tampoco era dueña. Las imágenes grabadas en el supermercado agotaron su resistencia y la de Rajoy en su pulso con Ciudadanos. Hizo de Diógenes El Cínico en su comparecencia de despedida. Prefirió consolarse en público, retando a sus verdugos, a ahorcarse en el solitario sótano de sus vergüenzas. "La tolerancia cero con la corrupción tiene un precio", arguyó con una sonrisa cáustica. Políticamente ya estaba ajusticiada. La horca se la entregó María Dolores de Cospedal, su gran protectora, de manos del presidente Rajoy.

El hurto involuntario de las cremas faciales también descalifica a Cristina Cifuentes como gestora de la causa pública, que no atenúa un posible padecimiento cleptómano, pero no pasa de ser una muestra inocua de la necedad de una dirigente a la que casi todos calificaban de lúcida e instruida y que, incluso, algunos encumbraban como firme candidata para recomponer el quebrantado Partido Popular. Por qué las personas inteligentes pueden ser tan estúpidas es el título de un interesante libro de Robert J. Sternberg, conocido psicólogo y profesor en la Universidad de Yale, en el que, sin embargo, no aclara por qué, con frecuencia, personas que cometen estupideces son consideradas inteligentes.

La memez de las cremas ha servido de espoleta definitiva a la coartada contra quien, en su huida hacia adelante, había tenido la osadía de personar a la Comunidad de Madrid en el caso Púnica y llevado a los tribunales las supuestas golferías en el Canal de Isabel II y en la construcción del Campus de la Justicia, cometidas durante el convulso mandato de Esperanza Aguirre. Un ex alto cargo popular me decía horas después de la caída de Cifuentes: "El jefe también está acorralado, todo Génova está acorralado, y el principal culpable es él. No lo reconocerá, pero en el partido y en el Gobierno le están marcando los tiempos".

Sólo cabe un destino.

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