Crónica Personal

Pedro Sánchez, enloquecido por las andaluzas

Inquieto. El presidente ha entrado en una espiral de nerviosismo motivada por el auge del PP y las controversias con sus socios de Gobierno, un cóctel peligroso a las puertas del 19-J

Pedro Sánchez sale de La Moncloa.

Pedro Sánchez sale de La Moncloa. / Sergio Pérez / Efe

Tiene la suerte de que sus socios siempre acaban prestándole su apoyo en el último minuto, aunque antes llevan al límite los nervios del presidente o ponen un precio tan alto que Pedro Sánchez sale con su prestigio más dañado que el día anterior. Y tiene fortuna de que el PP actual, por sentido de Estado, en el último minuto ayuda al Gobierno para bloquear iniciativas de los radicales de izquierda y los independentistas; en algunos casos del propio Ejecutivo, presentadas por Podemos. Sin embargo, pese a hallar la manera de salvar situaciones parlamentarias aparentemente insalvables, el hundimiento del PSOE es evidente. Y, sabedor de ello, ante su primera y decisiva cita electoral, la del 19 de junio en Andalucía, Sánchez da muestras de enloquecimiento.

La cita que podría acabar con su presidencia es la de las elecciones generales. Sólo las urnas pueden acabar con su mandato, porque Sánchez amarró bien los estatutos del PSOE para impedir que lo echen los suyos como ocurrió hace casi seis años. Y las urnas, hoy, le son adversas, lo dice incluso el CIS de su amigo Tezanos. En esa situación crítica, ha emprendido una deriva que a profesionales de la estrategia política les parece suicida. Porque no intenta remontar su imagen y la de su Gobierno, sino que todo su esfuerzo lo ha centrado en el ataque sistemático al PP, al que acusa de corrupción endémica y de falta de sentido de Estado.

Ninguna acusación es creíble. Si se habla de corrupción, el PSOE acumula cantidades mucho mayores que las del PP en estafas a las cuentas públicas; y en sentido de Estado, el de Sánchez es inexistente. Entre otras razones porque se ha puesto en manos de los partidos que más desprecian al Estado.

Hay algo que hiere especialmente en Moncloa y lo confiesan algunos cercanos al presidente: hoy, la marca PSOE está profundamente herida por el daño que le hace Sánchez. Tan es así que debaten estos días sobre la conveniencia de que participe activamente en la campaña. Lo hará –de hecho estuvo ayer en Sevilla–, pero no con tanto protagonismo como en otras elecciones autonómicas. Su primera incursión no fue ni de lejos lo que se esperaba, escaso público a pesar de que en Andalucía el entusiasmo al PSOE ha sido seña de identidad. Hasta ahora.

La socia que no cuaja

Por otra parte, su socio de coalición, Podemos, sufre un desgaste de consecuencias aparentemente devastadoras. Sánchez había puesto esperanzas en Yolanda Díaz, pero sólo es noticia por sus pésimas relaciones con Iglesias, Belarra y Montero, y por anunciar una plataforma primero y una asociación después que no acaba de poner en marcha... y sobre las que no ha informado a Podemos, lo que demuestra el divorcio con el partido que, se suponía, iba a presentarla como candidata a La Moncloa.

El tiempo pasa y Díaz siempre tiene excusas para no iniciar su proyecto. Para desesperación de Sánchez, que no tiene mucho más donde agarrarse si el PP de Feijóo consigue un buen resultado: Ortuzar y Urkullu mantienen muy buena relación con Feijóo, así que no es seguro que el PNV lo haga hacia la izquierda, porque además les interesa marcar distancias con Bildu, al que Sánchez ha dado un buen empujón incluyéndolo entre los socios de Gobierno. Por otra parte, en el año que falta para las generales –si Sánchez no las anticipa–, el panorama económico se presenta tan negro que queda en la cuneta la esperanza de crecimiento anunciada a bombo y platillo.

La UE ha alertado sobre el plan de pensiones de Escrivá, que considera inviable, y también sobre los fondos europeos, que no cumplen los requisitos para los que fueron creados y que además el Gobierno socialista los distribuye con una discriminación escandalosa que la oposición ha llevado incluso a Bruselas. La inflación afecta ya gravemente al bolsillo de los ciudadanos y empiezan a salir a flote las supercherías sobre las cifras de empleo indefinido del que tanto presume la ministra de Trabajo. No son tan espectaculares las nuevas cifras de indefinidos, Díaz contabiliza como tal los contratos fijos discontinuos y otros muchos que en su letra pequeña tienen fecha de caducidad.

El nerviosismo se ha instalado en el Gobierno y se nota en la crispación y las salidas de tono de ministros que eran ejemplos de contención, como Calviño o Bolaños. Sánchez ha sido hiriente con sus rivales, pero procuraba mantener un cierto respeto en su expresión verbal. Todo eso ha quedado atrás, con un gesto a veces cercano a la histeria, como cuando llamó mangantes a los miembros del PP o se empeña en mencionar casos de corrupción, algunos archivados. Es la actitud propia de quien está falto de argumentos para defenderse.

La utilización de Vox

Su máxima esperanza de que pueda seguir en La Moncloa cuando tiene enfrente a un PP con nuevo líder y nuevo equipo, nada que ver con el de Casado, es minar la imagen del oponente. Es difícil hacerlo en la gestión porque en Galicia Feijóo ha tenido cuatro mayorías absolutas... por su gestión. Así que Sánchez y sus ministros se dedican a fondo a las acusaciones de corrupción, que sacan a colación incluso en los debates sobre el CNI y Pegasus. Pero en los últimos días han centrado todos los esfuerzos en un asunto que les parece más perjudicial para el PP: Vox.

Como se preveía, la peor cara del partido de Abascal es cuando se ha visto más fuerte no sólo por lo que auguran las encuestas sino porque por primera vez forma parte de un Gobierno: Castilla y León. Enardecidos, han exagerado sus propuestas más polémicas, más patrioteras, más demagógicas y en la mayoría de los casos de imposible cumplimiento porque chocan con la Constitución o porque económicamente son inaplicables.

Lo más escandaloso lo ha protagonizado el vicepresidente castellano-leonés, con un comentario ofensivo a una procuradora socialista que por una discapacidad física utiliza silla de ruedas. Ni siquiera se disculpó y dio unas explicaciones nada convincentes. Por otra parte, Macarena Olona, a quien una denuncia le ha ofrecido en bandeja un triunfo sobre su empadronamiento en Salobreña, aprovechó el entusiasmo para despedirse de su escaño en el Congreso con una intervención exagerada, desmedida y gritona que produce rechazo en quienes buscan seriedad y rigor en la política. Le faltó tiempo al PSOE para identificar al PP de Feijóo y con esas actitudes que sólo gustan a los patanegra de Vox y basan la campaña andaluza en hacer creer a los votantes que lo que les espera si no votan al PSOE es a una Olona como la que muestra estos últimos días una actitud muy pasada de rosca.

Curiosamente, la campaña envenenada del Gobierno contra el PP se contrapone a las ansias de pactar con Feijóo el bloqueo de las propuestas de Podemos, independentistas y Bildu. El PP ha aceptado varias opciones de bloqueo o de apoyo a iniciativas. Por responsabilidad de Estado y por estrategia. Como por ejemplo abstenerse para sacar adelante la ley audiovisual que proponía Sánchez.

Esa aprobación ha ahondado en la fisura, ya brecha, entre PSOE y Podemos, y ha dañado seriamente la luna de miel que desde hace décadas vive el socialismo con el sector más influyente del mundo del cine, un sector claramente de izquierdas. Muchos de sus personajes más significativos han firmado un duro manifiesto contra el Gobierno de Sánchez, al que acusan de ponerse de lado de las grandes productoras audiovisuales olvidando a las independientes.

No es asunto menor: en campaña, el pronunciamiento de las figuras del cine siempre ha sido importante para captar voto. Y en ese terreno el PSOE se mueve, o movía, con mucho más poderío que el PP.

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