El desafío soberanista

La Diada más dividida

  • La desorientación y la frustración marcan la movilización independentista

  • La estrategia a seguir tras la sentencia del 'procés' es el gran caballo de batalla

La Diada está marcada por la división y se enfrenta a la tormenta de la sentencia del Supremo sobre el 'procés'.

La Diada está marcada por la división y se enfrenta a la tormenta de la sentencia del Supremo sobre el 'procés'. / Rosell

Onze de Setembre. Fiesta Nacional de Cataluña. Se conmemora la declinación de Barcelona ante el Ejército borbónico en la guerra de sucesión española tras 14 meses de sitio en 1714. Esta victoria conllevó la abolición de las instituciones catalanas, y desde 1980, cuando se restableció el Parlament tras la travesía del franquismo, se conmemora la Diada, esa eterna reivindicación emancipadora que viene marcada este año por la incertidumbre, la desorientación y la frustración.

Incertidumbre ante la inminente sentencia del procés, una tormenta judicial cuya intensidad dependerá de la dureza de las presumibles condenas y ante la que el paraguas independentista se alza impotente mientras sigue calando una desconcertante amargura. Desorientación de unos líderes desperdigados en cárceles y exilios dorados que sirvieron un desayuno de ilusiones republicanas y una cena de pesada frustración en 155 cucharadas. Frustración por la proclamación de una república catalana que duró ocho segundos...

Se pavonean altivas las dos grandes marcas del independentismo, ERC y JxCAT -forman coalición en el Govern y su estrecha relación está deparando un amplio desencuentro estratégico; los primeros quieren un gobierno de concentración y unas elecciones como réplica a una condena del Supremo a los líderes del procés; los otros alertan de que unos comicios debilitarían las instituciones-, mientras la Asamblea Nacional Catalana (ANC, 400.000 afiliados) y Òmnium, su peón, ejercen de reclutadores y catalizadores emocionales. Su lema, tan plano como palmario: Objetivo independencia.

A su vez, la CUP y sus pendencieros Comités de Defensa de la República (CDR) mantienen su cartel para la Diada y llaman a su gente a su propio acto. Quieren hacer una protesta paralela a la de la ANC.

Marea de desencanto

No es de extrañar que la divergencia haya ido anegando la marea de desencanto que trasluce un secesionismo que parece un juguete roto con consellers y líderes soberanistas en prisión preventiva, y con dirigentes a la fuga en el exterior, exiliados se hacen pomposamente llamar. Para levantar la moral de la tropa, los presos y los huidos imploraron el domingo al mundillo secesionista para que se movilice ante las discretas cifras de registro para este miércoles, por debajo de años anteriores. Hasta este domingo, la ANC contabilizaba 300.000 inscritos, con 1.000 autocares fletados y 240.000 camisetas vendidas, aún por debajo de los 460.000 registrados en la manifestación de 2018.

Un huracán que está deviniendo en tornado y ante lo que los dos gallitos, el ex presidente catalán prófugo, Carles Puigdemont, y el ex vicepresidente en prisión preventiva, Oriol Junqueras, han obviado sus diferencias para tocar a rebato en una carta conjunta con el resto de reos y fugados para tratar de salvar la marcha. La misiva, Dignidad democrática y libertad, lleva la firma del ex jefe del Ejecutivo catalán y la de su ex número dos, amén de la del resto de encausados en prisión (Dolors Bassa, Jordi Cuixart, Carme Forcadell, Joaquim Forn, Raül Romeva, Josep Rull, Jordi Sànchez y Jordi Turull) o en rebeldía (Toni Comín, Anna Gabriel, Clara Ponsatí, Lluís Puig, Marta Rovira y Meritxell Serret).

Hasta 2011, poco más de diez mil personas participaban en las manifestaciones de la Diada. Todo cambió al año siguiente, cuando Artur Mas espoleó a la sociedad catalana para reclamar un pacto fiscal a la carta y estructuras de Estado. Un millón y medio se movilizaron en 2012 y la cifra siguió engordando nutritivamente en 2013 hasta el millón seiscientos mil con una enorme cadena humana. La apoteosis independentista se consolidó hasta el millón ochocientos mil en 2014, azuzados por la convocatoria de la consulta ilegal del 9 de noviembre de ese año.

El conato de inflexión llegó en 2015, al reducirse en 400.000 personas, y 2016, tras el bloqueo político que terminó con la investidura de Carles Puigdemont, cuando se redujo a 875.000 manifestantes, la mitad que en 2014.

La asistencia cobró brío con el impulso del proceso secesionista. Un millón de personas la secundaron en 2017 con el referéndum ilegal y la declaración unilateral de independencia en ciernes. Fue la misma afluencia que hubo en 2018, ya con Quim Torra en el poder y la antigua Generalitat dividida entre los fugados y los que esperaban a ser juzgados en el Tribunal Supremo.

Renovación

El juguete independentista está roto y hambriento de renovación tras el fiasco de la república catalana. Sus líderes no han sabido gestionar un conflicto que les ha superado. Han pisoteado las leyes y se han lanzado a una piscina, la de la vía unilateral, en la que no hay agua. Poca como mucho. Algunos (ERC) reculan. Otros (JxCat) se revuelven contumaces. 

La prisión preventiva es para muchos un exceso autoritario. Un grupo de trabajo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) considera “arbitraria” la privación de libertad de líderes catalanes independentistas, que se enfrentan en buena parte a una elevada petición de condena por un delito de rebelión (la Fiscalía del Supremo pide 25 años para Junqueras, 16 para Forn, Bassa, Turull, Rull y Romeva y 17 para los Jordis y Forcadell), que prestigiosos juristas cuestionan. Los expertos en Derecho Penal se han multiplicado exponencialmente. Hacen gala de victimismo, como si pisotear las leyes y la Constitución con su vía unilateral por montera les exonerara.

Tanto Puigdemont como los otros seis dirigentes independentistas que huyeron de España están muy pendientes de la sentencia, ya que el juez instructor, Pablo Llarena, puede decidir, previa petición de Fiscalía, si hay elementos suficientes para reactivar las euroórdenes de detención contra ellos, que él mismo retiró tras la negativa de un tribunal alemán de entregar al expresidente de la Generalitat.

Puigdemont, como máximo responsable del desaguisado, ha quedado para la historia, como el jefe del Govern que proclamó una independencia que duró ocho segundos, que abrió una brecha entre la ciudadanía y que provocó la espantada de importantes empresas catalanas y españolas. Es una figura amortizada, como la de su ex número dos. El relevo de Junqueras al frente de ERCparece claro: el actual vicepresidente del Govern, Pere Aragonès. Torra está a un paso de la inhabilitación por desobediencia al negarse a retirar lazos amarillos en edificios públicos. Su relevo se dibuja en lontananza: el ex president Artur Mas, que el 20 de febrero finalizará su inhabilitación por l 9-N. Aunque el prófugo de Waterloo se resiste a caer en el olvido y fantasea con volver a ser president.

El secesionismo va a firmar un alto el fuego de 24 horas y hará piña por un día contra el Estado español. Nada como un gran enemigo "represor" para hacer (falsos) amigos "reprimidos".

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