David García-Asenjo Llana | Arquitecto

“Es difícil competir con la memoria”

“Es difícil competir con la memoria”

“Es difícil competir con la memoria” / Amador Aranda

En la cabeza de David García-Asenjo, una iglesia es “un espacio desnudo en el que la luz es lo importante”. Desde esa premisa, este arquitecto ha viajado por templos madrileños los años 50 y 60 del siglo pasado. El resultado es Manifiesto arquitectónico paso a paso, un ensayo sobre la arquitectura contemporánea a través de unos edificios que, por su misión, son parte del día a día de muchas personas. García-Asenjo, doctor en arquitectura, se zambulle así en la divulgación sobre una disciplina cada vez más popular tras varios años ejerciendo la profesión, labor que ahora compagina con la docencia.

–A un andaluz le es casi imposible no pensar en barroco cuando imagina una iglesia. ¿Cómo hace un arquitecto que se sienta cómodo en una iglesia moderna?

–Tratando de encontrar los elementos que definen una iglesia barroca y adaptarlos a la arquitectura moderna. Es difícil, porque la gente no tiene por qué entender cómo es un espacio moderno. Se reinterpretan con un lenguaje moderno elementos de la tradición para ver si así el fiel se siente a gusto. En algunos casos no se sentirá, pero en otros sí, al igual que se entiende el cine moderno o la literatura moderna. Para alguien que ha vivido siempre frente a la basílica de la Macarena y se muda a otro barrio hay que intentar que algo del espacio contemporáneo le recuerde a aquello, pero es difícil competir con la memoria.

–¿Qué ocurre cuando los fieles no se encuentran cómodos con esas iglesias contemporáneas?

–Hay un poco de todo. Miguel Fisac y José Luis Sánchez, el escultor que hizo el crucifijo de la iglesia de Santa Ana de Moratalaz, dejaron de ir porque les cabreó que los grupos de catequesis empezaran a colgar dibujos y carteles. Ahora han eliminado eso y la gente sigue yendo. Hay iglesias en las que la gente se extraña, pero al final acaba aceptándola y otros en los que la adaptan. Es más fácil cambiar una obra de arte que cambiar la arquitectura. Al espacio te acabas acostumbrando, pero al arte no siempre. Lo habitual es que la gente entienda que es el espacio al que va a la celebración y lo adapta incorporando obras de arte más relacionada con la tradición. En Rivas, al principio a los fieles les chocaba, pero ahora están orgullosos porque sale en la tele y en revistas extranjeras.

–¿Quién impulsa la construcción de iglesias con ideas contemporáneas?

–En los 50 y 60 era la propia jerarquía la que apostaba por la modernización. Las conferencias episcopales alemana e italiana apostaron por eso. Luego, el Concilio Vaticano II fue una revolución. Eran iglesias vinculadas con su tiempo y con el mejor arte de su tiempo. En los 70 hubo más necesidad de iglesias porque las ciudades crecieron más y pasaron a ser más modestas. En los 80 y 90 no dependió tanto de lo que quisiera la jerarquía, sino de cada parroquia o de cada arzobispado. Un ejemplo es la iglesia de Iesu en San Sebastián, de Rafael Moneo, que fue una apuesta del párroco. En otros sitios se hacen apuestas por un arte más regresivo.

–¿No fue un problema para el régimen de Franco?

–Había un deseo en el régimen de modernizar su imagen. Estos arquitectos modernos eran conservadores, eran una élite social dentro de un régimen que apostaba por modernizar su imagen.Se puede ver en las factorías que se hicieron para la Seat y los pabellones que presentaron en aquella época en las exposiciones universales. El régimen intentó aprovechar la arquitectura moderna para darse una pátina de apertura.

–¿Las iglesias han caído en la fiebre de los arquitectos estrella?

–No mucho. La Iglesia ha perdido su centralidad en la sociedad y en pocos casos ha podido contar con los medios para hacer templos con arquitectos estrella.

–¿Hay interés en divulgar la arquitectura moderna?

–Las redes son un reflejo de que la gente tiene interés, aunque algunos te dicen que es un horror y otros que les parece interesante.

–Desde fuera se ve a veces como elitista o complejo.

–Con una cierta mirada se puede conseguir que se entienda la arquitectura como se entiende el cine o la música contemporáneos. Pero la arquitectura es mucho más llamativa. Una mala arquitectura afecta a muchísima gente y una mala película no. Tenemos que hacer ver que hay buena arquitectura simplemente con levantar la mirada y tratar de apreciar cuatro o cinco cosas. Aunque hay desmanes y ha habido un urbanismo salvaje, hay obras que merecen la pena.

–¿Los poderes públicos están obligados a hacer buena arquitectura?

–Es algo que no se cuida y cada vez menos. Durante un tiempo, la gente iba a la obra más espectacular. En muchos casos eran buenas obras, pero también un disparate presupuestario. La crisis y el cambio de la ley de contratos favorecieron que se premiase la oferta más baja. Todo tiene un coste y si premias lo más barato tienes lo más barato. Se quiere hacer una ley de arquitectura, pero no hay unos criterios fijados.Al final se elige un proyecto que cumpla bien, pero, sobre todo, en lo económico. Hubo desmanes en los que no se miró por el dinero. Fue culpa de la Administración y de los arquitectos, pero ahora se está limitando mucho. Se va a la oferta más baja y es el arquitecto quien intenta hacer su mejor trabajo. En España hay buenos arquitectos y somos capaces de lidiar con esa limitación, pero no siempre es posible.

–¿Se puede hacer arquitectura contemporánea en los centros históricos de las ciudades?

–Se puede hacer buena arquitectura respetando el entorno. Intentar hacer una arquitectura de los años 20 del siglo XX en los años 20 del siglo XXI me parece un error. Hay una forma de respetar las ciudades en cuanto a volumen, materiales y lenguajes, pero con una aproximación moderna, sin ir al pastiche ni a algo radicalmente moderno. Eso se empezó a hacer muy bien a finales de los 80 y principios de los 90. Cruz y Ortiz son un buen ejemplo.

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