"Todos estamos más cerca de la cárcel de lo que creemos"
Manuel martín-arroyo | Maestro en la prisión de Puerto III, escritor y músico
Desde que hace siete años Manuel Martín-Arroyo (Rota, 1978) comenzó a dar clases en la prisión gaditana de Puerto III le fascinó un pasillo acristalado desde donde se contempla el patio en el que los presidiarios caminan "sin dirección ni objetivo", dando "pasos en el vacío", como titula su primera novela, en la que, con valentía y sinceridad, introduce al lector en una realidad tan desconocida como la carcelaria. Martín-Arroyo, que ha trabajado en los 16 módulos del centro, incluido dos años en aislamiento -"una cárcel dentro de una cárcel", dice-, es responsable de una experiencia innovadora y pionera en las prisiones andaluzas: impartir clases de música.
-Siete años de profesor en la cárcel de Puerto III dan para mucho, incluso para una novela...
-Pues sí, y eso que la primera intención era hacer una especie de anecdotario de maestro, de recoger esas cosas que te pasan todos los días, pero cuando llevaba tres años y dos cuadernos anotados completos de personajes, de situaciones, de olores, de movidas, de violencia, de todo un poco, pues empecé a hilar una historia.
-Y crea a Luis, un chico que, en principio, no parece destinado a acabar en la cárcel
-Aunque él entra como preso y yo como profesor, es el personaje que refleja mi punto de vista, el de una persona que no tiene nada que ver con el mundo carcelario y que desde el primer momento que entra, como me pasó a mí, se queda con la boca abierta, y todavía hoy sigo con la boca abierta de todo lo que veo y percibo, y eso que yo no vengo de un mundo entre algodones, ni de élite; yo vengo de familia trabajadora, pero es que el mundo carcelario es auténticamente una burbuja, una cápsula del tiempo, un teatro que abre el telón por la mañana y lo cierra cuando la gente se acuesta, y que no tiene nada que ver con la realidad que vivimos los que estamos fuera.
-Y totalmente desconocida
-Hay un hermetismo duro y crudo con respecto al mundo carcelario. Tú nunca podrás ver una celda. De hecho, el visitante llega hasta uno de los perímetros y le traen al preso para que lo vea. O la gente que he llevado allí para dar una conferencia entra hasta el centro de la prisión, pero por unos pasillos ajardinados muy bonitos, muy bien cuidados, pero siguen sin ver la prisión. Están diseñadas para que ese hermetismo sea muy evidente. Yo trabajo en un sitio donde hay 1.400 presos, más población que algunos pueblos de Andalucía. Trabajan más de 400 funcionarios, médicos, enfermeros, psicólogos, educadores, el repartidor de la Coca Cola... Una cárcel es un pueblo y, aun sí, sigue estando alejada de nuestra vida real.
-Hasta que se entra por primera vez...
-Yo tengo alumnos que han entrado y salido 4 o 5 veces. Para ellos, pasar por la cárcel forma parte de un ciclo vital horrible. Pero hay quien nunca ha entrado, comete un delito y pasa a prisión preventiva y a partir de ahí entra en tres mundos -el mundo policial, judicial y el carcelario-, con los que no tienes nada que ver, y eso es lo que a mí me fascinaba y quería contar en la novela. El relato de alguien que entra por primera vez en una prisión con lo que conlleva: te quitan todas tus cosas, tus pertenencias, tu ropa, y pasas a ser un número sin cara, y te enfrentas a pasillos, a funcionarios, a leyes, a papeles que no entiendes...
-Se habrá encontrado con múltiples circunstancias entre sus alumnos...
-Incontables... Desde condenados por terrorismo yihadista y tipos que le sacaron los ojos a su mujer y los metieron en una cajita a gente que un primo le ofreció llevar una furgoneta de Jerez a Cádiz por 4.000 euros. En este caso concreto, el hombre me decía: "Yo tenía dos hijos, no tenía trabajo y tenía que darles de comer; ¿tú no la hubieras llevado, maestro?"
-¿Y lo hubiera hecho?
-Yo sólo te digo que la gran enseñanza que no me esperaba de todo esto es que todos estamos más cerca de entrar en la cárcel de lo que creemos. Yo me he encontrado a gente de mi clase del colegio, a vecinos, al que aparca coches en mi barrio, a Pedro Pacheco... De lo más alto de la sociedad a gente de un nivel parecido al mío, desde gente que ha entrado en la cárcel por corrupción a por vender cuatro bellotas o por darle un empujón a uno y terminó la cosa mal...
-Nuestro sistema penitenciario está enfocado a la rehabilitación y no al castigo. ¿Es así en la práctica?
-La gran pregunta... Mire sólo hay un psiquiatra para las tres prisiones de El Puerto Santa María. Hay una carencia absoluta de falta de psicólogos, educadores y de personal que atienda al preso. Tenga en cuenta que muchos de ellos entran enfermos. Yo he tenido alumnos hasta con sarna, y con necesidades de atención psicológica. La atención primaria de decir qué pasa, cuáles son tus problemas, quiero escucharte, forma parte de la rehabilitación y, en ese sentido, hay muchas carencias. Fíjese, mi papel, en muchos casos enseñar a leer y escribir, y hay gente que entra y sale de la cárcel sin saber leer y escribir porque nadie les obliga a ello. Si un delincuente entra en un entorno donde se reúne con otros delincuentes y hay una falta total de medios de atención primaria pues difícilmente veo que se pueda rehabilitar.
-Y se perpetúa la reincidencia
-Así es, y el resultado cárceles llenas, gente con condenas cada vez más largas y en un país con un nivel de criminalidad que no es alto. Yo no entendía que en países como Holanda algunas cárceles se estuvieran convirtiendo en hoteles, porque no hay presos, hasta que supe que es que una vez que el preso sale a la calle hay un equipo pendiente de esa persona. Pero, al mismo tiempo, me planteo: ¿nuestra sociedad está preparada para aportar parte de sus impuestos a estas personas que necesitan tantas atenciones o preferimos mirar para otro lado porque creemos que el mundo delictivo no nos afecta?
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