Camino de vuelta

Huelva y Emigrantes regresan a casa

  • Los romeros pusieron punto y final a intensas jornadas de convivencia en la romería del Rocío y cuentan ya los días que restan para reencontrarse con la Blanca Paloma

Llegó ayer la etapa final del camino de vuelta, la despedida tradicional de los rocieros de Huelva. Tras recorrer más de 20 kilómetros (los que les separaban de la capital onubense), los romeros de las filiales de Emigrantes y Huelva enfilaban en la tarde de ayer la Punta del Sebo. Emigrantes saludaba al monumento a la Fe Descubridora en torno a las 18 horas, unos pasos por detrás lo hacía la Hermandad de Huelva.

En el centro, el ambiente festivo tomaba las calles paulatinamente, conforme el sonsonete de los coheteros iba anunciando que las filiales estaban más cerca. Cientos de personas se arremolinaban en la Alameda Sundheim, abarrotaban los bares de la Gran Vía e iban tomando posiciones a las puertas del ayuntamiento. Allí nadie quería perderse un detalle y los chiquillos lucían orgullosos los menudos trajes de romeros: ellas con sus volantes y peinas, ellos con sus boinas y tirantes.

El humo de los cohetes se confundía en el cielo con las algodonadas nubes que cubrían el cielo capitalino cuando la Hermandad de Emigrantes paseaba su elegante séquito por la Gran Vía. La ciudad olía a romero y a polvo del camino y en los carros tradicionales, más descoloridos que de costumbre, todavía quedaban fuerzas para seguir cantando plegarias a la Virgen del Rocío.

A la Plaza de la Constitución llegaban los caballistas que abrían la comitiva sólo diez minutos más tarde de lo previsto. Eran las 20.10 horas y el cielo gris dejaba escapar algunos rayos de sol para dar la bienvenida a los peregrinos, como la Corporación municipal, a la puerta de la casa consistorial. La carreta plateada, con sus flores multicolor resistiendo aún después los embates del camino, saludaba a los onubenses entre vítores y aplausos, franqueada su retaguardia por el presidente de Emigrantes, Fernando Ramírez, y el hermano mayor 2008, José Antonio Hispano. Fue allí, en ese instante mágico y ante un multitudinario público, cuando la Banda Municipal de Música de Huelva empezó a tocar la salve que erizó el vello hasta al más pintado, derramando las lágrimas por las mejillas de los rocieros devotos.

Todos emprendieron de nuevo la marcha para acompañar a la Concha Peregrina hasta la casa hermandad de Emigrantes, en el Paseo de la Glorieta, donde de nuevo se vivieron instantes inolvidables de despedidas amargas y de fe en que el año que viene todo vaya tan bien como éste.

Entretanto, de la Plaza de la Constitución no se movía nadie. Todos esperaban pacientemente la llegada de la Hermandad de Huelva. Los niños volvían a ser los protagonistas de la tarde: Javi, el nieto del alcalde de la ciudad, Pedro Rodríguez, saludaba a su abuelo con ternura, mientras Guillermo, el pequeño de dos años de la concejala Juana Carrillo, se afanaba en imitar el sonido de los tractores, de los tambores y las trompetas e Isabela, la pequeña del concejal Manuel Remesal, se acurrucaba en los brazos de su padre.

El revuelo de las palomas de en Plaza de Las Monjas anunciaba el regreso de la Hermandad de Huelva. El perfil de sus caballistas se dejaba ver cuando una media luna blanca compartía cielo con el sol rezagado de mayo. Eran las 21.00 horas, tal y como estaba previsto. Precedido por un grupo de tamborileros, el hermano mayor de 2009, Julián Pérez, portaba con orgullo el guión de camino.

El alcalde de Huelva comenzaba a saludar a los romeros y se acercaba con cariño al presidente de la filial, Dalmiro Prado, y al hermano mayor saliente, Salvador Pomares, que le comentaba que "merece la pena estar cansado después de venir de donde venimos: he vivido el momento más grande de mi vida".

La estampa volvía a repetirse: los vítores multitudinarios, la emocionante salve de la banda de música, los aplausos de bienvenida a las puertas del Consistorio, donde se difuminaban los colores políticos para dejar paso al blanco y azul de las cintas de la carreta del Simpecado.

Luego, el desfile continuaba por la Gran Vía rumbo a la Plaza Paco Toronjo, donde todo acabaría poco tiempo más tarde. Decenas de carros pasaban como un suspiro por los caminos urbanos: los chiquillos saludaban a los romeros con el mismo énfasis que Pedro Rodríguez, que estrechaba la mano a todos los peregrinos entre el tintineante sonido de los cascabeles de la mulas.

Los cohetes se iban alejando del centro con su estruendo festivo para bordear al frente de la comitiva romera el Barrio Obrero y atravesar la Isla Chica hasta arribar a la casa hermandad. De nuevo lágrimas de despedida sobre las chaquetas blancas llenas de churretes, un adiós irremediable que marca la cuenta atrás para los devotos de la Virgen del Rocío, que ya empiezan a tachar en el calendario los días que faltan para la romería de 2009.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios