Tribuna Económica

rogelio velasco

Los próximos 20 años del euro

Un día como ayer, hace veinte años, el euro se convertía en la moneda oficial de la mayoría de los países de la UE.

Desde sus inicios, se vertieron críticas sobre el sentido de una moneda única compartida por países con estructuras económicas tan dispares.

Diecinueve países decidieron adoptar la moneda, frente a nueve que optaron por quedarse fuera. Entre estos, notablemente el Reino Unido y la mayoría de la Europa del Este.

Las dos críticas fundamentales se referían a la imposibilidad de establecer un área monetaria común sin que existiese una política fiscal también común y movilidad de la mano de obra.

La brutal crisis que se inició en 2008 puso de manifiesto, de manera efectiva, que las críticas tenían fundamento. La divergencia en déficit fiscal y deuda pública acumulada entre los países y las enormes diferencias en tasas de desempleo materializaban las críticas. Estas críticas provenían, sobre todo, de economistas liberales que creían más en la competencia entre monedas y en la independencia de las políticas fiscales que en la cooperación entre los distintos gobiernos para resolver estos problemas.

En particular, la imposibilidad de llevar a cabo devaluaciones de las monedas para combatir crisis profundas y duraderas, dio lugar a problemas económicos cuya solución exigía grandes sacrificios a la población. Las devaluaciones internas -reducción de salarios, con reducciones paralelas en los costes unitarios de producción- se configuraron como la vía principal para salir de la crisis.

Este cuadro macroeconómico, fue combatido por el BCE con una política monetaria que suministraba liquidez a gran escala y que no contaba con precedentes históricos. El BCE no se ha cansado de repetir que los problemas de las economías europeas no se pueden solucionar solo con políticas monetarias y fiscales ultraexpansivas. Los problemas de altas tasas de paro estructurales, pérdida de competitividad y falta de innovación frente al resto del mundo solo pueden enfrentarse con reformas estructurales. Si queremos salir de la crisis fortalecidos, se necesitan políticas de oferta, y no de demanda, para conseguir ese objetivo.

Pero los gobiernos no están preparados para llevar a cabo esas reformas y se han sentido protegidos por los efectos positivos transitorios de esas políticas de demanda expansivas con la esperanza de que, una vez pasado lo peor, las economías volverían a una senda robusta de crecimiento.

Sin embargo, y a pesar de todos los problemas, la principal promesa del euro era facilitar las transacciones entre países, esto es, establecer un área de libre comercio fuerte. El padre intelectual del euro, el premio Nobel Robert Mundell, apoyaba el proyecto porque generaría beneficios derivados de la transparencia de precios entre todos los países, expectativas de futuro más estables y reduciría los costes de transacción en los mercados. Con todas las limitaciones que se quieran, estos objetivos se han cumplido.

Europa continua siendo un club de estados-nación. Si queremos mayor competitividad e innovación, y una economía que genere mayor crecimiento y empleo, tendremos que avanzar en una unión política más fuerte que la conseguida hasta ahora.

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