Tribuna Económica

carmen pérez

Universidad de Sevilla

El final de la espuma

Desde marzo de 2020, todo ha sido recibir malos datos económicos. Caídas del PIB históricas. Incremento del desempleo. Empresas quebradas o abocadas al cierre. Abultados déficits públicos. Deudas públicas disparándose. Y, a pesar de la esperanza que suponen las vacunas, sigue sin divisarse completamente despejado el horizonte. Sin embargo, cualquiera lo diría a decir de la evolución de las bolsas. Salvo algunas, rebosan optimismo. Al inicio de la pandemia, el miedo provocó fuertes caídas en los mercados bursátiles, pero enseguida empezaron a recuperarse los niveles previos. Es más, numerosos índices alcanzan actualmente máximos históricos, como el Nasdaq, que se ha revalorizado el 47,58% en 2020. Y el comienzo de 2021 está siendo eufórico.

Podría aducirse que las cifras de la economía ven el pasado, pero que los mercados miran al futuro y que los inversores han dado por hecho que la pandemia es algo transitorio. Además, al calor de las subidas muchos inversores minoristas se están incorporando. También quieren un trozo del pastel. Ya era una tendencia antes del virus, pero ahora se ha acentuado. No siguen la estrategia clásica de comprar y mantener, sino que operan a través de las redes sociales y las nuevas plataformas on line, con costes de transacción casi nulos. En estas semanas pasadas hemos visto cómo mueven el mercado cuando lo hacen de forma masiva y organizada.

Lo cierto es que no hay muchos sitios para llevar el dinero. La actuación de los bancos centrales está empujando a los inversores hacia las acciones, que son los únicos activos que ofrecen algo de rentabilidad en un mundo de tipos de interés negativos. Las valoraciones que se están alcanzando son demasiado altas. El indicador Buffett ha registrado un máximo de 13 años: las acciones mundiales ahora equivalen al 122,4% del PIB mundial, la mayor sobrevaloración desde la crisis financiera.

Los bancos centrales llevan una década comprando masivamente activos financieros, y con la pandemia de forma desaforada. Se metieron en esta dinámica y no saben ni a dónde puede conducirles y ni siquiera si llegará el momento en que puedan detenerse. Y las bolsas bailan más al ritmo de los bancos centrales que al de los resultados de las empresas o las previsiones macroeconómicas. Société Générale ha calculado que el S&P500 y el Nasdaq se situarían un 50% y un 40% por debajo sin el QE de la Reserva Federal.

El FMI ya ha alertado: la diferencia entre los precios de los activos y las valoraciones basadas en los fundamentales está cerca de máximos históricos en la mayoría de los mercados de bonos y acciones de los países avanzados; el BIS, por su parte, ha remarcado la distancia entre las valoraciones de los activos de riesgo y las perspectivas económicas. "Es difícil cronometrar el final de esta espuma", afirmaba hace pocos días un director de un fondo de inversión. Y tanto. Lo mismo, mientras sigan los mercados nadando entre estímulos monetarios, la distorsión financiera exagerada siga persistiendo durante algún tiempo sin problemas. O no, porque en cualquier momento puede presentarse por sorpresa un evento que agite el frágil e inestable equilibrio actual y precipite la espuma drásticamente.

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