el poliedro

Tacho Rufino

Urbanidad sin complejos

Getafe da un paso necesario y sancionará severamente a escupidores, insultadores y malos comedores de pipas y chicleLos municipios deben ver a los incívicos como una fuente de ingresos: dos pájaros de un tiro

Una de las rémoras castradas y castrantes del (fantasma del) franquismo es considerar sospechosa de autoritaria y hasta de "fascista" -la palabra más manida y desustanciada de la época, por delante de "transversal"- cualquier tipo de represión sobre los ciudadanos, y no digamos sobre los ciudadanos jóvenes. No hablamos de reprimir cualquier comportamiento, sino aquellos que son indeseables y hacen daño a los demás. Este complejo contribuye a que los granujas, canallas, guarros y abusones campen por sus fueros. Incluso los ladrones y otros criminales: hemos sabido esta semana por La Vanguardia que el 90% de los detenidos en Barcelona por robo con violencia no entra en prisión, y aunque la capital catalana resulta ahora paradigmática de la dejación de funciones municipal que la ha llevado a sufrir un aumento del 80% de este tipo de delito desde el año pasado a este (un dato brutal), en todas las ciudades de España se da una impunidad que, si no evitable por completo, es intolerable. Del turista masivo hasta su álter ego, el chorizo que acude al panal de rica miel del guiri, pasando por la absoluta insuficiencia de medios policiales en la mayoría de los municipios, y no digamos los pequeños, y sobre todo aquellos en los que hay un grupo de yonquis o de rateros con currículum. A esa rata, quién la mata.

Antes de sentarme a escribir esto, he echado un rato buscando la voz "urbanidad" en las normativas municipales españolas. Que yo haya detectado, sólo en el Ayuntamiento de Andorra -que muy española no es que sea- existe una Ordenanza de Urbanidad con tal nombre. Espero que a usted no le dé sarpullido reconocer a la palabra en cuestión como "cortesía, comedimiento, atención y buen modo", como a define la RAE. Pero si prefiere el término más perifrástico y políticamente correcto, diremos que los ayuntamientos cuentan todos con una Ordenanza de Convivencia Ciudadana en Espacios Públicos. Otra cosa es que sirva para mucho, a la vista de la impunidad de hecho con la que cuentan un porcentaje de dueños de perros que hacen que su mascota deje en la calle, lo que nunca dejaría en un hogar que rezuma lejía perfumada (el cochino pata negra es aquella persona que es tan limpia en su casa como cochina en la calle). O a la vista de las puertas de entrada de institutos y facultades, un sembrado de colillas que pone en duda ciertas presunciones sobre los niveles educativos en esta tierra. O el destrozo y asco que a la vista y al alma produce la costumbre escupir en el suelo sin vergüenza ninguna (en realidad, es un acto de hombría barata), que muchos chavales han resucitado para el XXI, y no pocas chicas. Los chicles, en fin, que también escupidos sobre las aceras crean una mancha indeleble en las losetas.

A estas alturas, usted puede estar sintiendo que estos tres párrafos están quedando muy carcas. Con franqueza, no sólo me da igual, sino que tiene que hacérsela mirar; su tolerancia, digo. No es de recibo volver de Heidelberg o Vilnius alucinados con la limpieza de sus habitantes y calles. Con su urbanidad. Porque ser educado -se es educado, sobre todo, con los demás- es muy fácil, pero requiere un cierto entrenamiento en los automatismos y en evitar molestias a los demás. También esta semana, hemos creído percibir un rayo de luz en todo esto: el Ayuntamiento de Getafe ha publicado una ordenanza para sancionar severamente a los nuevos gargajistas, los masticadores de chicle y comedores de pipas más sucios, y la gente que insulta a otros: hasta tres mil pavitos del ala te pueden caer. Si no duele la conciencia, que duela el bolsillo; donde no rige la educación, deberá regir la sanción. A la par de la multa al pringao contribuyente, debe potenciarse esta fuente de ingresos municipales. Pero de verdad, no en el papel oficial. Hay dinero ahí, el mismo que poco respeto por lo común.

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