Análisis

Rafael Salgueiro

Universidad de Sevilla

Sólo estamos al principio de la crisis

Todo el mundo va a moderar su consumo, incluso aquellos con los ingresos protegidos como funcionarios o pensionistas, por lo que los efectos sobre la demanda no tardarán en notarse

El puente de San Telmo de Sevilla completamente desierto.

El puente de San Telmo de Sevilla completamente desierto. / José Ángel García

Creo que va a ser inevitable que quienes suscribimos este espacio semanal, y otras firmas destacadas de este medio, dediquemos nuestra contribución al análisis de una crisis que va a tener mucho más de económico que de sanitario. El número de fallecidos en España, según cualquier estimación no catastrofista, no va a superar a los fallecidos a causa de cáncer, tabaquismo o enfermedades del corazón; aunque el daño en la salud de las personas y la capacidad de atenderlas sea ahora, como debe ser, nuestra fuente de inquietud y nuestro motivo de búsqueda de noticias.

Permítanme una cercanía, tras tantos años de escribirles: mi madre está ingresada en Madrid, afortunadamente, bien atendida. Su ingreso ha sido por una neumonía, y como pueden ver por mi foto tiene ya bastante edad, así que se pueden imaginar la circunstancia. Querría estar con ella, pero ni puedo ni debería hacerlo. He de cumplir con el aislamiento, porque es la única forma efectiva que el mundo conoce para contener la extensión de la epidemia.

Este aislamiento, esta paralización, tiene consecuencias económicas severas e inevitables. No sabemos cuánto va a durar, pero sí que dos semanas parecen insuficientes. Un mes es el escenario más plausible que están manejando quienes producen estimaciones del impacto; las grandes consultoras globales, por ejemplo. Al parecer, el virus no lee el BOE y no sabe que el estado de alarma no puede prolongarse más de quince días sin autorización del Congreso, de modo que no se retirará por sí solo.

¿Qué supone este aislamiento? Pues que lo que creíamos hasta hace poco más de una semana, que la crisis se iba a limitar a un shock de oferta debido a la interrupción de las cadenas de suministro basadas en China ya no es válido. Estamos ante algo que puede convertirse en una crisis de demanda.

La fabricación en China se está reponiendo, aunque tardará en estar al 100%; basta con que las personas puedan volver a sus empleos y así lo están haciendo. Pero tendemos a contemplar a China sólo como un gran fabricante, olvidando que es también un consumidor de volumen descomunal y no sólo de materias primas: hierro, petróleo, cobre, etc. sino también de bienes de consumo, en no poca medida producidos por compañías occidentales. Nos dicen las estimaciones sobre China que el comercio había caído un 20% en enero y febrero respecto a los mismos meses en 2019, y que en febrero el desempleo se elevó a un 6% de la población activa, cuando en diciembre había sido el 2,5%. Este desempleo es el más elevado desde que se construye o se hace pública esta estadística. Y las noticias de la prensa china hablan de la modesta actividad en los grandes centros comerciales, incluso en zonas alejadas de la provincia donde se originó la epidemia.

Cualquier lector puede, pensando en sí mismo, en su comportamiento tras la cuarentena, darse cuenta de que más allá de algunas celebraciones de reencuentro, vamos a moderar nuestro consumo. Incluso entre aquellos protegidos que conservamos los ingresos por ser funcionarios o pensionistas, o para aquellos cuyo puesto de trabajo no sea susceptible de una regulación temporal. El consumo no realizado en estas semanas, incluido el que pudiere estar relacionado con las vacaciones de Semana Santa, no se va a recuperar. Más aún, creo que pasaremos semanas de prevención personal después de la "liberación", antes de acudir como antes a los establecimientos comerciales. E incluso repensaremos compras que nos parecían ineludibles y el aislamiento nos impidió. ¡Vaya, se podía vivir sin eso! Eso sí, colas en las peluquerías seguro que habrá.

Y esto sin contar con las decenas, sino centenares, de miles de personas que ya están viendo mermados sus ingresos. Propietarios de establecimientos obligados al cierre, prestadores de servicios personales de todo tipo, autónomos de buena parte de sus ramas de actividad, empleados en establecimientos que no pueden abrir, empleados en fábricas detenidas a causa de la falta de suministros y porque tampoco hay un canal efectivo a través del cual vender –los automóviles, por ejemplo, electrodomésticos, confección, entre muchos otros bienes–.

Una cuenta muy grosso modo sobre el impacto en la economía española, teniendo en cuenta nuestra estructura productiva que detalla la Contabilidad Nacional del INE, y las actividades de servicios e industriales afectadas, permite pensar que un 60% de nuestra economía va a estar paralizada durante un mes. Nuestro PIB no desestacionalizado es del orden de 100.000 millones de euros mensuales, por lo cual la parálisis se traduce en 60.000 millones menos de PIB en 2020, salvo un crecimiento más allá de lo esperado en los siguientes trimestres. Algunas entidades con Fitch o Goldman Sachs estiman, a día de hoy, contracciones más moderadas: un crecimiento negativo del orden del 1%. Ojalá tengan razón. Respecto a la economía mundial, las consultoras y bancos de inversión coinciden en dibujar tres escenarios según el momento de contención: final de marzo, segundo trimestre, o persistencia hasta el tercer trimestre, pero es que el caso base es una recesión.

Como es natural, los gobiernos están adoptando medidas para contener la crisis. Pero todos ellos, empezando por el nuestro, están dedicados a la "adición creativa". El Gobierno de España utiliza el eufemismo propagandístico de "movilizar" 200.000 millones, de los que no dispone ni en sueños. Pero sí hace lo adecuado en facilitar la tramitación de las regulaciones temporales de empleo y en dar cobertura a las prestaciones por desempleo, aunque no se haya alcanzado el derecho a percibirlas y no computando el desempleo que se consuma. Menos mal que no le había dado tiempo a modificar la flexibilización introducida en la pasada reforma laboral. Y también hace lo adecuado facilitando avales públicos que, al menos, facilitarán que las empresas puedan obtener créditos; pero crucemos los dedos para que los prestatarios no caigan en falencia, porque no va a ser fácil para el Estado hacer honor a la garantía.

No obstante, el real decreto de apoyo a la economía demuestra que se han analizado una gran cantidad de situaciones posibles y es meritorio el trabajo de identificación y remedio que han hecho los ministerios que tienen competencias de verdad. Es para mí una pena que el departamento de propaganda del Gobierno haya centrado la atención en una cifra irreal, velando el resto del contenido de la disposición.

Finalmente, por si había dudas sobre la conveniencia del euro y de pertenecer a sus instituciones, reparemos en que el BCE ha dispuesto hasta 750.000 millones de euros para la compra de valores del sector público, de empresas y de bancos hasta final de 2020. Esto va a atenuar el coste del servicio de la deuda, que inevitablemente se va a elevar, porque tendremos que emitir más de lo previsto y a un mayor precio.

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