Análisis

Fernando Faces

San Telmo Business School

Recesiones autoinfligidas

La prolongada inestabilidad política puede conducir a España a un decrecimiento de la economía, como consecuencia de la falta de continuidad en las reformas estructurales.

El presidente del BCE, Mario Draghi.

El presidente del BCE, Mario Draghi. / RONALD WITTEK / Efe

La responsabilidad de los gobiernos es potenciar las fases de auge y retrasar o suavizar las de desaceleración. Pero cuando contamos con políticos , que no tienen los conocimientos y la competencia suficientes, o que anteponen los intereses personales o de partido a los del bienestar de sus ciudadanos, puede ocurrir que sean ellos, con sus decisiones políticas, los que provoquen o transformen una desaceleración cíclica benigna en una gran recesión. Estaríamos frente a una recesión autoinflingida.

Esto es lo que está ocurriendo tanto a nivel global como nacional. Los ciclos económicos no mueren de viejos, la mayoría de las veces acaban asesinados por políticas y políticos irresponsables. España no es una excepción. Después de varios años sin Gobierno nos enfrentamos a unas nuevas elecciones. Cuatro elecciones generales en cuatro años. Años de inmovilismo, en los que no se ha acometido ninguna de las reformas estructurales necesarias para superar los desequilibrios fundamentales del país. España ha estado creciendo a una tasa que duplica la media de la Eurozona. Pero desde el año 2015, España está paralizada, con gobiernos débiles e incapaces de continuar con las reformas.

Los vientos están cambiando. Los estímulos de la última reforma fiscal se están agotando, la revalorización del euro frena las exportaciones, el comercio mundial se desploma y la política monetaria está perdiendo eficacia. El entorno económico mundial se está deteriorando. La Eurozona roza el estancamiento. Alemania, Italia y Reino Unido están entrando en recesión. China, a pesar de los impulsos monetarias y fiscales, reduce su crecimiento por debajo del 6%. Los países emergentes se desaceleran y sus monedas se deprecian. Un Brexit duro amenaza a Europa.

Además, el endeudamiento global sigue creciendo y las políticas monetarias de los bancos centrales están perdiendo eficacia y creando burbujas. La mayor amenaza es la guerra arancelaria de China y EEUU.

Frente a una recesión autoinfligida

La inestabilidad política puede conducir a España a una recesión autoinflingida. El Gobierno Español ante este escenario de incertidumbre y desaceleración responde con el inmovilismo político, la ausencia de reformas, el fracaso de las fuerzas políticas para formar un nuevo Gobierno, y la convocatoria de nuevas elecciones. Mientras tanto la desaceleración de la economía española amenaza con convertirse en recesión. Las exportaciones, que han sido la clave de la recuperación, se están desacelerando desde el 5% interanual en 2017 hasta el 1,5% en 2019. La incertidumbre y la debilidad de las exportaciones han causado que la inversión empresarial se haya desplomado hasta una tasa negativa del -1.56%. La caída de las exportaciones y de la inversión están afectando al ritmo de creación de empleo que se reduce desde el al 3,2% al 2,4%. Los dos principales motores de nuestra economía , el consumo de las familias y los de servicios, pierden dinamismo. Según el Banco de España, los resultados y beneficios empresariales han empezado a debilitarse y el ritmo de creación de empresas a descender. El saldo de la balanza en cuenta corriente se ha reducido drásticamente. Andalucía gracias a la construcción , al sector turístico y a la menor dependencia de las manufacturas se está desacelerando más suavemente que el resto de España.

Nuevas políticas para un nuevo mundo

Si ampliamos la perspectiva comprobamos que la globalización, las nuevas tecnologías y las nuevas redes de comunicación están provocando una gran disrupción global. Un nuevo paradigma está emergiendo y está transformando el mundo en todas sus facetas: la conquista y el reparto de poder, las nuevas formas de democracia representativa, la innovación y digitalización de los procesos de producción , distribución y creación de valor, nuevas necesidades de consumidores, nuevas formas de comunicación a través de las redes e, incluso, nuevos conceptos de valor y verdad. Adaptarse a este nuevo paradigma exige una gran capacidad de reflexión, análisis, diagnóstico y transformación. Por esta razón los gobiernos no puede eludir la necesidad de las políticas de fondo, de las reformas estructurales. Como consecuencia de la brevedad de los mandatos de los gobiernos, los dirigentes políticos suelen ser partidarios de políticas blandas, de resultados a corto plazo, cuyos beneficios políticos se pueden recoger dentro del horizonte temporal de su mandato. Son políticas que atacan los síntomas, pero no las causas. Por esta razón la mayoría de los gobiernos occidentales han optado por las políticas monetarias y fiscales para combatir la recesión, olvidando las políticas estructurales cuyos resultados suelen ser a medio plazo. En el inicio de la gran recesión hubo una gran cooperación en el G-20 para una aplicación coordinada de políticas fiscales y monetarias expansivas. Las reformas se limitaron al sistema financiero y bancario internacional.

Pronto hubo que abandonar las políticas fiscales expansivas cuando los déficits y la deuda pública se hicieron insostenibles. Sobre todo en España y Europa del sur. A partir de ese momento, la política monetaria y los bancos centrales trabajaron en absoluta soledad. Pero ni las políticas monetarias, ni los bancos centrales son omnipotentes cuando hay que hacer frente a profundas transformaciones estructurales. Mario Draghi, presidente del BCE, predicó la necesidad de la reformas. Los gobiernos del sur de Europa no le hicieron caso. Con el dinero abundante y barato del BCE podían seguir endeudándose sin límite, sin necesidad de acometer ningún tipo de reformas. España fue en una excepción, implantó la reforma laboral y bancaria, ante las exigencias de Bruselas por el rescate de la banca Española. La política monetaria de creación de liquidez sin límite acabó generando daños colaterales en forma de burbujas en los mercados financieros e inmobiliarios. También propició que las empresas acometieran proyectos marginales de baja rentabilidad. Cuando el dinero es gratis cualquier inversión o proyecto es rentable. El problema es que cuando vuelven a subir los tipos de interés los proyectos son inviables. El declive de la productividad española está muy ligada a grandes proyectos de baja rentabilidad financiados dinero abundante y barato.

Desgraciadamente el tiempo de las reformas estructurales se está acabando. Ante la proximidad de una nueva recesión interesan más las políticas fiscales cuyos frutos se recogen a corto plazo. En su última comparecencia Mario Draghi, tras anunciar un nuevo paquete de estímulos monetarios pidió a los gobiernos que abordaran con urgencia políticas fiscales expansivas de incremento del gasto público para así poder evitar o suavizar la próxima recesión. Esta vez no habló de reformas estructurales, ya era tarde. Los países del sur de Europa, entre ellos España, no podrán a atender la llamada de Mario Draghi. España tiene el déficit estructural más alto de Europa y una deuda pública que se aproxima al 100% del PIB. Pero tarde o temprano, el nuevo Gobierno de España tendrá que comprometerse con la reformas estructurales pendientes: el sistema de pensiones, la financiación autonómica, la eficiencia de la administración, el mercado único nacional, la liberalización de los mercados, la digitalización y nuevas infraestructuras tecnológicas, la transición energética, y un gran pacto de Estado por la educación. Nunca fue tan necesario un Gobierno estable, moderado y responsable.

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