Análisis: José María O’Kean, catedrático de Economía de la Universidad Pablo de Olavide

Nadie nos gobierna: crecemos

  • España mantiene una economía al alza a pesar de no disfrutar de un Ejecutivo estable desde 2015 y estar en una permanente campaña electoral.

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. / J. J. Gillén (Efe)

SÍ, ya lo sé, parece que el título parece una broma, pero si lo pensamos bien es así. El primer gobierno del Partido Popular, que tenía mayoría absoluta, se inició en 2012 y tuvo que enfrentarse a la crisis. Fueron dos años de decrecimiento económico en 2013 y 2014 y un tercero, 2015, de crecimiento débil con un desempleo extremo. En diciembre de 2015 se convocaron elecciones y prácticamente desde entonces no hemos tenido nadie que nos gobierne: gobierno interino, nuevas elecciones en 2016, gobierno en minoría del PP, moción de censura, cambio de gobierno en junio de 2018 y ahora nuevas elecciones en unas semanas. Aprobamos los presupuestos de 2016, que se prorrogaron en 2017, y en 2018 el gobierno del PSOE aprobó el presupuesto elaborado por el PP que actualmente está nuevamente prorrogado. Se podría pensar que España es un país sin gobierno, a la deriva, incapaz de afrontar sus retos. Pero no. Crecemos. Un 3,6% en 2015, 3,2% en 2017, 3,0% en 2017 y un 2,5% en 2018.

Pensábamos que en el cuarto trimestre de 2018 la economía española iniciaría la recesión anunciada o la suave ralentización como a veces la llamamos. Sin embargo, en los trimestres anteriores la economía española creció un 0,6% y en el cuarto lo hizo un 0,7%, cuando los principales países europeos, con Alemania a la cabeza, se desaceleraban. Posiblemente, dijimos, se ha retrasado el ajuste y en el primer trimestre de 2019 vendrá el parón, pero parece que creceremos otro 0,7% y en los últimos días se marzo, según el indicador del AIReF, se está generando más actividad. Volvemos pues a crecer, una vez que se convocaron elecciones generales y sabemos que vamos a estar varios meses sin gobiernos, dado el previsible resultado electoral sin mayorías claras, que retrasará probablemente la formación del gobierno. Cuando, además, estaremos en pocas semanas sumidos en elecciones municipales y autonómicas que exigirán pactos de gobiernos poliédricos.

Llevamos cuatro años sin gobierno y crecemos más que nadie en la Unión Europea. Los europeos deben estar atónitos y nos dejan a nuestro aire, ni nos exigen cumplir el pacto de estabilidad, ni nos obligan a reducir el déficit público, ni las reformas estructurales, ni nada de nada. Seguimos haciendo una política fiscal expansiva, ahora a golpe de viernes sociales, después de presentar unos presupuestos imposibles que no fueron aprobados por los partidos independentistas, que puede que nuevamente decidan la composición del próximo gobierno. Y España sigue funcionando, exportando, el consumo interno fuerte, los turistas viniendo y los empresarios acostumbrándose a vivir con la incertidumbre o quizás con la certeza de que nadie nos gobierna y el entorno económico no empeore.

Vamos al tran ,tran, como se dice en el mus. Sacando adelante la partida sin cartas, esperando que venga una mano ganadora que no termina de llegar, esperando que nos entren unas cartas que no están en la baraja. Sin estrategia de país, sin saber qué será de nosotros en los próximos años. Entramos en campaña electoral y nadie nos dice qué visión tiene de nuestro futuro, no vaya a ser que le cueste votos en un país que no quiere cambiar. Tenemos que hacer grandes reformas y somos incapaces de ponernos de acuerdo en nada. Intentamos recuperar el espíritu de los años de transición sin darnos cuenta de que, entonces, casi todos los proyectos nos unían, mientras que ahora todo nos divide, todo nos endemonia, nos radicaliza. Vivimos además la sociedad del escándalo, porque sólo el escándalo capta nuestra atención y los medios de comunicación nos dan escándalos para captar audiencias. Y así entramos en la catarsis en la que estamos, nos estamos purificando contemplando la tragedia. La tragedia humana de la cárcel, de la corrupción, de tantos famosos que, como juguetes rotos, desaparecen de la escena. Así nos purificamos, nos convertimos en un pueblo mejor, más serio, pero más intolerante. Y mientras, hacemos cada uno los que debemos, nos levantamos por la mañana y trabajamos cada vez con más rigor, los empresarios invierten y crean empleo si les dejan, los turistas vienen y disfrutan de nuestra calidad de vida, de nuestra naturaleza, de nuestro patrimonio, de nuestra cultura, de nuestra amabilidad y seguimos creciendo. Crecemos de forma anárquica, sin proyecto común, sin desafío conjunto, cada uno buscando sus propios intereses, solucionando nuestros propios problemas de forma incansable, sin desánimo, con buen humor y disfrutando de la vida según nuestras posibilidades. Mirando de reojo no vaya a ser que se forme un gobierno que en vez de ayudarnos a crecer nos haga la vida imposible.

Deberíamos reflexionar sobre lo que podríamos conseguir si tuviéramos una estrategia común para el futuro, una visión única de cómo vivir los próximos años todos juntos. Deberíamos pensar en lo que podríamos conseguir si quienes nos pretenden gobernar entendieran que cada vez que se insultan o se faltan el respeto dentro y fuera del parlamento contribuyen a crear una sociedad peor, una población dividida, unos jóvenes menos tolerantes.

Indudablemente, si Alemania y Francia se paran nos pararemos también nosotros, pero, mientras tanto, nadie nos gobierna: crecemos.

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