Firma del RCEP entre países asiáticos

Firma del RCEP entre países asiáticos

Seguro que muchas veces ha leído esto: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”. Es de Ignacio de Loyola, está escrito en sus Ejercicios Espirituales e, igual que yo mismo, sin haber leído la frase completa, quizá haya entendido que llamaba a no actuar hasta que hubiese pasado la tormenta. Sin embargo, la frase completa es otra, con un sentido bien diferente al habitualmente entendido. Continúa así: “mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación”.

La desolación es una epidemia que parece salida de un guión de película apocalíptica y cuyas consecuencias económicas y en los comportamientos sociales todavía estamos lejos de poder calibrar. Todas las estimaciones que se manejan parten de la suposición sobre el momento en el que, gracias a una vacunación masiva, seremos capaces de restablecer las formas de relación personal y profesional en las que habíamos vivido.

Desde luego, algunas de las nuevas formas de trabajo y de reunión permanecerán, porque son mucho más eficientes de las que eran habituales, por ahorro de tiempo y de gastos de desplazamiento que se han mostrado innecesarios. Y la enseñanza también está incluida en las nuevas formas.

Llevábamos haciéndolo casi de la misma forma que cuando Fray Luis retomó con el “Decíamos ayer”, cuando los nuevos medios de acceso a la información (y al conocimiento, si se sabe discriminar) y la rapidez de los cambios de todo tipo determinan que nuestra misión es “enseñar a aprender”. Permítanme que aluda a mi experiencia personal, la de la mi asignatura Comercio y Relaciones Internacionales de los países de Asia Oriental, una asignatura de un grado común de las universidades de Sevilla y Málaga.

Imagine por un momento cómo era mi programa hace ocho o nueve años, en el que casi bastaba ir señalando la creciente emergencia de China, la entonces parálisis de Japón, el sorprendente progreso tecnológico de Corea del Sur, los pros y los contras de la globalización y, si me lo permiten, el confort de la Unión Europea. Y Estados Unidos por su cuenta, ejerciendo el papel que asumió de garante de algunos bienes comunes.

Pocos años después, se hicieron objeto de estudio, durante el mandato del presidente Obama, las negociaciones para los acuerdos transatlántico y transpacífico. El primero, el TTIP, con nosotros, los europeos. El segundo, con países del pacífico americano y asiático. En esos años, también hube de llamar el interés de los alumnos por una inesperada iniciativa china que, anunciada en 2013, no comenzó a trascender hasta finales de 2015, cuando comienza a adquirir velocidad de crucero. Me refiero, estaba claro, a la Nueva Ruta Terrestre y Marítima de la Seda (también La franja y la ruta u OBOR o BRI por sus siglas en inglés), llamada a producir transformaciones en no pocos de los países adheridos: más de 130 actualmente y de todos los continentes, incluido el nuestro. Naturalmente que hay críticas a la iniciativa, no pocos inconvenientes e incluso dificultades sobrevenidas para algunos países que han aceptado una financiación externa cuyo servicio no está siendo fácil. Pero es una iniciativa transformadora del mundo que conocíamos y dábamos por hecho en 2010, cuando ya habíamos asumido la emergencia de China, años antes, y estábamos superando una crisis financiera (financiera sólo en su manifestación más evidente y en su desencadenante, en mi opinión).

Bien, parecían avecinarse tiempos de continuidad, al menos en mi programa docente; es decir, el movimiento del mundo según la tendencia. Pero hete aquí que se produce algo inesperado: una persona, sin experiencia política previa y al margen de los postulados de su partido, se hace con la presidencia de Estados Unidos y con el lema de hacerlos grandes de nuevo; aunque el again (otra vez) más bien pareciese alone (solos), a tenor de su pensamiento, de sus manifestaciones y de sus acciones respecto al comercio internacional. Se suspendió la negociación del tratado con la Unión Europea, el mencionado TTIP, se autoexcluyó del tratado del Pacífico (hasta entonces conocido como TTP), y se renegociaron los términos del NAFTA, el tratado comercial de América del Norte, ahora reformulado como T-MEC y que entró en vigor en julio de este año. El TTP, por su parte, ahora TPP-11 o CT-TPP, fue suscrito en 2018 por los restantes países negociadores, con la ausencia de EEUU.

En definitiva, tiempos continuados de cambio en muy pocos años. Y en los más inmediatos parecía que el multilateralismo estaba convirtiéndose en una orientación del pasado, dado que la gran potencia americana ya no lo animaba, como había hecho desde hacía decenios. La Unión Europea, sin embargo, ha sido perserverante porque la facilidad de comercio es crucial para las economías europeas. Nuestro saldo negativo en exportaciones de bienes era minúsculo en 2019 y el saldo de los servicios es claramente positivo. En los últimos años hemos suscrito acuerdos de diferente alcance, hasta llegar a la suma de 44 tratados relacionados con el comercio. Los más recientes han sido con Mercosur (2019, cuyas conversaciones se habían iniciado en 1999 y padecieron interrupciones), Japón (2018) y Canadá (provisionalmente en vigor desde 2017), y estamos negociando un acuerdo sobre inversiones con China. Lástima que el TTIP no ha llegado a ver la luz.

Como en el ámbito internacional no hay lugar para el vacío, como la UE no acaba de ser capaz de asumir una posición de liderazgo y como Rusia está lejos de poder alcanzar sus aspiraciones, el hueco dejado por EEUU ha venido siendo ocupado por China, que se ha hecho abanderado de la libertad de comercio y del apoyo a instituciones internacionales de las que se alejaban los norteamericanos. Pero el interés de Xi Jiping, en mi opinión de lego en política china, no es sólo la facilidad para las exportaciones de su país. Éstas han cumplido con su función de ayudar al crecimiento y seguirán siendo descomunales, pero China se está orientando hacia el estímulo de su consumo interno, el de sus clases medias o de renta baja, no sólo el de los millones de personas adineradas. Y esto está trayendo varias consecuencias: elevación de los salarios, como camino a una renta personal mayor de las personas, que se ha de soportar en producciones de mayor valor añadido (Plan Made in China 2025); deslocalización de algunas producciones hacia países con menores costes laborales (Myanmar, Vietnam, etc.); y mayor facilidad para las importaciones, de lo cual es muestra el China International Import Expo que se celebra en Shangai desde 2018, casi una feria comercial al revés. La mayor de esta naturaleza del mundo y en cuya génesis no puede desconocerse un interés gubernamental en que los importadores chinos conociesen nuevos proveedores no norteamericanos. Pero creo que hay otra razón de fondo en el estímulo de Xi Jinping a la apertura al exterior. Y es que, a lo largo de su historia, China se cerró sobre sí misma varias veces, y en ninguna le fue bien. La última, desde el comienzo del mandato de Mao Zedong hasta el comienzo de las reformas impulsadas por Den Xiaoping en 2018.

La realidad es que la política de Trump no se ha traducido en una reducción del saldo comercial negativo de Estados Unidos; de hecho, el mayor déficit comercial de su historia se ha registrado, precisamente, en 2019. Y el error de su política comercial internacional se ha evidenciado con toda claridad hace apenas dos semanas: el día 15 de noviembre se ha firmado un acuerdo comercial trascendente entre países asiáticos. Un acuerdo que determina, siguiendo con lo que decía más arriba, un nuevo cambio en la forma en la que debemos de contemplar el mundo. Este acuerdo es el RCEP por sus siglas en inglés, la Asociación Económica Integral Regional. Ha sido suscrito por los diez países de ASEAN (países del Sudeste de Asia), China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, y es el primer tratado entre alguno de los países firmantes. India salió de la negociación hace algún tiempo y, en números redondos, suman casi un tercio de la población y del PIB del mundo. Su comercio interno en 2019 fue de casi dos billones de dólares, importan del resto del mundo 4,9 billones de dólares, y tienen un saldo comercial positivo de 0,5 billones de dólares. Ocasión habrá de analizarlo con detenimiento, pero baste con reparar en que en tiempos de incertidumbre esos países no han hecho mudanza, sino que se han mantenido en su propósito: Que el nuevo meridiano cero sea el del Estrecho de Malaca.

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