Tribuna Económica

gumersindo ruiz

Jugando con la vida de los jóvenes

Hace un tiempo mi nieto mayor, que tendría unos siete años, cuando estaba jugando en la tablet a un videojuego que se descargaba gratis, se quedó sin puntos y me pidió: "Abuelo, ¿podemos comprar dos euros de puntos para seguir?" "No -le dije-, se juega sólo por diversión, y nunca se apuesta o se pone dinero". Como es muy bueno no insistió, pero me hizo pensar en lo fácil que es llevar a los niños a jugar dinero on line, por dos motivos principales: uno, la compulsión que consiguen crear los videojuegos; y otro, que el dinero virtual no tiene realidad para el niño, y quizás tampoco para muchos adultos.

Aquí el juego lo controla la Dirección General de Ordenación del Juego, que depende del Ministerio de Hacienda; realizan algún estudio clínico sobre la adición al juego, pero son antiguos y no llevan a propuestas concretas sobre el problema. Los gobiernos son permisivos con el juego porque proporciona impuestos y genera empleo, y no tenemos que ir muy lejos para verlo, pues en Andalucía obsesiona -en nombre del empleo- la relación con Gibraltar, donde cerca del 20% de su producción viene del juego on line. En este caso poco nos ha aportado Gibraltar, pues la zona limítrofe con la colonia es de las más pobres y con el paro más elevado de Europa.

En España el dinero perdido en juego -deducidos bonos y premios- es de 700 millones al año, que sube un 25% en un año, y afecta a 1,5 millones de personas; los gastos de marketing están en 328 millones, con un crecimiento anual del 48%. Aunque la publicidad está regulada, es muy peligrosa cuando se vincula a los deportes, como algo divertido para quién sigue a un equipo o un campeonato; la única forma de hacer frente a esta publicidad que sufre la gente joven y clases más vulnerables de nuestra sociedad, sería tratar el juego como un problema de salud pública. Las cifras para niños afectados por el juego son, según la OCU, alrededor del 16% de la población entre 11 y 16 años, y en Gran Bretaña se cuantifica en cerca de medio millón de niños en ese tramo de edad. No es algo para que lo controlen las familias solas, sino que el Estado, las empresas de juego, los medios de comunicación, los equipos y deportistas, tienen una responsabilidad a la que no están respondiendo. Por otra parte, los inversores que siguen criterios ESG (Environment, Social, Governance), excluyen entre otras a empresas del sector del juego, y aunque insuficiente, señalan hacia una nueva moralidad en los negocios.

Pero lo más importante es cómo famosos prestan su imagen al juego, incluso un ex ministro se ha vinculado a una de estas empresas, que necesitan la legitimidad que dan personas conocidas. No se debe jugar con la imagen de uno, y habría que recordar las palabras del presidente Harry Truman cuando dijo al terminar su mandato, ante las ofertas que le hacían, que "su nombre no estaba a la venta, ni iba a cobrar comisiones o dinero por recomendaciones comerciales, favores económicos, o escribir cartas o llamadas de teléfono". Como Truman tenía escasos medios económicos, el Congreso de los Estados Unidos, avergonzado por su situación, aprobó una pensión para los presidentes, aunque parece que a ninguno le ha hecho falta desde entonces.

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