Economía

Caixabank, Banco Sabadell y Quebec

  • Los procesos separatistas de la región canadiense, que tuvo dos referéndums, provocaron un declive económico por el traslado de bancos y empresas que aún hoy continúa

Caixabank, Banco Sabadell y Quebec

Caixabank, Banco Sabadell y Quebec

Aprincipios de la década de los 60, Montreal era la capital económica de Canadá. La diversidad y tamaño del sector financiero eran extraordinarios. Bancos, compañías de seguros, dos bolsas de valores y brokers tenían sus sedes corporativas en Montreal haciendo de ésta la capital económica y financiera del país.

Royal Bank of Canada, Bank of Montreal -los dos mayores bancos-, Sun Life -la mayor compañía de seguros- dos Bolsas de Valores -Montreal Stock Exchange y Canadian Stock Exchange-, entre otros cientos de empresas financieras que operaban en esos sectores, componían un panorama brillante y prometedor. Las mayores compañías de explotación de recursos naturales -incluyendo el petróleo- tenían también sus sedes en la principal ciudad de Quebec. Toronto era la segunda capital económica del país.

El sector industrial también prosperaba. Siderurgia, maquinaria, material ferroviario, alimentación o textil eran todos sectores pujantes y con importantes empresas con sede en Montreal.

Canadian National y Canadian Pacific Railways -las dos mayores empresas ferroviarias- tenían su sede central en la misma ciudad. Además, la construcción del canal del río San Lorenzo conectó el puerto de Montreal con el mundo, más allá de la región de los Grandes Lagos.

Lo que siguió después del referéndum de 1980 -y, posteriormente, en 1995- fue una época de declive económico respecto del resto de provincias canadienses, que todavía hoy continua. Con un nombre que no conduce a la duda, el Bank of Montreal movió su sede a Toronto. Igualmente lo hicieron el Royal Bank of Canada y la mayor compañía de seguros, Sun Life.

Las tensiones políticas asociadas a la lengua y el problema de la soberanía en Quebec, provocaron un éxodo -en dos oleadas separadas por 25 años- hacia el resto de provincias, principalmente a Ontario, donde se sitúa Toronto. Las personas con mayor nivel de formación y riqueza, abandonaron la provincia francófona. Las primeras, por la presión pública y en los puestos de trabajo por el uso del francés; las segundas, por miedo a perder sus ahorros ¿Quién iba a confiar, para depositar sus ahorros, en un banco que estaba amenazado por la retirada masiva de depósitos? ¿Quién iba a suscribir una póliza de seguro a largo plazo, con una compañía que incurría en un alto riesgo político por la amenaza de la secesión?

Las estimaciones apuntan a que, después de las dos oleadas de nacionalismo radical, Montreal solo retiene en la actualidad -respecto de lo que tenía- la tercera parte de sedes centrales de grandes empresas. Esto ha implicado la pérdida masiva de capital humano altamente cualificado, mejor pagado, más innovador y con mayores capacidades de transformación de la actividad económica.

Pero el daño no queda ahí. Cientos de compañías -grandes y pequeñas- que ofrecen servicios de consultoría, auditoría, legal, financiera, publicitaria o tecnológica también se han marchado a Toronto, que ha ido recibiendo a todas esas empresas que han volado desde Montreal. Esas compañías también cuentan con personal altamente cualificado y salarios elevados.

Canadian Stock Exchange terminó cerrando, mientras que la otra bolsa de valores -Montreal Exchange- perdió la mayor parte de su volumen en favor de la bolsa de Toronto. Air Canada también cambió su base principal hacia la capital de Ontario. El nuevo aeropuerto de Montreal, Mirabel, fue un fracaso. Aunque algunas industrias prosperaron -especialmente la aeronáutica y ferroviaria Bombardier-, la competencia asiática asestó un duro golpe tanto a la industria pesada como a la ligera, ubicadas en Quebec. Las pérdidas del sector industrial contribuyeron de manera notable a la reducción del gasto en I+D.

A finales de los setenta, con el primer triunfo del Parti Québécois -nacionalista radical- todo el panorama de futuro empeoró. El éxodo de talento y de riqueza provocó el hundimiento del sector inmobiliario, agravando la crisis económica. Miles de casas se pusieron a la venta sin que encontraran compradores.

La pérdida de población ha sido continua. Durante las tres últimas décadas, la provincia de Quebec ha ido perdiendo 16.000 habitantes cada año, que se han mudado a vivir a Ontario y a otras provincias; pérdida de población significa menor gasto, menor inversión y menor tasa de crecimiento relativo. Casi medio millón de personas han abandonado Quebec.

El gobierno provincial ha diseñado varios planes para atraer inversiones, formar profesionalmente a inmigrantes e integrarlos en la sociedad. Pero se han encontrado con dos problemas. En primer lugar, la base fiscal ha quedado tan reducida que las autoridades provinciales se han visto incapaces de financiarlos. Y, en segundo lugar, las exigencias de dominio del idioma francés y la escolarización obligatoria en esa lengua. Una investigación llevada a cabo por Boston Consulting Group, pone de manifiesto las limitaciones para atraer talento derivadas de las exigencias de dominio del francés.

Las pérdidas de empleo cualificado provocadas por la amenaza secesionista no han sido compensadas por el empleo generado por empresas locales. Quebec sufre ausencia de emprendimiento local. Pero ¿quién va a crear una nueva empresa en un entorno de amenaza permanente de secesión? Los emprendedores necesitan buenas expectativas para crear una empresa. Los potenciales emprendedores de lengua francesa o no emprenden o se marchan a Toronto, Chicago o San Francisco, buscando entornos mucho más favorables para sus actividades.

Los efectos tan negativos sobre la economía de Quebec no se derivan solo de la celebración de dos referendums; es la amenaza permanente la que ha dado lugar a un clima que llaman en Canadá neverendum, palabra inventada que podemos traducir como el referéndum de nunca acabar.

Cataluña cuenta con las sedes de varios importantes bancos, compañías de seguros y otros sectores de servicios relevantes, que tienen la mayor parte de su actividad en el resto de España. Algunas de esas empresas -singularmente el Banco de Sabadell-, ya han comentado públicamente los planes de contingencia que tienen preparados en el caso de que la secesión de Cataluña se produzca. Otras, guardan silencio o niegan que tengan preparado plan alguno, aunque la extraordinaria campaña publicitaria de la fundación la Caixa durante las últimas semanas, resulta reveladora.

Las lecciones desde el otro lado del Atlántico -una gran pérdida para la provincia secesionista y grandes ganancias para el resto- con unos efectos permanentes, a largo plazo, sobre la actividad económica, deberían servir de freno a la deriva independentista que se está produciendo en Cataluña. Y que las grandes empresas hablen en voz alta.

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