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Del torno hacia el entorno

  • 9.785 personas acudieron al estadio en el primer partido, por fin, con el acceso informatizado · El público expresó su enfado por la situación de forma evidente

Llevan el código de barras en su abono y en la sangre. Caminan con sus banderas y bufandas por pantanosos caminos (físicos y metafóricos) hasta llegar al teatro de sus pesadillas. Son el entorno.

Ese indefinido término es centro y patrón de toda controversia en (el) Córdoba. Comprende, sin distinción de clases, al jornalero y al abogado. Al resacoso imberbe y al aplicado opositor. Al que viste de marca y al que se disfraza de gamberro durante noventa minutos. Ricos y pobres. Sabios y torpes. Buenos y malos. Hombres libres.

O no. Porque ese entorno se mueve, en ocasiones, de forma armoniosa y acompasada. Si el vecino arremete contra fulanito, es que fulanito debe tener la culpa. Si lo hace contra zutanito, pues más de lo mismo. Juicio sumarísimo de prestaciones inmediatas y sentencia inequívoca.

El entorno señala, apunta y dispara en unos segundos. Luego piensa y siente. Y le duele. Y como le molesta al corazón, expresa su rabia de la única forma que comprende: en bramidos, en chanzas o en silencios atronadores que cortan el aire. Como fue el que acompañó al fatídico minuto 65 del encuentro de ayer.

Yordi les mató un poquito fallando, y en la siguiente jugada Agirretxe remachó la depresión acertando. Decadencia imprevista en analogías desafortunadas. ¿Cómo protestar mejor que con un coma prolongado? Una huelga de voces global. No se escuchaba nada y se oía todo. Al fondo llegaban los ecos de las sordas pisadas de Koki -la mascota que no ríe- y las palmas de ánimo que los héroes locales, ellos y sólo ellos, se podían regalar en esos momentos de incuestionable soledad.

Porque también el artista del balón se puede llegar a sentir huérfano en mitad de la multitud. Como presa de un vértigo irreverente que no le deja trabajar bien. Que no le permite demostrar que, durante la semana, ha vivido por y para esos noventa minutos.

El entorno atenaza, acongoja. Han pasado entrenadores por El Arcángel en tiempos muy recientes que han llegado a realizar sus alineaciones en función de ese entorno inquisitorial.

Ayer fueron muchos los deudores del imaginario popular. Quien ficha y quien manda. Quien juega en un lado y en otro. (Casi) Todos. Menos la señora de la limpieza, a la que el capitán Pierini exculpó (en un 90 por ciento) al final del partido de la responsabilidad en la trayectoria deportiva del equipo.

Pero no es tan grande como se cree. Ayer (y por primera vez) los tornos desnudaron en parte al entorno. Ni doce ni trece mil: 9.785 almas (menos los infiltrados del enemigo: unos cien) bulleron al mismo son. Se calentaron con el mismo fuego y se helaron con idénticos jarros de agua fría.

Pero el entorno, ese belcebú con mil caras y un único rostro al que mentan como en exorcismo fútil todos lo que ostentan el poder dentro del club, es humano. De cerebros y corazones puestos en personas que se levantan con el gallo y se acuestan con el grillo. Y que cada dos semanas vuelven con un firme propósito que es violado con la misma rapidez con la que transcurre un mundo en un partido.

Ayer, ese anhelo les reconcilió en un final trepidante. Por unos segundos, un cabezazo de quien luego les regañaría les haría olvidar. El perdón cuesta un gol, la reconciliación otra permanencia agónica, la paz duradera... Ésa sólo llegará cuando nunca peligre la paz irremediable: la de los muertos.

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