Córdoba-hércules · la crónica

Ya sólo le queda un reto: mejorar

  • El Córdoba sufre una dura goleada en El Arcángel y se sitúa como colista de la Liga Adelante · Un Hércules con personalidad destroza al final de la primera parte al conjunto de José González, que no encontró la fórmula

El fútbol puede tolerar a los malos pero no tiene piedad de los torpes. El Córdoba, obviamente, posee un equipo competente y capaz de generar ilusión. Pero resulta que hoy es el último de la Liga Adelante porque ayer, en un mal rato, fue atropellado por el Hércules en El Arcángel. Ahora sólo le queda repasar lo sucedido -sin obsesionarse, si es posible-, detectar los errores y mejorar porque, principalmente, por detrás no queda nadie. Seguramente se trate de una situación anecdótica, a la que muchos recurrirán como consuelo, pero que conviene no despreciar.

Aunque el cordobesismo podía amasar razones de peso para sentirse agraviado por el Hércules -un presunto error suyo pudo tener como efecto colateral el descenso blanquiverde-, los aficionados tributaron a los alicantinos una cariñosa ovación. Se acordaban, claro, del penalti errado por Abraham Paz que condenó al Cádiz. Y el central, ex amarillo, estaba allí ataviado con el uniforme rival. Qué extraños son los caminos del fútbol. Paz, que parecía no contar para la titularidad, formó en el once de Mandiá; Yordi, el goleador que vino para romper redes, se marchaba con muletas antes de iniciarse un duelo ciertamente morboso. Luego se confirmó que padece una rotura de fibras y estará un mes de baja como mínimo. Vaya palo. La ausencia del ariete de San Fernando y la presencia de Raúl Navas bajo el marco marcaron las notas más novedosas en la formación de José González, que empleó el día del debut liguero a más de la mitad del equipo que escapó de la Segunda B. Aquéllos héroes del Alcoraz siguen siendo el sustento de un grupo que late con más fuerza con ellos. Aunque ayer ni siquiera ese carácter indómito valió. De hecho, el ardor del Córdoba se diluyó en un desastroso tramo final de la primera parte.

Fue como ese juego de niños en el que los contendientes se retan con la mirada fija, manteniendo el gesto impertérrito, y en el que pierde el que primero se ríe. El secreto está en aguantar. Córdoba y Hércules se emplearon a fondo en un arranque áspero, casi impropio de un encuentro de debut jugado en una caldera del sur, a finales de agosto. Había tensión, pero más calidad en el Hércules. Tocar, tocar, tocar... Y, en caso de duda, falta. El pleito se interrumpía con demasiada frecuencia. José y Mandiá pedían orden y sus hombres trataban de acatar las consignas al pie de la letra. Pero sucedió que al Córdoba se le fue el santo al cielo y cometió el error fatal: se rió. Perdió. Raúl Navas, quizá deslumbrado, tocó para enviarlo a córner un disparo muy lejano de Farinós que se iba fuera. El saque de esquina provocó un tumulto en el área y Delibasic, valiente, metió la cabeza para batir al meta gaditano. Las caras se desencajaron. En cinco minutos, el Hércules le borró la sonrisa al Córdoba con dos guantazos del delantero montenegrino y el resto del partido fue pura carcajada alicantina ante un anfitrión descompuesto. El destrozo causado por el ex jugador de la Real Sociedad resultó irreparable, aunque los locales se afanaron en recuperar sus posibilidades de puntuar con una reacción que tuvo más apariencia que sustancia.

Al Córdoba se le notó tenso, sin soltura. Arteaga y Guzmán trataron de buscarse la vida por las bandas con desigual fortuna. El sevillano empezó con brío, pero entre los problemas de su equipo para trenzar las acciones de ataque y la contundencia de Expósito, que le castigó con saña, se fue apagando. En el otro flanco, Guzmán apareció algo más, aunque sin demasiado tino. El pacense desperdició una clara ocasión en el minuto 15 estrellando en el cuerpo de Calatayud un balón que le había servido, con un sutil toque de tacón, el siempre cumplidor Asen. En la punta, con Yordi fuera -su lesión parece el primer golpe bajo de la temporada-, le tocó a Gastón Casas protagonizar un combate peculiar con uno de los hombres del partido, el central Abraham Paz, compañero del argentino en el aciago curso pasado en el Cádiz. El ariete blanquiverde apenas pudo encontrar un resquicio ante el hostigamiento a que fue sometido por Paz, ansioso por desempeñar una buena tarde. Y, cuando lo hizo, la pifió. El ex del Huracán se encontró con un balón franco en el corazón del área, con Calatayud fuera del arco tras haber tratado infructuosamente de desbaratar una excelsa combinación entre Javi Flores y Guzmán. El bonaerense le pegó horriblemente y el esférico se perdió en el limbo. Sólo había transcurrido un minuto desde el gol y el desasosiego por lo que pudo ser y no fue contribuyó a desquiciar al conjunto de José González, que atravesó su fase más oscura. Que tuvo, para su desgracia, efectos letales. En el 35, tras un servicio magistral de Tuni -extraordinario futbolista, que ayer marcó diferencias-, Delibasic progresó por la banda derecha y ante la salida de Raúl Navas le picó con suavidad el balón, acompañándolo en la carrera para terminar de introducirlo con la testa en la portería local. Con banda sonora de pitos en la grada, el Hércules se envalentonó ante un adversario desconcertado. Raúl Navas sacó de forma milagrosa un remate de Delibasic, que de nuevo se paseaba a su antojo por el carril derecho de la zaga cordobesista. Un disparo cruzado con veneno del central Rodri y un trallazo de Sendoa que repetió el poste pudieron abrir aún más la fractura en el marcador. Con un lánguido cabezazo de Gaspar a las manos de Calatayud llegó el pitido que marcaba el intermedio, todo un respiro para el Córdoba.

José trató de dar consistencia al centro del campo con la salida de Ito en lugar de un desorientado Carpintero. El extremeño distribuyó mejor la pelota, pero su concurso apenas sirvió para dar un aspecto más aseado al juego de un equipo, el Córdoba, claramente desbordado por las circunstancias. Con el guión roto, no fue capaz de improvisar soluciones y se le hizo tarde demasiado pronto. El Hércules, que ya tenía algo que defender, retornó al campo con el papel bien aprendido. Esperar y ver. El Córdoba ya no podía permitirse el lujo de vivir del posible error del contrario, pues ya estaba penando por los propios. Obligado a arriesgar, lo hizo. Aunque no alocadamente, claro. Hasta en las tentativas de remontada se nota el sello del técnico gaditano, quien desechó la propuesta romántica de tocar a rebato y lanzarse todos como kamikazes para optar por una revolución ofensiva escalonada. Primero, en el 57, salió Cristian Álvarez por un extenuado Guzmán. Siete minutos después, relevó a Gastón Casas por Pepe Díaz, tratando de exprimir las virtudes del almodovareño como alborotador de situaciones adormecidas. Porque el partido, en esos momentos, discurría por los cauces de más pura ramplonería. Y con el declive del equipo cordobesista, preso de los nervios y castigado por el esfuerzo, llegó el descabello. Morán firmó el 0-3 y selló un partido difícil de digerir para un Córdoba para el que los últimos instantes fueron un quinario. El Hércules administró su gran renta sin ninguna dificultad, mostrando una estampa férrea y personalidad. Toda la que le faltó al Córdoba, que aún anda buscándose. Debe darse prisa en la tarea, porque tardes como las de ayer resultan difícilmente tolerables para una afición que se marchó desencantada. La gente tomó las bocanas de salida del estadio con resignación. El Córdoba es colista. Un dato de poca trascendencia a estas alturas del curso, desde luego. Pero qué feo.

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