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Todo se resume a una cuestión de protocolo

  • Con la llegada de los Juegos Pekín, queda patente lo difícil que resulta aunar dos culturas, a pesar de lo mucho que se intente

Un fallo de protocolo puede llegar a causar una guerra diplomática o desencadenar en el anfitrión o el invitado una reacción de risa contenida.

La etiqueta china le causó un disgusto a lord George Macartney, el primer embajador británico enviado para afianzar vínculos comerciales con el llamado Reino del Medio.

Llegado en 1793 a Chenged, Macartney pidió audiencia con el emperador Qianlong. Como representante del imperio británico, pensó en un trámite rápido. Fue todo lo contrario.

La etiqueta china exigía que el visitante ejecutara el koutou, que constaba de tres genuflexiones ante el emperador.

Lord Macartney no estaba dispuesto a hacerlo si los cortesanos del emperador no hacían lo mismo ante el retrato de su rey, Jorge III. La solicitud fue rechazada de manera inmediata.

El emperador rechazó los obsequios con que el embajador quiso convencerle de que se aliase con Inglaterra y dijo que en China tenían de todo y no necesitaba productos ingleses. Harto, el diplomático volvió.

Fue el inicio de un belicoso pulso que condujeron en el futuro a tres guerras, en el intento de Occidente de abrir el comercio con China, que acabó con derrotas del país asiático en 1911.

Más de un siglo después, el protocolo sigue siendo importante en este antiguo imperio en un momento en que China busca ocupar un lugar de privilegio entre las potencias del mundo y en que miles de periodistas extranjeros aprovechan los Juegos para escrutar a fondo el país.

Ignorantes, creemos que, como en Japón, hay que saludar inclinando la cabeza con vehemencia a la hora del saludo. Nada más lejos de la realidad, en China eso no se hace.

Seguimos la pauta protocolaria, pero entonces una muchacha entra en el ascensor y, al encontrarse con el periodista extranjero, casi se dobla por la mitad para saludar. Al salir, repite el movimiento, lo que sorprende en gran medida al visitante.

A partir de ese momento, el periodista cree que, por educación, tendrá que inclinar la cabeza cada vez que se encuentre con un chino. Y así lo hace, pero ninguno retribuye el saludo de tal forma. Dejamos de hacerlo.

Los cursos de protocolo y las recomendaciones de guías de viajes, de empresa o, en el caso de los Juegos de Pekín, de los Comités Olímpicos, son imprescindibles para entender las costumbres del país.

Para el saludo, dicen los manuales, que se opte por un apretón de manos y una sonrisa.

Los periodistas puede que estén sacando una impresión confusa de la cordialidad de los chinos. Al moverse casi todo el día entre los voluntarios olímpicos y observar sólo amables sonrisas, tenderán a creer que este es el país de la felicidad perpetua.

Pero la sonrisa desaparece si quieren pasar por un área restringida para atajar. Pueden encontrarse con unos miembros del ejército que les dirán con un gesto seco que no pueden pasar.

Es difícil aunar costumbres tan dispares, aunque se intente. El protocolo chino dice que nunca clave los palillos en los alimentos, pero cómo llevar la comida a la boca sin saber manejar los llamados kuazi.

Se imagina a Marcartney a su regreso: "no sólo me humillaron, sino que encima querían que usara para comer unos extraños palitos".

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