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Cuando dos quieren...

Se busca -y no se encuentra- a quien sea capaz de resistir un partido en El Arcángel sin dar un brinco en el asiento, sin que le hierva la sangre ante las peripecias de un equipo que divierte o irrita, pero que no ha nacido para deambular anónimamente por la Liga. Acudir a El Arcángel se ha convertido esta temporada en una cita ideal para los devotos de las situaciones límite, que se producen en tropel y sin que se vislumbre un final. Los de Paco Jémez juegan para ganar y se les nota, pero siguen teniendo dificultades para agarrar los partidos. En su hogar adquieren tintes épicos. La de ayer fue otra hazaña inconclusa, que mejoró el sabor de ocasiones precedentes -aquellos empates padecidos en el descuento- pero no el resultado. Ya van seis igualadas en El Arcángel. Demasiadas para un equipo que aspira a picar más alto y que colecciona más méritos que puntos.

El Elche de David Vidal, que tenía estudiado a su adversario hasta el más nimio detalle, acudió con la idea de llevárselo todo. De la colisión de ambiciones surgió un encuentro extraordinario, jugado a ritmo febril y repleto de episodios heroicos. El partidazo del meta Willy Caballero, el despliegue de honor y compromiso de Arteaga -salió convaleciente de una gastroenteritis y fue sustituido, con un pinchazo, cuando no podía más-, la imagen de Diego Reyes, con la pierna dolorida, casi arrastrándose por el campo cuando ya estaban hechos todos los cambios, la vaselina de Asen que se fue acariciando el larguero mientras el árbitro se llevaba el silbato a la boca para pitar el final... Ayer, el Córdoba encadenó otro resultado que seguramente daña más la clasificación -aunque la posición sigue siendo holgada- que la moral de un equipo que se comportó con coherencia: lo hizo todo y se vació. Los de Jémez suelen dejar en su casa la sensación de merecer algo más. Así volvió a suceder ante un Elche inteligente y entusiasta, una formación que mostró un nivel de calidad superior a la media de los conjuntos que pasearon su estampa por Córdoba.

Ya sea por vocación o porque las circunstancias le empujan a ello, el conjunto cordobesista se he hecho asiduo protagonista de partidos efervescentes, que elevan el tono hasta llegar a una ruleta rusa en la que el riesgo en la búsqueda de la victoria guarda un reverso tenebroso. El Córdoba, como un legionario, parece enorgullecerse de ser novio de la muerte.

Al cuadro local se le torcieron los planes al filo del minuto 13, en una de esas acciones que enervan a los entrenadores y dejan en el futbolista la irritante sensación, más lacerante por póstuma, de que el golpe era evitable. Un córner botado desde la izquierda llevó al corazón del área un balón de apariencia inocente, al que todos miraban a la espera de que el pie de un defensa lo pasaportara hacia cualquier parte sin miramientos. En plena observación general, triunfó el que se decidió por la acción directa. Samuel llegó desde atrás, desbocado, y cabeceó con furia al fondo de la red. Todos esperaban y él se anticipó. Tan simple como eso. Tocaba remontar. Otra vez.

En una enloquecida puesta en escena, el Córdoba pudo haber marcado en un forzado centro de Javi Moreno hacia Juanlu, que vio cómo se le anticipaba Willy Caballero. La acción prologó una noche sobresaliente del portero argentino, que torturó a los cordobesistas con certeras intervenciones antes del descanso. La maraña tejida por David Vidal en el centro del campo dificultó las maniobras blanquiverdes. Los ilicitanos presionaban y el Córdoba trataba de sobrevivir a base de toque rápido y aperturas a las bandas. Arteaga y Juanlu llegaron a cambiarse de flanco para alborotar el orden en la retaguardia del equipo de Vidal. El malagueño tuvo su ocasión en un tiro raso que despejó con las rodillas Caballero. El portero despejó a seis minutos del descanso un tiro a bocajarro de Javi Moreno, que había quebrado a Fajardo y no vio la llegada de Juanlu. Pierini, al borde del intermedio, se quedó sólo ante el argentino y tocó suavemente el balón, pero el cancerbero desvió con el pie. El Córdoba tenía el balón, mandaba y pegaba, pero el Elche mantenía el tipo.

El escenario bélico se acentuó en el segundo tiempo. El asedio llegó a ser brutal por momentos. Un gambeteo de Arteaga con tiro alto, un cañonazo desviado de Ito y un disparo franco de Javi Moreno fueron el preludio al gol de Asen. El Arcángel estalló y Paco Jémez, fiel a su costumbre, empezó a echar más leña a la hoguera. La entrada de Katxorro dinamizó el centro del campo. La inclusión de Arthuro por Pierini llevó el duelo a sus más altas cotas de intensidad. José Vega pudo marcar, pero fue el Córdoba el que estuvo más cerca de lograrlo: Samuel sacó bajo los palos un balón rematado por Aurelio y Asen, en un último remate, realizó la última prueba a los marcapasos.

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