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El anfitrión espera a España

  • Tras la debacle española en Corea y Japón por el arbitraje, los hombres de Hierro se medirán al organizador, pero con un bagaje muy diferente

La selección española de fútbol jugará los octavos de final del Mundial el 1 de julio en Moscú ante Rusia, de nuevo una anfitriona 16 años después del viejo recuerdo de Corea del Sur que el tiempo convirtió en pesadilla recurrente.

España pasó como primera del Grupo B tras igualar 2-2 ante Marruecos y relegó a Portugal a la segunda posición después del empate 1-1 de los lusos ante Irán. Le espera una Rusia que fracasó en su intento de terminar primera y acabó cayendo 3-0 ante la solidez y experiencia uruguaya, rival del conjunto de Cristiano Ronaldo en octavos.

Fernando Hierro volverá a vivir en primera persona lo que es jugar ante la anfitriona. Lo hizo en el Mundial de Corea del Sur y Japón como futbolista y, sorpresas de la vida, lo hará ahora desde su nuevo cargo de seleccionador, adquirido apenas dos días antes de comenzar el torneo de Rusia.

"En 2002 teníamos muy cerca la clasificación a semifinales. Todos entendíamos que estábamos ante una gran posibilidad", recordaba en una entrevista con Dpa antes del comienzo del Mundial, cuando todavía era director deportivo de la Federación.

Pero lo que comenzó como una posibilidad de derribar el bloque de cemento de cuartos se transformó en pesadilla ante la aguerrida e indesmayable Corea del Sur que entonces entrenaba el holandés Guus Hiddink.

La selección asiática logró clasificarse por sorpresa para las semifinales tras superar a España en la tanda de penaltis después de un choque con un desarrollo muy polémico que llevó al árbitro egipcio Gamar Al Ghandour a ocupar una de las salas más lujosas del Museo del Odio del fútbol español.

"Ese partido de cuartos era un muro, una barrera para nuestra generación", concretó Hierro.

Al-Ghandour, recién cumplidos los 61 años, tiene hasta una entrada en wikipedia. Vive en una lujosa residencia a las afueras de El Cairo entre fuertes medidas de seguridad y tras el Mundial de 2002 se hizo muy popular fuera del fútbol con sus comentarios en la televisión de su país. La vida le sonrió.

No así España, que lo recuerda con verdadero horror por tres decisiones muy polémicas: un gol anulado a Rubén Baraja por una supuesta falta previa más que dudosa, otro tanto anulado de Fernando Morientes por un centro anterior de Joaquín que fue legal y un fuera de juego final que abortó un mano a mano.

"No ganamos porque no nos dejaron", se lamentaría el entonces seleccionador, José Antonio Camacho, consciente de la oportunidad perdida.

Junto a Al-Ghandour estuvo el juez de línea ugandés Ali Tomusange, quien antes del Mundial de Corea del Sur y Japón jamás había salido de su país para participar en el arbitraje de un encuentro. La otra banda era para Michael Ragoonat, de Trinidad y Tobago, experto en lenguaje para sordos y quien permaneció mudo ante las protestas españolas.

Una cosa consiguió aquel encuentro: la FIFA prohibiría a partir de entonces concederle un partido avanzado de un Mundial a árbitros que tuviesen poca tradición futbolística.

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