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Madrid, sede olímpica del silencio

  • La Puerta de Alcalá vibró con su sueño hasta que se desplomó Los ciudadanos no creen en otra opción

Madrid no fue ayer la capital olímpica del deporte, sino la capital olímpica del silencio, el despertar más amargo de un sueño que se esfumó otra vez.

La ciudad española lo tenía preparado todo para una gran fiesta, pero los fuegos artificiales, el confetti, el champán y la alegría se quedaron en los bolsillos. Pocas veces Madrid estuvo tan silencioso un sábado por la noche.

La ciudad aspirante se engalanó desde primera hora de la tarde. En la Puerta de Alcalá, corazón de la capital, se instaló un enorme escenario con pantallas gigantes y allí acudieron artistas, cantantes y deportistas que brindaron su apoyo a la candidatura.

Durante ocho horas, se fueron alternando actuaciones musicales, infantiles y deportivas, al tiempo que se proyectaban conexiones en directo a través de pantallas gigantes con el hotel Hilton de Buenos Aires, desde donde el Comité Olímpico Internacional (COI) deliberaba sobre su decisión final.

Por allí desfilaban músicos como Manuel Carrasco, Pastora Soler y Carlos Baute, a volumen atronador, mientras decenas de miles de ciudadanos bailaban y cantaban maquillados con los colores de la candidatura olímpica.

Cerca de 70 medallistas olímpicos españoles también se dejaban ver por el escenario. Pero buena parte del público no los conocía.

Las noticias corrían a medida que avanzaba la tarde: "¡Madrid sube en las apuestas!", voceaban las emisoras de radio. "¡Podemos, podemos!", gritaba la multitud. "¡Por fin es nuestro!", jaleaban los representantes políticos.

Pero buena parte de la voluntad inicial se quebró cuando se anunció el empate entre Madrid y Estambul. Nadie contaba con la candidatura turca como rival española. El gran mazazo llegó con el anuncio que nadie quería escuchar: "Estambul es la finalista con Tokio".

Entonces, los payasos de la fiesta se limpiaron el maquillaje, las bailarinas se quitaron las zapatillas y el camarero guardó las copas. No había nada, absolutamente nada, que celebrar.

El cielo de Madrid acabó por pintar de ocre el cuadro de la desilusión, con nubes y gruesas gotas de lluvia que aparecieron justo ayer, el primer día de otoño después de un largo y cálido verano. Hasta la metereología acompañó en la tristeza.

No había ya nada que hacer y los ciudadanos madrileños, aquellos que hasta hacía sólo unos minutos perdían la voz gritando y las piernas saltando, enfilaron el camino de vuelta a casa. Madrid, una ciudad que revive con la llegada de la noche, esta vez parecía cualquier otra urbe que se va a dormir a las diez de la noche. Ni ruidos de claxon, ni banderas, ni cánticos.

Fue la tercera vez consecutiva que Madrid pierde su sueño. Y por el abatimiento mostrado en esta ocasión, cabe pensar que al madrileño se le ha agotado ya su capacidad de creer en albergar unos Juegos Olímpicos.

Con el inicio de la nueva semana, volverán las preocupaciones de siempre: el desempleo, la corrupción, los impuestos, la inseguridad. Y tampoco esta vez los Juegos Olímpicos serán una esperanza tangible a la que agarrarse.

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