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Kirchen deja la sombra

  • El luxemburgués se postula como uno de los favoritos a la victoria final en París; no perdió tiempo en la crono y es líder tras la primer llegada en alto del Tour

El corredor del Columbia Kim Kirchen tiene 30 años recién cumplidos, una ambición a prueba de bombas y, desde ayer, un maillot amarillo que le ha caído de la cima de Super Besse en forma de premio y de candidatura al triunfo final en el Tour de Francia.

Su liderato servirá para poner en primer plano a un corredor con el que pocos contaban al principio del Tour pero que, a golpe de regularidad en todos los terrenos, se ha metido en la pomada: fue cuarto en la primera etapa, que acababa en pendiente, segundo en la segunda, que se resolvió al sprint, repitió puesto en la contrarreloj de Cholet y ha vuelto a demostrar poderío con una quinta posición en la primera llegada en alto del Tour. El luxemburgués, que llegó a la ronda gala para luchar por alguna etapa y vestirse de amarillo, ya no descarta llegar de amarillo a París.

"Si paso los Pirineos sin perder mucho tiempo estaré arriba en los Alpes y en París", asegura el ciclista del Columbia. "Con el equipo tan fuerte que tengo no puedo descartar nada", señala entre orgulloso y un tanto molesto con su nuevo estatus de favorito.

La incógnita es si el del Gran Ducado aguantará tres semanas el ritmo de una carrera que parece destinada a resolverse en la última. Kirchen ya mostró el año pasado capacidad de resistencia y firmó una séptima plaza que le hizo creerse a sí mismo que puede ganar una de las grandes vueltas por etapas.

No obstante, en todas las carreras ha tenido días negros, de ésos que sumergen a los ciclistas en las profundidades del pelotón y que marcan la diferencia entre los campeones y los otros.

Además, ya sabe lo que es ganar una etapa en el Tour. La descalificación por dopaje del kazako Alexandre Vinokurov le permitió inscribir su nombre como ganador de una etapa que tuvo final en Loudenvielle el año pasado, en la que había entrado por detrás del ciclista de Astana.

Hasta entonces, el de Luxemburgo era un corredor que se había dejado ver más en clásicas que en pruebas importantes, pero con el tiempo ha madurado y se ha hecho más resistente.

Sobre todo cuesta arriba, donde este año ganó la Flecha-Valona, que incluía el ascenso al muro D'Huy, donde se impuso a Cadel Evans. Su amarillo en el Tour le obliga a salir de la sombra en la que permanecía tapado tras otros ciclistas con más pedigrí.

Ahora tendrá que dar la cara, mostrar raza y destapar el tarro de los talentos que muchos le atribuyen y que apenas ha dejado ver.

Por delante tiene mucha montaña para sufrir y una contrarreloj para recuperar, a poco que se encuentre al gran nivel que mostró en Cholet. Entonces, ni él pareció creerse su segundo puesto a 18 segundos del alemán Stephen Schumacher, a quien ayer arrebató el amarillo. "Ese día me encontré como nunca, no pensé que podía rendir tan bien. Eso me ha dado confianza en mí y ahora ya no me planteo nada. El Tour es largo, puede pasar de todo. No descarto nada", indicó.

Lo que es seguro es que ya nadie podrá prescindir del luxemburgués en la lista de favoritos, junto a los Evans, Valverde, Menchov, los hermanos Schleck, Sastre o el italiano Cunego.

Conseguir el maillot amarillo el día en el que todos los gallos del pelotón han mostrado sus cartas en la primera llegada en alto demuestra su clase. La alta montaña será finalmente la que dictamine si es un nuevo campeón o no.

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