Córdoba-racing de ferrol · la crónica

Córdoba-Ferrol (1-0): La belleza de lo necesario

  • Los blanquiverdes encadenan su tercer triunfo en casa y salen de la zona de descenso · El Córdoba defendió el tanto que propició una pifia de Olmo

Lo único salvable ayer fue el resultado. ¿Es que alguien quería otra cosa? En cualquier otro momento, antes del parón navideño pongamos por caso, una actuación de este corte hubiera reportado al equipo una despedida deshonrosa y seguramente hubiese abierto un agrio debate periodístico sobre la idoneidad del entrenador y sus métodos. Pero ese circo sólo se monta cuando hay tiempo, posibilidades de rectificar y, sobre todo, ganas de frivolizar. Y ayer no había ninguna. Fue pragmatismo puro, sin adornos ni concesiones. En cuanto tuvo algo que defender, el Córdoba lo hizo con todo lo que tenía en su mano y con el beneplácito de una grada entregada como nunca a la causa: no pidió nada y lo dio todo. Soportó el bodrio porque alimentaba.

De eso se trataba. De ganar y esperar que, una vez encarrilada la permanencia, no se produzca una salida de la vía en el último momento. El Córdoba depende ahora de lo que él mismo sea capaz de hacer, sí. Todo un lujo, por más difícil que parezca el desafío de puntuar el domingo próximo en Anoeta ante una Real Sociedad que pugna por regresar a Primera División. Pero eso será dentro de siete días. Ayer, el suspiro de alivio tras el pitido final resultó tan exagerado que seguramente rebajó en varios grados la temperatura en la caldera de El Arcángel, donde se cocinó un pleito en el que la responsabilidad atenazó a todos los protagonistas, que se movían mayormente por miedo o desesperación. En el partido en el que tenía que ganar imperiosamente, el conjunto de José González se llevó los tres puntos sin marcar un gol, al estilo del "Cádiz de los milagros" que el gaditano puso como ejemplo cuando la formación blanquiverde era un cadáver andante. Ya no lo es, obviamente. El central Olmo peinó una falta lanzada por Guzmán y desquició a su portero, que se estiró tarde y mal. Los grandes problemas tienen, a veces, soluciones sencillas. Y extrañas. Un jugador defenestrado hace poco se erigió en virtual goleador -como aquel día del Huesca que tanto se recordó durante la semana previa- y luego el Córdoba se dedicó a proteger su tesoro. Lo logró con toda la angustia del mundo, entre cánticos y plegarias. Se fue de su hogar vivo y envuelto en una ovación que sonaba más a agradecimiento que a fiesta.

No se puede culpar a nadie de hacer cualquier cosa en estos estertores de la temporada, en los que las circunstancias mandan y la necesidad obliga. La advertencia, compartida por voces de ambas trincheras, de que el partido iba a ser feo resultaba innecesaria. No hubo más que ver la disposición en el campo. Un Racing atrincherado con cinco atrás, un centro del campo con tendencia a recular y un par de pendencieros arriba, Cacique Medina y Jonathan Pereira, que emplearon sus bazas para encorajinar a dos tipos de sangre fría, Pierini y Antonio, que han visto mucho mundo como para dejarse arredrar por las bravuconadas y triquiñuelas con las que adornó su actuación el ariete uruguayo, un incordio más allá de lo (poco) que hizo con la pelota en los pies. A ninguno de los doce mil espectadores que ayer acudieron a El Arcángel parecía importarle demasiado el preciosismo. La belleza suprema estaba en la consecución de los tres puntos y en la aniquilación -futbolística y mental- del adversario directo. Cualquier otro resultado era el horror en estado puro, casi una sentencia de muerte anticipada.

Los futbolistas, claro, se comportaron como la ocasión exigía. Liberados del compromiso estético, se emplearon con el ardor de quien se juega el sustento. Gestos contraídos, mandíbulas apretadas, pocos miramientos a la hora de destruir... y problemas para generar juego ofensivo. El Racing, en principio, no lo necesitaba tanto como el Córdoba. Le valía un empate y trató de jugar con los nervios del contrario. Pero eso es difícil cuando uno también está afectado por el tembleque que produce encontrarse ante un episodio irreversible: el que perdiera iba a salir seriamente dañado o incluso destruido. José dio un puesto de titular a Arteaga, el gran alborotador del equipo más recordable de los últimos tiempos, el del ascenso a Segunda, con Guzmán en la otra banda y Asen de enganche. El mágico cuarteto lo solía completar Javi Moreno. El de Silla calentó en la banda, fue reclamado por la gente, tuvo su estandarte recordatorio en la grada... pero no salió. Sí podría hacerlo en Anoeta porque Arthuro, el inamovible ahora en el once, recibió una quinta tarjeta que será recurrida por el club.

Al Córdoba le quemaba el balón. Echó de menos -como tantas veces a lo largo de esta campaña- a un tipo capaz de gobernar en el centro del campo, alguien capaz de mantener la pelota y distribuirla con sentido y algo de imaginación, un elemento diferencial que alejara al equipo de esquemas mecanizados y previsibles. Un Javi Flores, acaso. Pero eso tendrá que esperar.

Arteaga y Guzmán se buscaban la vida en las bandas y Arthuro, con Asen de escudero, aguardaba balones rematables que no llegaban. Un patadón desviado del brasileño fue más un testimonio de existencia que una oportunidad. Nadie engarzaba una acción de mérito. La gente veía en el balón un auténtico problema y la mayoría se lo quitaba de encima como si le hubieran lanzado un escorpión. El talento surgía raramente. Un trallazo alto de Arteaga, a centro de Asen, fue de lo mejor. El Racing asustó en un balón de Cami al que Jonathan Pereira no llegó con la punta de la bota, tras un despiste de la zaga local. Visto el talante de ambos, se vio pronto que aquello iba a jugarse al error -quien la pifia, lo paga- y en la estrategia, pues cada falta o córner se preparaba con un celo espectacular. Y así llegó el tanto cordobesista, en una combinación de ambos factores: una falta a Mario la lanzó Guzmán y un deficiente despeje de Olmo colocó el balón en la portería gallega. Jolgorio general y nueva consigna: defensa a ultranza.

Tras el intermedio, el Ferrol se desmelenó un poco más y eso descubrió sus carencias. Lo de fabricar jugadas es una asignatura que aún tiene pendiente y, para su desgracia, las convocatorias se terminan. Un trallazo de Charpenet a la cruceta -de falta, por supuesto- fue su mejor ocasión. Luego siguió insistiendo, con decreciente entusiasmo y peor suerte, ante un Córdoba que resistió las acometidas de forma irregular, a menudo con soluciones apresuradas o inconscientes, faltas peligrosas y desaplicaciones. Pero le sirvió, que es de lo que se trataba. El pitido final fue una liberación. Ahora sólo queda rematar en Anoeta.

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