Muerte de Maradona

La mano de Dios, el pie del diablo

  • El desparpajo mental era algo que llamaba la atención en la figura de Diego Armando Maradona

Maradona celebra el título mundial en el estadio Azteca de México.

Maradona celebra el título mundial en el estadio Azteca de México. / Efe

1952. 1986. 2020. Años respectivos en los que murieron Evita Perón, Jorge Luis Borges y Diego Armando Maradona. Tres nombres, Evita, Borges, Maradona, que conforman un país, Argentina. Los tres, cada uno a su manera, fichó por Sevilla. Evita visitó la ciudad en 1947 en su gira por una España autárquica en la que el best seller seguía siendo la cartilla de racionamiento. En la memoria de los más antiguos quedaba la pareja de Naranjito y Narci Díaz saliendo de la tarta gigante en el Pabellón Mudéjar. Borges visitó en septiembre de 1984 la ciudad de la que se había enamorado su hermana Norah y que conocía por su admirado Rafael Cansinos-Asséns. Vino a participar en un Seminario de Literatura Fantástica, se alojó en el hotel doña María y pasó por el palacio de Dueñas, cuya anfitriona, la duquesa de Alba, se había casado en primeras nupcias el 12 de octubre de 1947, el año que Evita visitó Sevilla. La semana que Borges estuvo en Sevilla un toro mató a Paquirri en la plaza de toros de Pozoblanco. Maradona, como Juanito, Cantona o Gascoigne, forma parte de esos futbolistas que llevaron vida de toreros. El toro de la fama, el de la envidia, el del infortunio, el de la idolatría. En el caso de Maradona, estamos hablando de la mano de Dios que se consagró como reliquia en el Mundial de México 86 contra Inglaterra, desagravio de las Malvinas, 27 años antes de que otro argentino, Jorge Mario Bergoglio, llegara al Vaticano para ocupar la sede de San Pedro como Papa de Roma. Un Maradona ya crepuscular fichó por el Sevilla. Lo llevaron casi en volandas hasta el hotel Andalusí Park, en Benacazón. Entre los que acudieron a la multitudinaria recepción estaba Rinat Dasaev, que de tetramundialista con la selección rusa había pasado a ídolo caído y entrenaba al equipo de La Campana, el pueblo de la campiña sevillana.

El año que Borges estuvo en Sevilla, Maradona perdió la Liga y la Copa con el Barcelona. El doblete del Athletic de Javier Clemente, la segunda en final con estrambote karateka en derrota con solitario gol de Endika. Si no me traiciona la memoria, vino a jugar con el Barcelona al campo del Sevilla en los primeros días de octubre de 1983, cuando vivía sus últimos días Antonio Mairena. La vida de Maradona ha tenido más de Camarón y miles de napolitanos se rasgaron literalmente sus camisas por la incredulidad de tenerlo como icono balompédico mientras licuaba la sangre de San Genaro.

Jugó cuatro Mundiales. Faltó con 17 años al que organizó su país, el del bueno de Kempes y el pérfido de Videla, un Mundial que se perdió a dos de las figuras del hipotético póker de los cuatro astros del balompié, Cruyff y Maradona. Los otros dos serían su compatriota Di Stéfano y Pelé, que ha cumplido 80 años el año que Maradona cumplió 60, donde se paró.

Borges preguntó con su genial maledicencia si Manuel Machado tenía un hermano. Y eso que Antonio nació en el palacio donde lo agasajó la duquesa de Alba. El hermano de Antonio Machado le dedicó a Alejandro Sawa, el poeta en el que se inspiró Valle-Inclán para su personaje de Max Estrella en Luces de bohemia, este epitafio: “Jamás hombre más nacido para el placer fue al dolor más derecho. Jamás ninguno ha caído, con fecha de vencedor, tan deshecho”. Maradona fue presentado en el hotel Los Lebreros un domingo que el Sevilla perdió contra el Deportivo de la Coruña. Yo asistí con el bueno de Pepe Guzmán. La mano de Dios tenía un pie del diablo con el que derrotó a la flota inglesa en México, él sí que fue la Armada Invencible. Recuerdo su desparpajo, su rapidez mental. Al término de un entrenamiento del Sevilla, los periodistas le preguntaron por Caniggia, futbolista argentino envuelto en algún asunto turbio. Maradona se limitó a decir: "Cuando le pregunten al Papa por Andreotti, me preguntan a mí por Caniggia".

Jugó cuatro Mundiales y disputó dos finales. Ganó el del 1986. El mismo verano que murió Borges. Maradona no pertenecería a esas personas de las que Borges, en su poema Los justos, dice que "están salvando el mundo". Pero sí ayudó a hacerlo mejor en esos destellos de felicidad que repartió, el trayecto contrario al de los gallegos, por Barcelona, Nápoles y Sevilla.

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