Viento herido | Crítica

El cuervo posado en los hombros

  • Impedimenta publica por primera vez en castellano ‘Viento herido’, el libro con el que el escritor gallego Carlos Casares inició una trayectoria de singular lucidez y radical convicción en la literatura española del siglo XX

El escritor gallego Carlos Casares (1941-2002).

El escritor gallego Carlos Casares (1941-2002). / Impedimenta

Consecuencia directa del adanismo imperante en el mundo contemporáneo, sobre todo en lo que toca al libro y sus avatares, es la mirada cándida, asombrada y cautivada como ante una figurita de Lladró que a menudo se vierte a la literatura española del siglo XX. En virtud de cierta tendencia histórica con la que los psicoanalistas de turno han hecho su agosto, se supone que cada generación tiende a matar a sus madres y a venerar a sus abuelas; en esta ocasión, sin embargo, se ha optado por un cupo de antepasados bastante más estrecho de lo acostumbrado, seguramente porque el canon de las nuevas sensibilidades no daba para más. Así, bajo este escaparate primoroso de autorías absueltas, yace un enorme barbecho de escritores que en su momento abrieron puertas ampliamente transitadas desde entonces y a los que en el siglo XXI, sin embargo, sólo unos pocos se atreven a conjugar en tiempo presente. Cada cual tiene hoy sus razones, ya sean de género, estilo o cualquier otra índole, para alimentar el olvido, pero conviene admitir que la opción por una lengua u otra a la hora de escribir ha pasado una factura enorme cuando se ha descartado el castellano centralista. En el mejor de los mundos posibles, cabría celebrar la influencia de Carlos Casares (Xinzo de Limia, Orense, 1941 – A Ramallosa, Nigrán, 2002) como una semilla vigente en cualquier lengua peninsular, ya sólo porque su tono preciso, su implacable y sabia economía de recursos, su musculatura narrativa y la musicalidad de su prosa bastarían para convertirlo en modelo preferente para cualquier escritor que se precie. Por eso, mientras tanto, lo que sí celebraremos es el rescate por parte de la editorial Impedimenta de su debut literario, Vento ferido, en su primera publicación en castellano, merced a la estupenda traducción de Cristina Sánchez-Andrade. El lanzamiento constituye así uno de los episodios editoriales más felices del año que ahora acaba y nos devuelve, intacto, a un escritor en su mayor capacidad de decir, significar y afectar.

El territorio común de estas piezas es un país violento que ha asumido ya sin remedio su catástrofe

Insignia clara del galleguismo, Casares hizo de la defensa y proyección de la lengua gallega una prioridad absoluta en el terreno cultural, académico y político. A esta causa consagró una obra literaria que le valió numerosos reconocimientos dentro y fuera de Galicia (fue finalista del Premio Nacional de Narrativa en 1988) así como la creación en 1985 de la editorial Galaxia, desde la que acertó a articular este empeño con mayor alcance. El mismo compromiso selló su amistad con Álvaro Cunqueiro y Gonzalo Torrente Ballester, en una admiración mutua y de fértil arraigo, así como su trabajo periodístico y su ejercicio docente. Casares tradujo al gallego varios títulos esenciales de la literatura universal casi como una extensión de su propia escritura, que diseminó entre la narrativa infantil y juvenil y novelas de profundo calado como Xoguetes pra un tempo prohibido (1976), Deus sentado nun sillón azul (1996) y O sol do verán (2002), con las que obtuvo el Premio de la Crítica de las letras gallegas.

Portada de 'Viento herido'. Portada de 'Viento herido'.

Portada de 'Viento herido'. / Impedimenta

Aparecido originalmente en 1967, Viento herido es un conjunto de relatos breves, escritos a la manera de escenas efímeras pero de muy alto voltaje, que reformula los principios del tremendismo, aún en auge en el momento en que apareció el libro. El territorio común de estas piezas es un país violento, que ha asumido ya sin remedio su catástrofe y que entiende la destrucción del adversario más como una necesidad natural que como un deber. En algunos relatos, como el escalofriante El juego de la guerra que abre el conjunto, o Cuando lleguen las lluvias, los ejecutores se ven abocados a una violencia que rechazan en su fuero íntimo y que sólo aciertan a integrar como un signo de madurez desgraciada. En Como lobos, uno de los cuentos que (por razones obvias) hicieron reaccionar con mayor recelo a la maquinaria censora hasta dejar a Viento herido en los términos de la clandestinidad, un personaje narra a otro el ajusticiamiento por parte de la autoridad de su propio hermano, del que marca distancias con la lección bien aprendida: “Hay que aguantar y dejar los derechos y las valentías a un lado”. Con su primer libro, Carlos Casares metió de lleno a la lengua gallega en la modernidad merced a un estilo tosco, seco, que nunca se da a torcer, mecido en frases cortas y estructuras lapidarias: “Lo llamaban Judas. Él no sabía por qué. Iba por ahí pidiendo. Entraba en los bares por la noche y le decían: ‘Judas, bailar una rumba’. Bailaba”, escribe para presentar a uno de los personajes que con más rabia adquieren rango arquetípico en esta obra incómoda, salpicada de viejos solitarios que esperan su muerte y de testigos impasibles de la atrocidad. Viento herido, cuya nueva edición incluye las ilustraciones originales y sobrecogedoras de Xulio Maside, es la primera tentativa literaria de un autor joven dispuesto a defender con uñas y dientes su lugar en el mundo. Las imperfecciones propias del principiante juegan aquí a favor de una escritura que sólo podía ser imperfecta para aspirar a su mejor versión. Carlos Casares comprendió en su juventud que había que inventar una nueva forma de escribir sobre lo que todo el mundo callaba y decidió asumir los riesgos, seguramente, porque aquella misma juventud los relativizaba. El escalofrío que nos sacude al leer hoy estos relatos confirma hasta qué punto tenía razón.

La traducción de Cristina Sánchez-Andrade, fiel y generosa, acierta especialmente al reproducir este pulso sostenido a tientas y, sobre todo, al respetar unas costuras cercanas a la oralidad. En su posfacio, la traductora recuerda en qué medida fue una cuestión vital para Casares la tradición oral de la cultura gallega y cómo, a pesar de sus aspiraciones netamente literarias, siempre quiso imbricar la misma en su escritura. Destaca también Sánchez-Andrade a la hora de ubicar la estirpe creativa de Carlos Casares la predilección que mostraba Cunqueiro por los cuentos que se leen “con el cuervo posado en los hombros”, como si una voz, erguida desde esa tradición oral, nos los susurrara al oído. Aquel primer cuervo de Casares no podía traer buenas noticias, pero alumbró una literatura que fue decisiva en su tiempo, debió serlo mucho más y debería serlo en el presente. Quién sabe si, una vez puesta toda la atención en lo importante, no terminaríamos escribiendo sobre las mismas cosas.                

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