Cultura

La tentación y el Bósforo

  • 'Lluvia de verano' es una deliciosa 'nouvelle' en la que Tanpinar compone una suerte de cuadro impresionista de Estambul entre la razón y el subconsciente.

LLUVIA DE VERANO. Ahmet Hamdi Tanpinar. Trad. Rafael Carpintero. Ilustraciones de Hassan Zahreddine. Sexto Piso. Madrid, 2016. 88 páginas. 15 euros.

En la poesía pura de Tanpinar se insinúa lo que el tiempo destila como alegoría y material estético y, más en particular, lo que implica como tarea personal de reinterpretar el mundo aparente. Si es por comparar a la carrera, diremos que el autor turco comparte alguna que otra magdalena con Proust: "Ni estoy dentro del tiempo / ni por completo fuera". En la obra poética y narrativa de Tanpinar (Estambul, 1901-1962) aflora siempre esa especie de fluido nervioso pero artístico al que llamamos tiempo, entendido éste bien como un solo cuajo unido, bien como racimo de instantes y fragmentos (esta idea última, muy de Bergson, influyó bastante en Tanpinar).

Pero además, como demuestra esta Lluvia de verano, sus novelas tienen otras claves recurrentes. Así, por un lado, el gusto por la novela de personajes, quienes a menudo suelen mostrarse, por culpa de ciertas obsesiones, un tanto evadidos de la realidad circundante. Casi todos se dejan arrastrar por los acontecimientos y adoptan una actitud pasiva. Por otro lado, diremos que Estambul siempre está presente en su obra. Pero no es la ciudad expuesta como simple decorado. Se trata de un fresco espiritual, que se refleja literariamente como el propio pálpito del tiempo, de un modo impresionista, igual a como si se pudiera ver el mundo pintado con el extraño color de los sueños. Al leer sus novelas el lector tiene la sensación de que transita a través del espejo de Alicia. El paso por entre lo onírico se refleja titilante y escarchado, de un modo parecido a como se reflejan sobre el agua las fachadas de las mansiones del Bósforo (los famosos yali otomanos).

Como decíamos, Tanpinar creyó estar lo mismo dentro del tiempo que fuera. En cuanto a este estar dentro, bajo la servidumbre de los días corrientes, hay que acudir de forma obligada a la historia política de Turquía que va permeando su obra narrativa. Desde la inconclusa Mahur beste (1944) a Paz (1948), Los que están fuera de la escena (1950) y El Instituto para la sincronización de los relojes (1954), Tanpinar consigue narrar, siquiera de través, la eclosión sentimental del Imperio otomano, la llegada del centrifugado republicano impuesto por Atatürk y, en consecuencia, la occidentalización forzosa que se impuso a un país que, por cultura y mentalidad, no estaba preparado para recibir semejante tunda de cambios radicales.

El Instituto para la sincronización de los relojes, publicada aquí con tristísima repercusión por El Aleph (2010), es una desopilante sátira sobre la estatalización de la vida en aquella Turquía nueva, surgida tras la noche otomana. Pero, como sugería el traductor Rafael Carpintero en su prólogo (indispensable opúsculo sobre la obra de Tanpinar), la novela es también una denuncia de la imbecilidad del mundo en general. En cambio Paz (Sexto Piso, 2014) y glosada en su día en este diario, conserva mejor la mirada estética con la que el autor turco observa el mundo, su mundo. Tanpinar contempla Estambul a través del tintado vidrio de la melancolía. Se alejará por tanto de la novela social que en los 50 tiende a mirar a Anatolia, a la aspereza del campo (lo que sería nuestra novela de la berza, pero a la turca).

En la intensa nouvelle que nos ocupa, una misteriosa mujer aparece en el jardín de una casa situada junto al Bósforo. Llueve a cántaros en aquel verano de 1944. Sabri, dueño de la casa, es un escritor que aprovecha la ausencia de su mujer y de sus hijos para perfilar una obra inspirada en el siglo XVII, en pleno sultanato de Mehmet IV. Lo que aparenta ser una burda relación de adúlteros en ciernes se convierte en una novela de fantasmas acosados por el pasado. Pero todo discurre de un modo pasivo, melifluo, como es habitual en los usos estéticos de Tanpinar. Tras el primer encuentro, la mujer y el hombre realizan una excursión por los pueblecillos y amarraderos del Bósforo (Beylerbeyi, Beykoz, Pasabahçe, Kanlica, Yeniköy). En Tanpinar los enclaves citados nunca forman un listín de lugares que pudieran servir hoy de reclamo turístico (el Estambul de ayer casi no existe ya). Igual que ocurre con el ideal del tiempo y los fragmentos en Bergson, los lugares de la ciudad son también fragmentos, que se insertan en un paisaje bello, decadente, pero que hay que saber observar como colores de un sueño, de un cuadro impresionista, pintado a medias entre la razón y el subconsciente.

Es sabido que el Nobel turco Orhan Pamuk ha saludado la obra de Tanpinar como la del gran autor contemporáneo que es. Su influjo sobre la obra pamukiana da para varias tesinas. Sólo diremos que, como recordaba Carpintero, Pamuk aprendió a escribir sus traviesas alegorías como lo hacía Tanpinar. Esto es, rebuscando primero en las cosas propias, en los objetos cotidianos, los cuales había que observar con la mirada de un pintor. Tanpinar sufrió al intentar buscar un vértice cultural entre el nuevo mundo occidentalizado y el resabio de la herencia otomana (la música sobre todo). En cambio Pamuk, con un giro posmoderno, ha demostrado sentirse cómodo en el caos.

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