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'Yo, mentira': tras la meta aguardaba un incendio

  • Silvia Hidalgo explora en su novela, una de las sensaciones de la temporada literaria, la crisis de una mujer que ha cumplido las expectativas y descubre que la estabilidad era de un material frágil

La sevillana Silvia Hidalgo posa junto a un ejemplar de su obra en la librería Casa Tomada.

La sevillana Silvia Hidalgo posa junto a un ejemplar de su obra en la librería Casa Tomada. / Juan Carlos Vázquez

En apenas tres páginas, las primeras del libro, la protagonista (y voz narradora) de Yo, mentira, la estupenda novela que la sevillana Silvia Hidalgo ha publicado con la editorial Tránsito, se hace un par de preguntas ciertamente estremecedoras: cómo se le habla a un hijo, se cuestiona ella antes, mientras observa a su criatura, y cómo se le habla a un marido, se interroga después, mientras el GPS que les marca la ruta parece el único que da conversación esa mañana. Pronto el lector sabe que esa mujer, aparentemente, lo ha conquistado todo, al menos esas modestas victorias cotidianas a las que alguien aspira –una estabilidad laboral y familiar–, pero que en vez de sentirse una persona poderosa, una diva ataviada con "una bata de seda con grandes dragones bordados", por ejemplo, alberga cierta impresión de haber sido estafada, o incluso de ser ella misma la estafa, quizás. Tantos años después de Virginia Woolf, el personaje tampoco posee una habitación propia, y a veces se mantiene encerrada en su coche para ordenas sus ideas y calibrar allí si quedan esperanzas, ilusiones, dentro de lo que otros llamarían prosperidad. "Hace un tiempo que dejé de pensar en mis opciones. En mi mente hay una puerta pintada de negro tras la que guardo las imágenes de lo que yo iba a ser", dice. Porque ella anda ya en una edad en la que "todo el mundo es más joven que yo", comprueba, y esa posición tal vez implique un balance, la constatación de una paradoja: la de que su vida no cambie, y sin embargo su ánimo "siga el patrón lunático de las mareas".

"No es exactamente una autoficción", afirma Hidalgo sobre una obra que se ha convertido, merecidamente, en una de las sensaciones del año –Alberto Olmos la definió hace unos días como "un libro extraordinario"–, "pero sí es, creo, una autoficción colectiva", añade la sevillana, autora también de otra novela, Dejarse flequillo, que vio la luz en 2016. "Si una se fija en las madres del cole, en las madres de clase de inglés... son como enjambres, como grupos anónimos, mujeres que hablan de sus familias pero que tienen pudor de expresarse por sí mismas, de contar sus desvelos. Y yo me incluyo ahí, mucha gente de ese entorno no sabe que yo escribo, o que he publicado una novela. Es un contexto en el que nos relegamos, en el que te da reparo ponerte como protagonista", relata. "Y yo me pregunté qué les sucedía a esas mujeres a las que aparentemente no les sucede nada. O son amas de casa o trabajan en algún sitio, están casadas, tienen hijos... pero si te pones a mirar todo un mundo, un universo entero, nuestra sociedad pasa por ahí. Quería retratar esa rutina, esas situaciones a las que no solemos prestar atención. Qué ocurre en la cola de un supermercado, cuando recoges a tu hijo del colegio, cuando entras en una reunión de trabajo. ¿Qué tienes que aportar que te callas? Mi protagonista se siente aislada del mundo, y quizás por eso lo cuenta en estas páginas".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Y lo que le ocurre a esa mujer, a la que Hidalgo dota de una voz poderosa, "un poco cabrona", admite la autora, despiadada con los demás y con ella, es que cumplir las expectativas no callaba a los demonios. "Todas se sienten gordas, peludas y cansadas. Todas se odian a sí mismas. Tanto como yo", dice ese personaje, sobre otras mujeres, en el cumpleaños de su hijo. "Las actrices del momento", escribirá más tarde, "que me saludan desde las marquesinas de autobús en sus anuncios de perfume, todas con la mirada extasiada y la boca entreabierta como vírgenes dolorosas. ¿Qué sentirán ellas al verse?". Y a esa inquietud le sigue una incómoda certeza: es fácil dinamitar la estabilidad conquistada. "En el barrio", defiende en persona Hidalgo, "a la gente de mi generación nos decían que estudiáramos lo más posible para conseguir un trabajo y ser independientes, que nos enamoráramos de una buena persona, el mito de la felicidad asociada a esos conceptos, que son importantes, desde luego. Pero, ¿qué hay cuando lo logras, y has quemado todas las etapas? Ya has llegado a tu meta, ¿ahora qué? Toda esa estabilidad que parecía inamovible es muy frágil. Basta una decisión tuya que nadie espera para que todo se fastidie. Yo no hablo de grandes fracturas, sino de pequeñas explosiones, de pequeñas mentiras que vas poniendo en el camino. Y ahí se da otra situación: si eres mujer, y decides dar un paso para sentirte realizada o satisfecha, habrá alguien a quien rompas los esquemas, a quien ofendas. En el trabajo, en la familia, habrá alguien que te tenga en un rol determinado y que no te comprenderá".

Entre otras cuestiones, Hidalgo explora cómo se gestiona el deseo cuando esa atracción choca con el papel de mujer casada, monógama, que la sociedad ha reservado para ti. "Me interesó mucho Las niñas, de Pilar Palomero, porque hablaba de mi generación: cuando éramos adolescentes no hablábamos de sexualidad, en nuestra casa se nos coartaba mucho con respecto a ese tema y teníamos miedo a eso de perder la virginidad. Todos esos tabúes, sumados a los complejos, a la presión que hay sobre cómo debe ser el físico de una mujer... nos tenían muy confundidas. He ido viendo que con la madurez, también con el avance del feminismo, hemos ido aprendiendo a cuidarnos, a querernos, y a tener otra relación con nuestro cuerpo, con nuestra sexualidad. El sexo es comunicación, y si tú te entiendes será más fácil expresarte y conectar con quien deseas. Me interesaba abordar eso a través de mi protagonista".

Silvia Hidalgo. Silvia Hidalgo.

Silvia Hidalgo. / Juan Carlos Vázquez

El libro está escrito en capítulos ágiles, atravesados por un humor afilado –son brillantes sus afirmaciones sobre el aprecio a la cultura de los europeos, que nos "creemos algo centenario y sagrado"–, y la sorna aligera la carga de profundidad que esconden sus páginas. "Yo soy lectora de novelas cortas, de episodios breves. Supongo que mi forma de leer ha condicionado mi forma de escribir", señala, antes de apuntar otro rasgo importante de su obra. "Para mí, lo crucial es la construcción de personajes. Yo podría trabajar para Isabel Coixet, pero no para Christopher Nolan: la acción no me importa, lo que me motiva es una anécdota, una vivencia, algo íntimo". Quizás por esa capacidad de observación, Yo, mentira desprende toda esa verdad en la que es tan fácil reconocerse.

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