Retrato de mi doble | Crítica

Tahúres

  • Siruela traduce por primera vez al castellano una de las novelas más celebradas de Georgi Márkov, en la que el autor búlgaro retrató la degeneración de los intelectuales adocenados

El narrador, dramaturgo y periodista Georgi Márkov (Sofía, 1929-Londres, 1978).

El narrador, dramaturgo y periodista Georgi Márkov (Sofía, 1929-Londres, 1978).

En la constelación de los antiguos disidentes del bloque soviético, el nombre del búlgaro Georgi Márkov remite de inmediato a su rocambolesco asesinato en Londres, donde el escritor residía junto a su familia después de exiliarse a finales de los sesenta. No fue la única víctima de los servicios secretos, pero el modo en que los agentes del eterno Zhivkov –cuyo mandato al frente de la nación balcánica fue sólo superado entre las repúblicas populares, incluida la URSS, por el del genocida que dirigía los destinos de Albania– dieron muerte al desertor e implacable crítico del régimen comunista, pinchándolo con un paraguas envenenado, ha pasado a la leyenda que atribuye al KGB o a sus herederos decenas de ejecuciones parecidas.

Márkov junto a su familia en Londres, 1977, un año antes de su asesinato. Márkov junto a su familia en Londres, 1977, un año antes de su asesinato.

Márkov junto a su familia en Londres, 1977, un año antes de su asesinato.

El narrador confiesa como dejó de ser un idealista para convertirse en un canalla

Inédita hasta ahora entre nosotros, Retrato de mi doble (1966) es la confesión de un cínico periodista y jugador de póker –en ambos casos declarado estafador– que narra en primera persona una partida clandestina, como lo son todas en la deprimente Bulgaria del partido único, al tiempo que recuerda su trayectoria, la de los compañeros de mesa y el modo en que gracias a su "capacidad para transformar mentiras en verdades y verdades en mentiras" dejó de ser un idealista para convertirse en un canalla. Conducida con mano maestra a un final en parte previsible, la novela destaca menos por la trama que por su retrato en clave satírica de los periodistas corruptos del régimen, que han renunciado a retratar la realidad –por ejemplo presentando a una pobre mujer enajenada como gloriosa heroína de los trabajadores– para fabricar "patrañas desvergonzadas". Tanto el frío narrador, que se describe a sí mismo como un hombre resentido, bronquista y embustero compulsivo –"un tipo antisocial, amoral, antipatriótico, antihumano", dice con sorna–, como su jefe de la redacción o su admirado maestro de fechorías, reflejan una atmósfera general de doblez y podredumbre. El paralelismo expreso entre las actividades del protagonista, hermanadas por la práctica del fingimiento, apunta a dos maneras igualmente sucias de ejercer de tramposo, pues los intelectuales adocenados –algo se dice también de los literatos prestigiosos, que "cuando se convierten en clásicos dejan de ser escritores"– acaban por comportarse como los tahúres de una timba.

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