Cultura

El paraíso ajado

  • 'EL DRAGÓN DE SHANGHAI'. Qiu Xiaolong. Trad. Victoria Ordóñez Diví. Tusquets. Barcelona, 2016. 336 páginas. 19 euros.

Hace ya algunos años, dimos noticia aquí de Qiu Xiaolong y su inspector jefe Chao, a cuenta de la Muerte de una heroína roja. Entonces se trataba de una ominosa historia de poder y sevicia, encubierta por el discurso oficial del régimen chino. Ahora es esa misma panorámica (la corrupción, el lujo, la codicia, sustentada en un hercúleo capitalismo de Estado), la que se divisa desde las páginas de El dragón de Shanghai, última entrega del célebre inspector asiático. Es fácil concluir, por tanto, que Qiu Xiaolong ambiciona, no sólo mostrar una cierta pericia en el noir contemporáneo, sino ilustrar una hora de su país, extraída de las páginas de sucesos.

Esta misma ambición, o esa virtud refleja del género negro, la atribuiría Cernuda a la novelística de Dashiell Hammett, sobreponiéndola -con razón- a la obra de Hemingway. Sin embargo, en las novelas de Xiaolong se adivina una ambición mayor, acaso no expresada completamente. Dicha ambición es la pervivencia, el rescate, la divulgación de su propia cultura. Son abundantísimas, a este respecto, las referencias poéticas, culinarias y de todo orden que se deslizan, con mayor o menor fortuna, en estas páginas. También las acotaciones políticas, dirigidas probablemente a un lector occidental. Así, cuando Xiaolong describe la elaboración de un plato, no sólo está ejercitando la memoria gustativa -como el Carvalho de Montalbán-, sino que está procediendo a un melancólico escrutinio de su tradición, hoy en peligro.

Los lectores ocasionales de poesía china no ignoran el tono paisajístico y la pudorosa nostalgia que se encierra en sus versos. De ese carácter leve y omnipresente de los poetas clásicos, de ese particular tempus fugit oriental, se sirve Xiaolong para patentizar una sociedad codiciosa y en proceso de derribo. Digamos que, en sentido estricto, Xiaolong es un escritor conservador. Pero un conservador que aglutina, que salva, que infiltra su milenario acervo cultural en estas crónicas de la corrupción, antes de que la modernidad reabsorba cualquier vestigio del pasado.

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