Miguel Ángel González. Escritor

"En una novela ves el piso piloto; en un relato, sólo te enseñan los planos"

  • 'Todos los miedos', novela ganadora del último Café Gijón, propone una reflexión sobre el duelo a través de dos historias diferentes y una estructura que busca la colaboración del lector.

-¿Cree que hoy en día sabemos lidiar con el dolor?

-Es algo para lo que no nos preparamos. Todos sabemos que lo malo está ahí, que podemos enfermar, morir o perder nuestro trabajo. Pero no nos paramos a pensar en eso, y eso es lo que me atrae. Me gusta centrarme en esos momentos posteriores a la noticia terrible para ver cómo reacciona el ser humano.

-¿Se ha convertido el dolor en un asunto tabú, aun con lo exhibicionistas que somos?

-No sé si tanto un tabú, pero sí que intentamos dar la espalda a esas situaciones. Nos incomodan. Si nos enteramos de que le ha ocurrido una tragedia a algún conocido, no sabemos cómo tratarlo, cómo dirigirnos a él. Intentamos evitar el tema.

-Mentar la bicha.

-Casi como si fuera contagioso, no quieres hablar de eso. Como anécdota al respecto, el día en que se casó mi hermano era un día gris y decíamos: "No os asoméis a la calle, que el cielo no nos vea vestidos de boda, que se pone a llover". Tenemos mucho de eso todavía.

-Lo que sí es un tabú desde luego es el suicidio. Y eso que es la primera causa de muerte no natural.

-A mí ese tema me apasiona, por eso una de las dos historias de la novela maneja el suicidio. El INE hace ya años que no da datos sobre el suicidio: parece que ocultándolos, no existieran. Un reciente informe estadounidense decía, por ejemplo, que entre el Ejército las muertes por suicidio superaron las muertes por combate. Sería ridículo si no fuera una tragedia. Sí que hay un dictado de la sociedad de que tenemos que ser felices, que no hay motivo para lo contrario. Se intenta hacer ver que el suicidio es algo que hace alguien desquiciado, raro, fuera de la sociedad. Lo aíslan en un problema mental, lo simplifican. Pero está claro que si hay mucha gente que toma esa decisión es que algo falla, hay algo que no funciona, como sociedad, para que personas normales lleguen a eso.

-"Damos mucha importancia al salto -dice en el libro-, cuando lo aterrador es caminar por el borde del precipicio".

-Esa frase es un resumen de las dos historias que hay en Todos los miedos, y de lo que nos pasa a todos. Cuando nos enteramos de algo terrible, nos hace no ver lo que hay detrás. Somos muchos los que aguantamos y no llegamos a saltar. No hablamos de ellos pero su historia terrible también puede estar ahí. Nadie va a hablar de la mujer de la primera historia, que ha pasado por un verdadero infierno, y que en principio va a seguir viviendo. El mensaje final de la novela vendría a ser que la vida da mucho más miedo que la muerte. Quien asume su enfermedad está mucho más tranquilo. Eso es lo aterrador de la primera historia, que no sabe cómo va a enfrentarse al drama, el dolor es tan grande que aún no ha tomado una decisión.

-Al fin y al cabo, somos binarios. Actuar en la zona de incertidumbre es lo que nos descoloca.

-Es muy curioso que el discurso general sea que uno tiene que arriesgarse, salir de la zona de confort, que dicen. Pero luego, cuando te ocurre algo tremendo, la terapia siempre te recomienda volver a tu rutina, volver a tu vida, que no estaba tan mal.

-Todos los miedos salpica las historias principales con un montón de anécdotas curiosas y verdaderas. ¿Esa recopilación viene de largo o ha sido específica?

-Un poco las dos cosas. Por mi forma de escribir, es habitual que cuente las historias así, con piezas sueltas a modo de recuerdos. Cuando nos acordamos de algo que nos ha ocurrido lo hacemos en general a través de una sensación, de la letra de una canción, de un olor, de una foto... Sí que, en el día a día, voy recogiendo cualquier detalle que me parece curioso y, de ese saco, busco aquellas historias que encajan con el tema que estoy tratando.

-La novela se hizo con la última edición del Café Gijón, pero es una estructura poco usual para presentar a un concurso.

-Se puede escribir de dos maneras: a favor de la historia o en contra. Cuando me impongo una historia más convencional, me cuesta mucho escribirla. Mi forma de contar historias es esta, muy emocional, con pequeños detalles. Podría parecer que no ocurre nada: no hay una trama espectacular o un gran misterio, pero es la única forma en la que sé contar historias; no me puedo engañar a mí mismo. Es cierto que los grandes sellos o los libros más vendidos no suelen presentar ese tipo de estructuras. Me limito a contar una historia, que es lo único que sé hacer y con lo que disfruto, no lo voy a hacer peor adrede.

-Ha escrito teatro, además de novela, pero sobre todo se ha dedicado al relato. ¿Qué encuentra en el género corto?

-Lo que más me gusta, desde luego, es escribir relatos: el reto de tratar de contar una historia completa en tan poco espacio. En la novela puede haber partes en las que te decae la historia: el relato no te lo permite, tiene que interesarle al lector por completo. Tienes que tener muy claro lo que quieres contar, no puedes divagar. Cuando hago novela, de hecho, utilizo capítulos muy breves. Una novela es cuando te enseñan el piso piloto y un relato es cuando te enseñan los planos: la novela te da la posibilidad de mostrarlo todo, el relato exige más del lector. Un buen relato es aquel con el que después te quedas días dándole vueltas a la cabeza.

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