'Un sonido magenta'

El auriga

  • Jesús Aguado, responsable de la antología 'Un sonido magenta', dedicada a José Antonio Moreno Jurado, analiza en este artículo el magisterio del autor

El poeta José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946).

El poeta José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946).

A José Antonio Moreno Jurado no le gusta la palabra "cosa". Ni las oraciones condicionales en poesía porque nos "conducen directamente a un planteamiento sin fin, ilimitado y jocoso, embustero y ridículo". Tampoco le gusta la hipocresía, la mediocridad, la indelicadeza, la fealdad moral, la incoherencia táctica de los que se benefician de las zonas en sombra de la vida para enriquecerse literaria, social o políticamente, la mentira, la traición. Es hombre de convicciones radicales, aunque, como confiesa en su reciente y extraordinaria Ética a un burro (Padilla Libros), una especie de vademécum de sus irascibilidades, de su ateísmo "humanista, transigente y nada beligerante" y de su filosofía ajironada, sólo las exprese en tertulias de café. Y sabe que la misión y la esperanza del artista es poder vengarse con sus obras del tiempo y de la muerte, esa pareja de hechiceros a los que somos sometidos sin que nadie, ni siquiera nuestros padres, nos haya pedido permiso para ello. Moreno Jurado es un desencantado encantador que celebra su cumpleaños (fue ayer, por cierto) regalándose una horchata fría en una heladería de las afueras (su lugar natural) mientras trama maldiciones bondadosas contra las mil y una fantasmagorías de la existencia, empezando por la que le nombra y le persigue a él mismo. Un hombre así no debería tener enemigos, pero los tiene y los cuida, quizás para recordarse la falibilidad de cualquier opinión propia y ajena, como si fueran cactus en una terraza o erizos en un cuenco de fruta: una provisión de pinchazos a los que recurrir cuando uno cabecea de cansancio y está a punto de dejarse llevar por la corriente, es decir, por lo corriente.

Un sonido magenta, la antología que Luces de Gálibo acaba de publicar de su poesía hasta la fecha, casi medio siglo de dedicación a limpiar el corazón de las palabras, recoge textos desde Ditirambos para mi propia burla (premio Adonáis en 1973, proscrito por él en anteriores recopilaciones y recuperado aquí gracias al fervor y la insistencia de quien firma la selección) hasta Poemas secretos (2017). Pasando, entre otros, por Fedro (1979), doce poemas a orillas del Iliso que cantan el cuerpo con amatistas, olmos en celo, estatuas de bien dorados bucles, sauzgatillos o jarales; Bajar a la memoria (1985), una valiente y lúcida puesta en claro de sus recuerdos, que gritan o susurran, se quejan o se duermen, se retuercen de dolor o se apagan dentro de una caricia, denuncian y le denuncian; Al sur de Cabo Sunion (1994), donde "los caminos trafican con el insomnio" y donde "cualquier fantasma puede/ devolverte a la vida"; Las elegías del monte Atos (1997), que se paran a pensar la felicidad, ese exilio de sí mismo, la amistad, ese pasillo cada vez más estrecho y solitario, o las cicatrices, señales indelebles de haber pertenecido a alguien; o Últimas mareas (2012), donde declara que no es ni epicúreo ni cínico.

Grecia siempre. En cada libro, casi en cada línea. Grecia como mapa y como brújula

Portada de 'Un sonido magenta'. Portada de 'Un sonido magenta'.

Portada de 'Un sonido magenta'.

Grecia siempre, como puede comprobarse desde algunos de los títulos. Grecia en cada libro, casi en cada línea. Grecia como mapa y como brújula. Él, que ha traducido decenas de libros del griego clásico, bizantino y moderno, varias miles de páginas en total, quizás se sienta más a gusto allí, donde esta labor se le reconoce con medallas y títulos, que en una tierra que, a pesar de ser tan pródiga en homenajes, hace mucho que se olvidó de él. Aunque eso no es lo importante porque, históricamente, la sociología, sobre todo la poético-literaria, camina varios pasos por detrás de la cultura, algo que sabemos muy bien pero contra lo que no se puede hacer nada porque hay numerosos intereses involucrados para que siga siendo así. Lo que cuenta es que, desde Platón y Aristóteles hasta Seferis y Elytis, Grecia le ofrece un repertorio de metáforas, sentimientos, reflexiones y paisajes que atraviesan su poesía desde el principio hasta el final. Grecia como refugio, como estímulo, como espejo. Un salvoconducto para atreverse a ser y un salvavidas cuando ese atrevimiento le obliga a adentrarse en aguas demasiado alborotadas. Grecia y también, en algunos de sus textos más tiernos y hondos, la Andalucía del flamenco y de los pueblos (Fuenteheridos, Alájar, Galaroza, Cortegana): "¿Quién se esconde en el aire/ sin esconderse? (…) Que quien se busca encuentra/ sólo la muerte; "Yo te miraba/ y, al entrar en tu cuerpo,/ me desangraba"; "No quiero que te vayas./ Ni que te quedes./ Ni que me dejes sola./ Ni que me lleves." Grecia para aprender a construirse una mitología personal y Andalucía para poner esa mitología al servicio de sus historias de amor, de sus paseos, de sus versos, de sus desengaños, de sus esperanzas cada vez más grises o en ese memorioso anecdotario de intrascendencias trascendentes (donde los argumentos existenciales y los argumentos ad hominen suelen intercambiar carnavalescamente sus papeles) que son Aracne (2011) y los dos volúmenes de Cuadernos de un poeta en Mazagón (2013 y 2016).

Hoy el mundo desprecia a los aurigas diestros y apoya a los analfabetos que inundan las redes

Moreno Jurado es un hexámetro vagabundo, un poeta de otro tiempo. No digo antiguo, aunque la antigüedad sea su casa, sino de otro tiempo distinto del presente. Clásico y vanguardista, respetuoso con la tradición y atrevido para descoserla cuando conviene, viajero y eremita, apasionado y sereno, sensual y filosófico. En Un sonido magenta (una sinestesia, por cierto, que funciona como poética y como ética: si los sentidos no se mezclan ni la vida ni la poesía saben a nada, ni la poesía ni la vida saben nada) hay 278 páginas de poemas que se aceleran y se detienen con brusquedades que nunca terminan en descarrilamiento: porque quien los conduce conoce a fondo los senderos de la creación; y porque la gran poesía es cualquier cosa menos monocorde, aburrida, somnolienta o falta de emociones. Moreno Jurado maneja sus poemas como si fueran cuadrigas en un mundo, este que le ha tocado en suerte (él diría, en mala suerte), que menosprecia a los aurigas diestros en beneficio de los infinitos analfabetos que inundan las redes con redacciones colegiales y que son coronados por los poetas del escalafón. Qué puede hacer un maestro cuando no quedan discípulos. Qué puede hacer un maestro de verdad cuando hay tantos maestros falsos. Yo tuve la suerte de ser uno de esos discípulos. Me enseñó a medir versos y luego a escandirme a mí mismo en medio de la prosa del mundo. Cuando más lo necesitaba. Cuando estaba a punto de tirar la toalla y dedicarme profesionalmente a traicionar mis ideales. Eso no se olvida. Una gran persona (con enemigos, ya se dijo, pero quién no) y uno de los mejores poetas que he leído en mi vida.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios