Mis padres | Crítica

Tengo un hueco en el pecho

  • Cabaret Voltaire recupera la obra del escritor, cineasta y fotógrafo Hervé Guibert, uno de los últimos 'enfants terribles' de la literatura francesa

El escritor, cineasta y fotógrafo francés Hervé Guibert (Saint-Cloud, 1955-Clamart, 1991).

El escritor, cineasta y fotógrafo francés Hervé Guibert (Saint-Cloud, 1955-Clamart, 1991). / M. G.

"Cuando me incline sobre vuestros cadáveres, queridos progenitores, en lugar de besar vuestra piel la pellizcaré, y os arrancaré un mechón de pelo". En pocos años el ser humano construirá pisos en Marte, pero incluso cuando podamos elegir adosado en el planeta rojo, el conflicto de la familia prevalecerá. Los desajustes familiares, la frustración y la incomprensión en las relaciones paternofiliales, siguen siendo el motor de las mejores creaciones. A pesar de los malabares literarios para cruzar todas las lindes de la originalidad, el conflicto más elemental sigue dándose en los hogares o tras un portazo entre dos tabiques que sostienen un mismo techo. La consanguineidad, que fue creada para salvarnos, a veces nos destruye.

Sin embargo, es difícil dar con un caso que arrastre esos secretos tormentosos desde una intencionalidad tan poética y cruda, con un destino de encuentro a pesar de todas las vicisitudes, como el que se da en Mis padres, la novela que el escritor, cineasta y fotógrafo francés Hervé Guibert publicó en 1986 y que ahora la editorial Cabaret Voltaire recupera, como viene haciendo en los últimos años con todo lo imprescindible que se nos escapa. Guibert fue un chaval vulnerable que amó la vida, y toda su obra es un esfuerzo por retener esos instantes en los que la eternidad baja y conquista las formas más sencillas de nuestra existencia. Ese pulso entre las tinieblas más íntimas y la ternura común produce una luz amplia, unas imágenes ajenas que acaban por ampararnos y por dotar de contornos cercanos a las mejores formas del amor.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

"Mi hermana no es mi hermana, sino mi hermanastra, la hija del párroco. Mis padres se casaron sin llegar a amarse". A partir de esta revelación, el autor va desgranando su proceso vital como si fuera una sucesión de fotogramas, imágenes tranquilas e interrumpidas por fogonazos que iluminan la necesidad y el anhelo por una vida plena, por una vida en libertad para poder así trascenderla y transformarla. Pero no sólo hay deseo, sino convulsión por ese complejo ético de ser o no ser burguesía, punto en el que recuerda a otro autor de culto también de muerte prematura, Fritz Zorn, que denunciaba la hipocresía de la clase burguesa suiza, es decir, la de sus padres. En Guibert no hay tanto desgarro social como patetismo familiar que poco a poco va aceptando: "A mi padre le encantan las marcas".

Pasamos de esas primeras excursiones familiares al descubrimiento de su cuerpo ("mi pilila echa pus: no siempre llego a descubrir del todo el glande") y de su sexualidad, con momentos de una altísima delicadeza homoerótica: "Tan sólo podemos volver a tocarnos en las butacas turquesa, apoyando el codo en el reposabrazos para buscarnos las manos, dejar que se rocen, que jueguen entre ellas, que se acaricien, e ir más lejos, tirar para arriba del jersey, sentir aquella extraordinaria rugosidad de su piel". Desde esos primeros amores a la emancipación en la capital, en París, donde estudia teatro, y desde allí el miedo a la enfermedad propia y a la ajena, al cáncer que padece su madre y a su orfandad crónica: "La cara de mi madre hinchada por la cortisona, como la cabeza de un dogo; la odio tanto". Dos años después de la publicación de esta novela, a Hervé Guibert le diagnostican sida. En este trabajo inicia ese diario del espíritu desde el que recorre los sótanos más difíciles de la conciencia, diario que ya no abandonará en ninguna de sus facetas artísticas y vitales.

Todo en Hervé Guibert parece primicia. Todo en su literatura parece justa profanación. Leer este libro supone bailar a su lado, agarrado a su cintura, sintiendo su pelo desordenado que cae sobre tu rostro, ese vals en aquel enorme salón inundado por la claridad que él en estas páginas construye. La promesa de este chico rubio supera los mejores anhelos de la literatura de hoy.

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