Las manos de Orlac | Crítica

Maravilloso y científico

  • Siruela recupera 'Las manos de Orlac', uno de los más espléndidos títulos de Maurice Renard

Conrad Veidt en una escena de 'Las manos de Orlac' (Robert Wiene, 1924).

Conrad Veidt en una escena de 'Las manos de Orlac' (Robert Wiene, 1924). / D. S.

El de Orlac es un patronímico que no resultará desconocido a los aficionados al séptimo arte: Las manos de Orlac corresponde a una de las obras más sonadas de los expresionistas Robert Wiene y Conrad Veidt después de su golpe maestro, El gabinete del doctor Caligari, igual que a varias reediciones posteriores, alguna de ellas, como la de Peter Lorre para la MGM de 1935, enmascarada bajo el incomprensible marbete de Mad love, aunque con argumento indistinto. La popularidad cinematográfica de Orlac corre el albur, entonces, de ocultar otros objetos que bien merecerían emerger a la superficie: la novela que hay debajo del filme, el resto de novelas y cuentos que la acompañan, el hombre que las pergeñó. Llegando hasta el fondo de las aguas nos toparíamos, así, con uno de los escritores más originales y despreciados de la literatura francesa reciente, Maurice Renard.

El injustísimo olvido a que Renard (1875-1939) ha sido sometido (sólo dos traducciones al castellano en las últimas tres o cuatro décadas, y una situación no mucho mejor en el ecosistema editorial inglés), obedece, creo, a varios factores, pero puede sintetizarse fácilmente en uno. Renard, que cultivó todo tipo de formatos en su dilatada trayectoria como literato (la poesía, el periodismo, el ensayo, el cuento) fue mayormente un autor de folletines, y sobre todo, de folletines fantásticos: los pocos que lo hacen todavía lo citan como una de las lumbreras de la ciencia ficción gala de la primera mitad del siglo XX. Es pues, ¡ay!, un escritor de género. Pero como un examen algo más cauto de su cosecha revelará a quien se aproxime a ella (cosa que recomiendo sin condicionales), el término fantástico resulta ambiguo y aun incompleto para definir su talento. Cierto es que el lector español que desee realizar el acercamiento lo tiene bastante crudo si se limita a nuestro idioma: aparte de Orlac, lo único catalogado de lo que dispone es la formidable El doctor Lerne, que apareció en las prensas de Valdemar (¿dónde si no?) allá por 2007.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

¿Qué ofrece Maurice Renard para que a algunos nos encante como lo hace, para que nos siga resultando igual de atractivo, de seductor y truculento que muchos de los modernísimos escritores weird que pugnan en los escaparates? Las manos de Orlac, a la que conviene bien el título de clásico, puede aportar motivos: la historia de un afamado pianista, Stèphen Orlac, que pierde el dominio de sus manos en un accidente de tren y que, por obra y gracia del siniestro doctor Cerral, las recuperará para su desgracia, porque esas manos ya no son parte de él. La contundencia del argumento principal, salpimentado con elementos aún más punzantes como la cirugía, el ocultismo, el humor negro y el folletín detectivesco, constituye un buen ejemplo de eso que el propio Renard llamaba roman merveilleux-scientifique y en el que cabía un espléndido batiburrillo de ciencia de última generación, novela gótica, novela policíaca, relato de terror, mitología, melodrama y retablo grotesco, en un cóctel que dio pie a cierto crítico anglosajón a calificar su obra de "ciencia ficción hoffmannesca".

El lector encontrará en Orlac (en la mayoría de Renard) misterios gruesos, almas en pena, científicos locos (muchos), mutilaciones, malhechores secretos y otro largo menú de delicias escogidas. Esperemos que esta iniciativa de Siruela por recuperar a uno de los autores más personales (y traspapelados) del último siglo no quede en disparo aislado y otros muchos le sigan pronto. La literatura fantástica lo agradecerá, la literatura sin adjetivos lo agradecerá.

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