Literatura

Fernando Arrabal, 90 años de poética desobediencia

  • El autor, una de las figuras más brillantes de las letras españolas, celebra este jueves su cumpleaños mientras espera un improbable Premio Cervantes

Fernando Arrabal, en una imagen de archivo.

Fernando Arrabal, en una imagen de archivo. / D. S.

Dramaturgo, poeta, ensayista, cineasta, artista plástico, experto en polémicas y "desobediente congénito". Así es Fernando Arrabal, creador poliédrico que este jueves cumple 90 años, siempre con gafas redondas desde las que enfoca su particular visión de la vida.

Melillense de nacimiento (1932) pero "exiliado" de corazón, como él mismo se califica, Arrabal vive desde los 23 años (entre idas y venidas a España) en París, ciudad donde este hijo de un militar llegó gracias a una beca de estudio, lo que le hizo cambiar la España de la posguerra por Francia.

En Francia le han tratado siempre con el honor y el reconocimiento que merece. Fue en el país galo donde en 2006, el entonces ministro francés de Cultura Jack Lang le describió como un "desobediente congénito" cuando le entregó las insignias de Caballero de la Legión de Honor de Francia, el mayor reconocimiento a una relación entre el fértil artista y ese país.

Y desde allí se convirtió en uno de los grandes símbolos de la iconoclasia, la vanguardia y la transgresión, con su imagen calculadamente extravagante. Gafas redondas, barba y unas vistosas pajaritas sin anudar, a caballo entre un sempiterno vanguardista y un intelectual trasnochado, como reconoce él mismo.

Su inteligencia le ha permitido siempre reírse de sí mismo y convertir su universo en una prolífica y mordaz exploración artística.

"Necesitamos un mundo poético, de hacedores, de los que hacen, sin ellos sólo tendremos un mundo sin iluminación, con guerras y con gente que quiera imponer sus ideas", dijo a Efe en una entrevista el autor de obras como La torre herida por el rayo o El cementerio de automóviles (Premio Nacional de Teatro en 2001).

Su ironía y su actitud crítica le han hecho pasar por situaciones complicadas como cuando en 1967 pasó tres meses en una cárcel franquista por culpa de una dedicatoria juzgada inaceptable ("Me cago en Dios, en la Patria y todo lo demás").

En realidad la justicia española pidió 12 meses de prisión, pero al final se redujo a unos meses gracias a la presión internacional de intelectuales como Beckett, Arthur Miller, Octavio Paz, Elías Canetti, Camilo José Cela y Vicente Aleixandre.

Ya en 1971, de nuevo en París, escribió su polémica Carta al general Franco, por la que fue declarado uno de los más grandes enemigos de España, junto con los dirigentes comunistas exiliados Santiago Carrillo o Dolores Ibárruri, La Pasionaria.

Dos veces Premio Nacional de Teatro, Premio Nadal de Novela, candidato al Premio Nobel y amante del vino y del ajedrez, el aclamado iconoclasta y autor de La travesía del imperio se relacionó con algunas de las mentes más lúcidas de su tiempo, como las de Picasso, Dalí, Samuel Beckett, André Breton, Alejandro Jodorowsky, Milan Kundera o Michel Houellebecq.

Pero hay un premio que se le resiste, el Cervantes, un galardón que le gustaría recibir, contó a Efe en 2015: "Claro que me gustaría que me dieran el Premio Cervantes, llevo más de 60 años dándole vueltas y, en contra de lo que la gente pudiera pensar, porque todo el mundo cree que soy un provocador, yo no quiero arrabalizar a Cervantes; al contrario, toda mi vida he luchado por cervantizarme".

"Sé que no me lo van a dar, porque poner de acuerdo a todo un jurado es muy difícil. Cuando estaba Cela vivo me propusieron y estaba apoyado por Umbral y José Hierro, pero ahora, no creo", reconocía a EFE en 2003.

Provocador como pocos, aunque siempre ha rechazado esta etiqueta, Arrabal abandonó el surrealismo para abrazar la "patafísica" ideada por Alfred Jarry, por la que también se interesaron Boris Vian, Jacques Prévert, Joan Miró, Marcel Duchamp o Umberto Eco, y descrita como "la ciencia de las soluciones imaginarias".

Arrabal también es autor de cintas cinematográficas como El árbol de Guernika, Le cimetière des voitures, de poemarios como Humbles paradis, Diez poemas pánicos y un cuento o La odisea del Pacífico; y de otras novelas como La Virgen roja, pero sobre todo, obra dramática, su gran vocación: El cielo y la mierda, Breviario de amor de un halterófilo o El jardín de las delicias, con la que ganó el Premio de Teatro de la Academia Francesa en 1993.

En 2009 protagonizó una de sus últimas excentricidades, la de hacer el libro más pesado de la historia de la humanidad, una edición limitada de 61 kilos por tomo -precisamente su peso- en la que acompañó de poemas las ilustraciones de un fotógrafo y cuatro pintores chinos.

En otra muestra de su absoluta libertad creativa, en 2017 expuso sus "poemas plásticos" en ARCO, la feria de arte contemporáneo de Madrid. Porque quiso ser pintor desde que era pequeño. "Cuando fui párvulo con las Teresianas. Con la inolvidable madre Mercedes. Que al tic-tac del reloj le instalaba truenos. Todos y la familia y mis embriagadoras maestras creían que sería pintor". Pero fueron las palabras y las ideas lo que ha centrado una compleja y brillante obra, en ocasiones oculta detrás de unas coloristas gafas redondas.

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