Cuentos con mecanismo de relojería | Crítica

Bosnia, la lectura de los peces

  • Tras el extraordinario conjunto de cuentos de 'Las aguas tranquilas del Una', Faruk Sehic regresa ahora con una nueva tanda que resulta, de nuevo, involvidable

El escritor bosnio Faruk Sehic (Bihac, 1970).

El escritor bosnio Faruk Sehic (Bihac, 1970). / Dzenat Drekovic

Los espléndidos cuentos de Faruk Sehic siguen fluyendo como la corriente azulísima del río Una, cuyo cauce delimita la sufrida frontera entre Bosnia y Croacia. Puede decirse que estos Cuentos con mecanismo de relojería son como el flujo que sigue al extraordinario Las aguas tranquilas del Una, su anterior libro.

El lector conoció entonces, por primavera vez, que existía el cauce del Una. Se zambulló en sus aguas y aprendió a considerarlo tal y como Sehic le iba mostrando su líquido universo. Esto es, un río amado pero sangriento, afabulado pero real, lleno de mil y un peces y, también, lleno de muertos, de recuerdos devastados. Después del río Drina (Un puente sobre el Drina del gran Ivo Andric), el Una se ha convertido en referente literario para conocer la cultura y la historia reciente y atroz de los Balcanes.

Aviso para indolentes y prejuiciosos. Cada libro de Sehic (Bihac, Bosnia, 1970) no es otra obra más sobre las guerras balcánicas de los años 90 (se conmemora este 2020 el XXV aniversario de la masacre de Srebrenica). Pese al horror, podríamos decir que pocas geografías nos alcanzan con tal sutileza a través de la fábula, la añoranza, la memoria recreadora e, incluso, la crónica pop. El escritor bosnio Aleksandar Hemon acuñó el término bosniedad. Sehic, quien vive hoy en Sarajevo, explica la bosniedad a su modo, interpretando el acta notarial de una naturaleza muerta: "Soy el cronista de una era perdida, hundida, de un tiempo calcinado".

Leímos este obituario personal y coral en su anterior libro. Ahora, en Cuentos con mecanismo de relojería, hallamos esta otra línea marchita: "Somos la generación mutilada". Igual que Velibor Colic, otro autor bosnio (rescatado por Periférica), Faruk Sehic combatió durante la guerra en la Armija (ejército gubernamental de los musulmanes bosnios). En sus dos libros palpita la devastación balcánica, que discurrió entre 1992 y 1995. Aunque la muerte enseña su enorme boca negra y desdentada, lo que hallamos en estos cuentos es el triunfo de un superviviente, que asoma su cabeza sobre un tiempo ya perdido, igual que los peces saltan del agua para respirar o para huir de otros peces devoradores. "Algunas personas aprenden a leer el futuro en los posos del café. Yo aprendí a interpretar los peces", decía Sehic en Las aguas tranquilas del Una.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Sehic no sólo interpreta los peces del Una. También interpreta los árboles, las flores, los bosques, las montañas y las colinas. Tras el cuadro se trasparece, como trampantojo, la infancia, la mocedad de un tiempo como vintage. En algunos cuentos la guerra, pese a la crudeza, se recrea como parte de un mundo de fábula personal y de amor poético por la naturaleza (La ofrenda, Mi Atlántida privada).

El autor no acude a la Arcadia perdida a través de la misma trampa de siempre: la dulce nostalgia. El aire pop de una generación, si bien mutilada, asoma en pasajes de uno y otro libro. Si escuchar a Depeche Mode y observar el río formaba parte de un mismo canto para la vida, ahora, en algún que otro cuento se nos narra cómo en un pestoso refugio, en la línea del frente que delimitaba el Una, un soldado pasa la Nochevieja de 1994 leyendo un cómic pornográfico sobre Bukowski y unas prostitutas. Las referencias autobiográficas son obvias. Capítulos de su primer libro (El olor de la ciudad quemada o Amor por las ruinas), vuelven a resonar, por tanto, en esta nueva gavilla de relatos (El hombre mutilado, La cháchara siniestra del vendedor de luz).

Decía Manuel Roán en su Maratón Balcánico (Caballo de Troya) que los Balcanes no se entienden sin sus ríos. Aludía al color azul, casi turquí, que tiene el Una a su paso por Bosnia. Es el mismo río que delimitaba la línea del frente durante la guerra. Desde Croacia el Una deja atrás la Krajina, discurre por la ciudad natal del escritor, Bihac, y continúa por Bosanska Krupa (donde la casa de su abuela, piadosa musulmana, pero adoradora del ateo Tito, y justo la tercera ciudad más devastada por la guerra). El río fluye luego junto a la actual República Srpska de los serbios de Bosnia y desemboca, finalmente, en el Sava, en la comarca de Jasenovac (icono del horror de los ustachas croatas durante la Segunda Guerra Mundial).

No resulta baladí esta lección de geografía urgente. Hoy como ayer (y hasta nuevo aviso), el Una viene a ser el río azul de la vida y la naturaleza que discurre por tierras donde palpita, como la inmensa víscera de la fiera, un odio ingénito y particular. Pero, por encima de todo ciclo de horror, Faruk Sehic nos enseña a interpretar los peces en un nuevo libro inolvidable.

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