maría elvira roca barea. Historiadora

"El discurso de Lutero parecía antisistema y fue puro populismo"

  • Tras la gran acogida de 'Imperofobia', la autora salta a la narrativa con '6 relatos ejemplares 6', donde repasa las "zonas oscuras" de la historia europea

La historiadora María Elvira Roca Barea (El Borge, Málaga, 1966).

La historiadora María Elvira Roca Barea (El Borge, Málaga, 1966). / d. s.

-Las historias que presenta en 6 relatos ejemplares 6 (Siruela) no podían abordarse, dice, sólo desde la historiografía.

-Cada relato es básicamente un retrato muy concreto de la historia. Hubieran roto en sí mismos, por extensos, el tono de un ensayo más general y ni Ana de Sajonia ni el calvinismo en Ginebra, por ejemplo, merecían despacharse simplemente en una nota a pie de página. Todas son historias que fueron surgiendo conforme iba escribiendo, no ya Imperofobia, sino otros textos de historia en general, y todas ellas daban la clave de una Europa oculta y opaca para la mayoría: unas narraciones que no han sido frecuentadas por los escritores ya que, de la misma forma que la historia oficial circula por unos carriles, también lo hace la narrativa. Todo el paisaje visible es el que ellos han construido: nadie se plantea escribir un relato con un inquisidor bueno, por ejemplo. Pero cuando indagas en las zonas oscuras de Europa, las historias se van encontrando y amontonando, y pensé que merecía la pena escribirlas, aunque sea nueva novísima...

-No se nota: tono y lenguaje, por ejemplo, son completamente distintos en cada relato.

-Ha requerido un gran esfuerzo, pero tenía claro, al seleccionarlos, que lo primero que tenía que hacer era individualizar la voz. ¿Por qué? Porque si no, al tercer cuento, te aburres, no los distingues.

-¿Por qué el rodillo del que habla ha sido tan absoluto? ¿Por qué nos hemos contagiado también de ese discurso?

-Creo que por una conjunción de factores que puede resumirse en una derrota por incomparecencia de los países católicos: desde hace un par de siglos, toda la fascinación de los pueblos del sur era parecerse al norte, que no se nos notara el estigma de Caín ya que los buenos, estaba claro, eran los otros, ingleses y alemanes: la historia de Europa se confecciona según ese eje, y españoles e italianos siguen los caminos ya marcados. Una de las principales razones de esto es que la misma Iglesia católica aceptó esa composición de lugar y no ha cuestionado nunca la interpretación protestante de los hechos. La Iglesia y su asunción de este discurso tuvo y tiene mucha responsabilidad, porque además en sus manos ha estado nuestra educación durante siglos. En los países protestantes, la fe está ligada directamente al país, muy al contrario, y aunque parezca justo al revés, de los países católicos: aquí hemos visto gestos de deslealtad increíbles para con el país por parte de obispos catalanes o vascos, impensables en otros países. La actitud de la Iglesia católica al respecto es la de absorber las culpas y la recuperación del hijo pródigo.

-El autodesprecio sí lo tenemos bien aprendido, desde luego.

-Forma parte de lo mismo: es muy normal eso de decirnos qué habremos hecho para nacer aquí, y no en Francia o en Inglaterra... Eso ha traído otros problemas posteriores, en los que estoy trabajando, como el divorcio entre la clase política e intelectual y el pueblo: ruptura que se salda cada cierto tiempo con una crisis tremenda, de las que salimos siempre a pesar de, a la contra.

-Uno de esos "episodios oscuros" que retoma es el levantamiento de los campesinos germanos, donde la figura de Lutero aparece como lo que podríamos definir como... ¿ populista?

-Era puro populismo. El discurso de Lutero era totalmente antisistema contra todo lo de arriba, pero realmente iba dirigido contra Carlos V y los poderes establecidos de la Iglesia católica como valedores de una gran tradición de poder. No contra los señores germanos: cuando las cosas se complican para ellos, Lutero los saca del atolladero. El es realmente el responsable de que el feudalismo durase en Alemania hasta el XIX. Lutero consiguió unir cisma religioso y sostenimiento de las oligarquías: aquellos que se rebelaron contra el poder en todos sus sectores murieron en el intento. Y fue también el responsable de que en todo el territorio alemán se instauraran ideas como el antisemitismo y el desprecio al sur: todo lo malo, decía, es inmoral, sucio y "romano". Prejuicios que se han mantenido hasta hoy en día.

-Y por tenebrosa, la Ginebra de la época de Calvino.

-Lo que se conoce es espeluznante. La muerte de Miguel Servet fue uno de los grande errores de Europa: no en sí su ejecución, que también, sino todo que se le hizo antes de matarlo, la destrucción sistemática de un ser humano al que se humilla hasta la extenuación. Estaba preso en un cubículo tan pequeño que no tenía más remedio que tumbarse sobre sus propios excrementos. En sus cartas, Servet pide que lo juzguen de inmediato y lo condenen, al menos para que lo limpien; pide dignidad para su cuerpo. Y Calvino se complace en alargar su sufrimiento: esto sólo puede surgir de una mente enferma, una mente sádica que tiene un monumento de cuatro metros en Ginebra. Cualquiera le hace un monumento a Torquemada, que sólo firmó cuatro sentencias de muerte.

-Muy duros son también el primer y último relatos, donde dos mujeres poderosas son tratadas cruelmente, en gran parte, por su condición. Los grandes insultos de descrédito no cambian: adúltera, loca, puta, histérica.

-No fueron muy creativos.

-Pero, desde luego, efectivos.

-Hasta que los tribunales civiles no articularon realmente la condición de la mujer, la situación en la que ponía a las mujeres el divorcio era exasperante: como en los primeros tiempos, en que te repudiaban y tenías la calle para correr. Pasaron muchas décadas con las mujeres otra vez en situación de indefensión absoluta. Ana de Sajonia era una de las mujeres más ricas de Europa, la separaron de sus hijos y no pudo tocar un céntimo de su fortuna porque a su marido le dio por difundir que era una perturbada. O Lady Margaret Poole, víctima de una más de las muchas carnicerías de los Tudor: hubo un momento en que paré de contabilizar víctimas a su alrededor porque, de exagerado, parecía imposible o ridículo.

-Siempre pensé que la gran fuerza entrópica eran los Plantagenet, que podrían inspirar de sobra varios libros y temporadas de Juego de tronos. Pero luego me pregunto hasta qué punto esta no es una visión envenenada.

-Eran tremendos ambos, Plantagenet y Tudor. Pero el relato que hacen los Tudor de la historia de Inglaterra, que se construye a través del anglicanismo, no puede ser más que positivo, no puede ser negativo. Si vas a romper la Iglesia y la idea de cristiandad, de una Europa unida, tienes que tener unas armas poderosísimas, y si no, te las fabricas: tienes que estar luchando contra el mal absoluto, nunca puede decaer ese triunfo, esa verdad. Y la reedición de superioridad moral es, en el mundo protestante, absolutamente necesaria de continuo. Los católicos no tienen eso en su horizonte mental, no lo tienen y no lo ven. No ven que, sin su denigración, el otro no puede existir. Fíjate, a pesar de lo malparados que hemos salido, que ellos tienen mucha más necesidad de eso que nosotros.

-Alerta sobre esa poderosa maquinaria propagandística de los Tudor; pero uno de sus mayores propagandistas fue, precisamente, Shakespeare.

-El de Shakespeare es un caso excepcional. En su vida hay años de desapariciones misteriosas, algunas que coinciden con estancias en Roma de un tal William de Stradford. William Shakespeare era católico, pero ni el mismo Borges lo sospechó, aunque sí decía que su caso era muy anómalo, que pegaría que fuera judío, exótico, porque a menudo era chispeante, colorido, y que no había un rasgo de xenofobia en todo su teatro, y esto es realmente raro en el teatro isabelino. Hasta hace diez años, nadie se había atrevido a decir siquiera que era católico, no que lo fueran su padre, o su familia, o que ayudara a nobles católicos. La ley del silencio de los países protestantes es absoluta: a nosotros los griegos nos soltaron la lengua.

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