Crónica de un viaje de seis semanas | Crítica

Desbordamiento del alma

  • Se reúnen en este hermoso libro de viajes las notas y algunas de las cartas de los Shelley sobre sus dos primeras estancias en el continente, cerradas con un memorable poema dedicado al Mont Blanc

Mary Shelley (Londres, 1797-1851).

Mary Shelley (Londres, 1797-1851).

Publicada en noviembre de 1817, la Crónica de un viaje de seis semanas –"por una parte de Francia, Suiza, Alemania y Holanda, con cartas descriptivas de una navegación por el lago de Ginebra y los glaciares de Chamonix", en el título completo original– fue el primer libro publicado por Mary Wollstonecraft Godwin, compuesto junto al poeta Shelley unos meses antes de que apareciera la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, famosamente concebida durante la segunda de las estancias europeas narradas por ambos. La primera tuvo lugar entre julio y septiembre de 1814, cuando la joven de sólo dieciséis años huyó al continente en compañía de su amante, ante la negativa de su padre el filósofo Godwin –por lo demás maestro de Shelley e inspirador de su ideario anarquista– a consentir la relación de Mary con un hombre casado. Pero es el segundo viaje entre mayo y julio de 1816 el que ha quedado asociado, como los nombres de Villa Diodati, Byron o el doctor Polidori, a una enfebrecida mitología donde se unen el amor libre, la exaltación romántica y el horror gótico.

Glaciares en el Mont Blanc, en los Alpes suizos. Glaciares en el Mont Blanc, en los Alpes suizos.

Glaciares en el Mont Blanc, en los Alpes suizos.

Devotos de Rousseau y del espíritu quijotesco, los viajeros celebran los escenarios naturales

La Crónica se abre con una especie de diario dedicado al primer recorrido que la pareja, en ambos casos, hizo acompañada de la medio hermana de la autora, Jane o Claire Clairmont, pero esta y las demás precisiones biográficas apenas se reflejan en un relato que interpreta el género desde la ingenua perspectiva de unos muchachos –Percy era sólo cinco años mayor– sin otros bienes que la juventud, decididos, como se dice en el preámbulo, a disfrutar "el inconstante verano de alegría y belleza que envuelve el mundo visible". Devotos de Rousseau y del reivindicado espíritu quijotesco, los viajeros caminan a pie o se desplazan en carruaje o navegan en bote por el Rin, celebran sobre todo los escenarios naturales y no dejan de reparar en los recientes estragos de las guerras napoleónicas. Las cartas desde Ginebra se recrean en las espléndidas vistas de los lagos, los glaciares, los bosques del paisaje alpino. Como el macizo que lo inspira, el poema Mont Blanc brilla a una altura impresionante, nacido de un "desbordamiento del alma" que se aleja por completo de la racionalidad del gusto ilustrado. Vemos en sus versos el fervor de un siglo que comenzaba y fue para el poeta demasiado corto.

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