Historia del Museo del Prado | Crítica

La belleza ordenada

  • Con motivo de su bicentenario, Casimiro edita la 'Historia del Museo del Prado (1818-1868)', que publicó en 1945 Mariano de Madrazo, descendiente de los célebres pintores, y primeros directores, de la institución 

Interior de la rotonda del Museo del Prado. Pedro Kuntz. 1833

Interior de la rotonda del Museo del Prado. Pedro Kuntz. 1833

El 19 de noviembre del año en curso se cumplirán dos siglos del Museo del Prado, es decir, de una de las mayores empresas culturales, no sólo de la historia de España, sino del mundo contemporáneo. Si al presente es común desprestigiar la utilidad de los museos convencionales (desprestigio “contracultural” subvencionado, en su mayor parte, por las administraciones públicas), si al presente, repito, es norma recelar de cualquier normativa que no sea el mero arbitrio del artista, lo cierto es que en el nacimiento de los museos asistimos a dos fenómenos de suma importancia, sin los cuales no es posible entender, siquiera superficialmente, el siglo que habitamos. Uno primero es la desacralización (la administrativa y la ideológica), que llevó a buena parte del arte religioso a figurar en las grandes salas de los museos de Europa. Un segundo movimiento, inseparable del anterior, es la voluntad del poder, tributario de las Luces, de educar a la población, no sólo en los rudimentos más útiles y perentorios, sino también en la noble manifestación de la belleza.

Con estas premisas, comunes a cualquier museo de la Europa decimonónica, nacerá el Museo de Pinturas, luego Museo Isabelino, y finalmente, Museo del Prado. Premisas que comparte, y que se deducen en buena medida, de las actividades llevadas a cabo en Francia para la fundación del Louvre, a cuyo cargo estuvo el estupendo pintor de ruinas Hubert Robert, como aquí lo estarían, algo más tarde, los pintores José y Federico Madrazo. Descendiente de aquellos directores inaugurales (“los directores artistas” como ahora se les llama para distinguirlos de quienes poseen un conocimiento más preciso y complejo de la Historia del Arte), es el autor de esta documentada y minuciosa obra, en absoluto prolija, y que abarca, como vemos desde su título, sus primeros cincuenta años de vida, desde el año anterior a la inauguración del Museo, a las revueltas de La Gloriosa que acabaron con la monarquía borbónica, en septiembre de 1868, y dieron paso a la I República.

Sólo tras numerosas vicisitudes, y después de que la Academia de San Fernando desechara el palacio de Buenavista, Fernando VII dará por bueno el edificio de Villanueva para ofrecer a la instrucción pública, y para solaz de los españoles, el que ya entonces -y ahora- podía reputarse como el mejor museo del mundo.

Durante la guerra con el francés, el viejo edificio de Villanueva, destinado a museo de ciencias naturales, había servido de caballerizas para el ejército invasor. Con lo cual, es fácil imaginar tanto la depauperación de sus instalaciones, como los graves problemas financieros que acuciaron a la hacienda española tras la inmensa devastación de aquellos años. De manera que fue sólo tras numerosas vicisitudes, y después de que la Academia de San Fernando desechara el palacio de Buenavista, cuando Fernando VII dé por bueno el edificio de Villanueva para ofrecer a la instrucción pública, y para solaz de los españoles, el que ya entonces -y ahora- podía reputarse como el mejor museo del mundo. Porque es obra de Fernando VII, del ominoso Tigrekán (influido, indudablemente, por el ejemplo francés, y alentado por la reina, Isabel de Braganza), la feliz culminación del Museo de Pinturas, en el que se acopiaron numerosas pinturas de las colecciones reales, y al que afluyeron importantes caudales (siempre escasos para una empresa de tal envergadura), en una hora de España particularmente dramática. Todo lo cual se evidencia, con admirable detalle, en esta Historia... de Mariano de Madrazo; Historia... que, al tiempo que rinde homenaje a sus antepasados, proporciona numerosos datos de aquel nacimiento (los suelos de arena, la falta de braseros, el mal estado de las pinturas, y en suma, el heroísmo colectivo del que es fruto el museo de el Prado), que al lector de hoy, acostumbrado a la tecnología, acaso le resulten inverosímiles.

En otro momento, y a lo largo de este bicentenario, quizá podamos recordar aquí una obra de Pedro de Madrazo (tío abuelo del autor de estas páginas, y autor de numerosos catálogos del Prado), que precede, en muchos aspectos, a esta Historia del museo, publicada inicialmente en 1945. Me refiero a Las colecciones reales en el origen del Museo del Prado (1884), también editada por Casimiro, y en la que se da fe de la predilección por la pintura, muy superior al resto de las coronas europeas, que distinguió a los reyes de España. De esa peculiaridad, mantenida secularmente, se nutrió, en gran medida, El Prado. Y en esa singularidad se fundamenta, en no menor grado, su indudable primacía.

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