De libros

Una artista del XVII

  • 'Cartas'. Artemisa Gentileschi. Ed. Eva Menzio. Trad. María Nieves Muñiz. Cátedra. Madrid. 2016. 264 págs. 16 euros.

En la catedral de Sevilla es posible contemplar un magnífico lienzo de Gentileschi. La obra, traída por el duque de Alcalá en el primer tercio del XVII, representa a María Magdalena sentada en un sillón, apoyada en un brazo e inmersa en un acusado claroscuro. Hija del pintor Orazio Gentileschi, Artemisa es también una conspicua seguidora  de  Caravaggio, y como tal rodea de oscuridad el drama de las Escrituras. Es otro drama, sin embargo, no exento del matiz injurioso que acompañó a la Magdalena, el que recoge este libro. Así, a las cartas que Artemisa envió a sus comitentes, le acompañan las actas del proceso por estupro en el que hubo de testificar contra su agresor, el pintor y compañero de su padre Agostino Tassi. 

De los testimonios recogidos en dicho proceso, se infiere que Artemisa fue forzada en su casa y que, con posterioridad, el pintor se prometió con ella en matrimonio. También se deduce que, a partir de ahí, Artemisa y Agostino mantuvieron relaciones íntimas en numerosas ocasiones. Eso es lo que Artemisa sostiene, incluso bajo tortura, y lo que niega con arrogancia Tassi. Aun así, son tantos los testimonios en su contra, que Tassi será condenado finalmente con una pena leve. Lo más sugestivo, a pesar de todo, lo que convierte estas actas en un documento excepcional, es la gravitación y la sombra de lo que no sabemos. No sabemos por qué Orazio Gentileschi tardó un año en denunciar la agresión. No sabemos por qué volvió a trabajar con el agresor de su hija; y tampoco las razones últimas de que Artemisa abandonara Roma. 

  

De las cartas que siguen al proceso no es posible inferir nada de lo anterior. Pero sí es posible colegir dos asuntos: el velo cultural que nos separa de ella, y que opaca en cierto modo nuestra mirada, y la fatigosa precariedad, el ruego constante de dinero a sus protectores. Esto ya lo habíamos visto en Miguel Ángel, en Cellini, en Nicolas Poussin, y aún lo veremos en Velázquez. Con lo cual, a la adversa condición de pintora errabunda y deshonrada, Artemisa Gentileschi unió la angustiosa menesterosidad de su arte. 

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