Abecedario de lector | Crítica

Un vicio impune

  • Paidós publica la apasionada y estimulante "guía personal para lectores exigentes" en la que Adolfo García Ortega ha reunido algunas de sus devociones literarias en forma de abecedario

Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958).

Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958).

Originalmente publicado por entregas en el suplemento cultural de El Norte de Castilla, entre octubre de 2016 y marzo de 2018, el Abecedario de lector de Adolfo García Ortega fue también difundido desde la web personal del escritor y pedía a gritos –o más bien en voz baja, pues de señores que la elevan andamos sobrados– ser reunido en un volumen cuya hermosa cubierta, de sobria limpieza y refinado aire retro, vale asimismo por una declaración de intenciones. El narrador, articulista y poeta vallisoletano es también editor y traductor, y de estas dos últimas facetas, que como la propia crítica se relacionan con la labor de mediación en la que se fundamenta la buena salud de los ecosistemas literarios, nace acaso la necesidad del creador de compartir sus juicios e impresiones a propósito de los autores a los que admira. Frente a los escritores que se dedican a borrar por sistema las huellas de los maestros y jamás o casi nunca hablan de los compañeros de oficio, hay otros que los celebran a ambos –clásicos y contemporáneos, ambos presentes en el Abecedario de García Ortega– en la idea de que hacerlo aporta una luz clarificadora cuyos destellos se proyectan en varias direcciones.

García Ortega define la lectura como el disfrute de una pasión en libertad

El subtítulo del libro, Una guía personal para lectores exigentes, nos recuerda las palabras de Cynthia Ozick –"la vida del intelecto es, por fuerza, jerárquica; insiste en que una cosa no es lo mismo que otra"– citadas por García Ortega al comienzo de otro de sus libros recientes, Fantasmas del escritor (Galaxia Gutenberg, 2017), con el que este Abecedario comparte un aire de familia: aunque en el anterior se hablaba también de política y de cultura no literaria, ambos libros nacieron de colaboraciones en la prensa –muy ampliadas en las ediciones finales– y sobre todo reivindican el ejercicio de la subjetividad, es decir se alejan de las aspiraciones normativas, tan enfadosas, para cultivar una forma de ensayismo que linda con el autorretrato indirecto. García Ortega habla de la lectura como una "exploración inagotable" y la define como el disfrute de una pasión en libertad, que se propaga no gracias al celo de los custodios de las esencias sino a la generosa labor de quienes son capaces de ofrecer estímulos. Todo lector tiene su canon, naturalmente, pero no todas las preferencias son equiparables.

Es indudable que el criterio, al margen del gusto, precisa de un aprendizaje

Cierta clase de actualísima demagogia insiste en la idea, reforzada por esa igualación a la baja que asociamos al mal uso de las novísimas tecnologías o en particular a determinadas herramientas que sólo han aportado confusión y ruido, de que todas las opiniones valen lo mismo, pero sin caer en los prejuicios exclusivistas vinculados al esnobismo o las pretensiones sacerdotales –a los que también se refería Ozick en otro momento del pasaje citado– es indudable que la formación del criterio, al margen de los gustos cambiantes, precisa de un aprendizaje para el que no valen las charlas improvisadas ni los recetarios de urgencia. Una parte muy respetable de la literatura actual sigue unas directrices que no se diferencian de las aplicadas a distintos frentes de la llamada industria del entretenimiento, pero hay otra no por fuerza minoritaria –y si lo es, tampoco pasa nada– que se rige por unos estándares de calidad, por decirlo con el lenguaje de los comerciales, a los que no se puede acceder sin esfuerzo.

A Larbaud debemos la idea de una aristocracia abierta, plebeya

El camino pasa por la práctica, como señalara Susan Sontag, a la que García Ortega cita en el prólogo antes de acogerse al famoso ensayo de Valery Larbaud, Ce vice impuni, la lecture, del que extrae otra frase definitoria: "un vicio que nos da la ilusión de llevarnos a una alta sabiduría, la que nos permite imaginar". En ella cifra el autor el propósito de su Abecedario y la esencia de un placer que ofrece también "refugio íntimo", "consuelo en la adversidad" y la excitación derivada del amor por el conocimiento. Al propio Larbaud debemos la idea de una aristocracia abierta a todo el mundo, que para García Ortega es por naturaleza plebeya –"los lectores exigentes son una élite extremadamente democrática, los verdaderos cosmopolitas de la cultura"– en la medida en que acepta a cualquiera que sienta una necesidad genuina.

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