CASI TODAS MIS LETRAS PARA EL CANTE | CRÍTICA

Rodríguez Ojeda: dos lenguas de un mismo idioma

  • El sello Anantes recopila sus años de escritura en torno al flamenco. El prólogo de Velázquez-Gaztelu fija bien los horizontes de una poesía cómplice de la de Moreno Galván

José Luis Rodríguez Ojeda (Carmona, 1957).

José Luis Rodríguez Ojeda (Carmona, 1957).

La poesía y las letras del cante flamenco convergen en la emoción y en la expresión verbal, en saber contar, como decía Cervantes, lo que se sabe sentir. Ambas manifestaciones del arte se entienden desde esa frase de Coleridge: las mejores palabras en el mejor orden. La poesía ha sido germen de letras que luego han sido interpretadas por cantaores y cantaoras. Como Mayte Martín poniendo cante -qué soberbia interpretación- a los versos de Manuel Alcántara. Y en otra dirección: poetas que escribieron desde evidentes influencias de palos del flamenco: Bécquer, Montesinos, Javier Salvago. Incluso autores que no son andaluces se han acercado a esas estrofas: alguna que otra copla de Javier Almuzara o las muchas de José Bergamín.

Aunque es cierto que en la poesía que hoy se escribe no es tan habitual la relación, es innegable que la poesía y el flamenco -cuando digo flamenco digo sus letras- mantienen aspectos en común: los ritmos, los sonidos, los metros. Un eje esencial del 98 (Juan Ramón Jiménez, los Machado) y otro relevante del 27 (Villalón, Adriano del Valle, Rafael de León o Lorca), constituyen una nómina representativa de lo que estamos hablando. Que incluso no sólo guarda una vinculación formal con el flamenco, también de carácter, de temperamento. El poeta y el cantaor se unen en el interés por lo trágico, en el canto a lo perdido; o en la celebración, en el júbilo o en el goce.

Y de esa bilateral relación de fondo y formas viene José Luis Rodríguez Ojeda con Casi todas mis letras para el cante, publicado en la editorial Anantes con prólogo de José María Velázquez-Gaztelu. Prólogo donde bien se limitan los horizontes de este libro, de esta recopilación de años de escritura. Nos dice Velázquez-Gaztelu que la poesía de Rodríguez Ojeda "se sitúa a medio camino entre el pausado resplandor melancólico de Manuel y el canto profundo de Antonio, y, en última instancia, establece una limpia complicidad literaria con Francisco Moreno Galván". Moreno Galván, más desconocido que los Machado, pero autor de interés, fue poeta y pintor, creador de muchas de las letras que interpretó el cantaor José Menese. En estas, denuncia y crítica social, el subdesarrollo de Andalucía, las necesidades de las clases menos desfavorecidas. Con ellas, Moreno Galván conoció la censura. Sin duda, un autor que merece una lectura y una atención, y suya es la imagen que ilustra la cubierta de este volumen.

En Casi todas mis letras para el cante leeremos coplas, seguiriyas, alegrías, fandangos… y dos interesantes piezas: "Retablo flamenco de la vida y pasión de Jesús" y "Cantes flamencos al toro y al toreo". Rafael Montesinos -este año se cumplen cien de su nacimiento- nos enseñó que "así como la letra de las sevillanas no tiene por qué ser trascendental ni octosílaba, la de las soleares no puede andarse por las ramas; tiene que decir algo importante, no divagar". Ese criterio es el que parece seguir Rodríguez Ojeda, con coplas cargadas de emoción y de certezas, directas, sin rodeos: "Me miro y no me conozco, / me pregunto qué será / lo que están viendo mis ojos"; "Hay quien a un árbol se arrima / buscando la buena sombra / y el árbol le cae encima". O estas otras, de cuatro versos: "Hojita de doble filo / era la calle al cruzarnos, / a una acera tus suspiros / y a la otra mis quebrantos"; "Pasitos que son en falso / vuelven al camino hecho, / prefiero lentos los pasos / pero siempre por derecho".

En las alegrías se va el ritmo por los dedos, imaginando música y voz de la Perla o de Chano Lobato: "Un corazón marinero / siempre alguna pena tiene / y lo mismo que las olas / penas van y penas vienen. // Dice la niña soñando: "Yo te coseré las redes / pa cuando tú estés pescando / de mi persona te acuerdes". O con estos fandangos de Huelva: "Cubriendo la serranía / vive orgullosa la nieve, / porque no sabe que un día / vivirá en piedra que muele / o en lágrima de agonía"; "Tú con tus ojos me puedes, / aunque resisto a tus ojos. / Siendo tu nombre Mercedes / yo a merced de tus antojos / soy quien preso está en tus redes".

Chano Lobato en un recital flamenco en Málaga junto a otros grandes artistas como José Menese. Chano Lobato en un recital flamenco en Málaga junto a otros grandes artistas como José Menese.

Chano Lobato en un recital flamenco en Málaga junto a otros grandes artistas como José Menese.

José Luis Rodríguez Ojeda consigue ese difícil equilibrio entre el previsible exceso de acento "popular" y el tono poético. Sus poemas son letras para el cante, pero no dejan de sonar en el papel, en el libro impreso. Aquí se combina la oralidad y la escritura. Dos registros que, unidos, de no hacerse bien, casi siempre nos sonarán impostados. Con demasiado artificio tanto de un lado como del otro. Nada de eso en una de las partes de mayor interés del libro: "Retablo flamenco de la vida y pasión de Jesús". Donde se narra la vida de Cristo a través de las letras del cante: tientos, tonás, peteneras.

Por último, se cierra el volumen con una serie de poemas dedicados al toreo. Donde asoma un soneto logrado, con un arranque que embiste y pega: "El arte es emoción, también destreza; / dominio de la forma y es intento / de hacer parar el tiempo en un momento; / de dar fijeza donde no hay fijeza". Rodríguez Ojeda nos ofrece aquí su poesía, abandonando por un instante el aire de lo popular por el aire de la lorquiana Roma andaluza.

Las letras del cante flamenco, como los buenos poemas -de cualquier lengua y origen-, tienen dos vidas: la vida de cuando se leen y la vida de cuando se callan. O nos callan. Tanto valen en la palabra como en su silencio. Tanto valen en el sonido, en la exacta afinación, como en el instante en que dejan la emoción entre el público. Así son estas letras y estos poemas de José Luis Rodríguez Ojeda. Tienen esos dos momentos. Uno donde surge y crece la gracia, la suave ironía, la emoción, las certezas. Otro donde esa gracia, esa suave ironía, esa emoción… muchas veces nos deja en un silencio. En ambos momentos conmueven. Poesía y letras flamencas: dos lenguas de un mismo idioma.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios