Cultura

Robespierre y el hielo

  • Fred Vargas regresa con otra de sus singulares novelas criminales, esta vez con el simpar comisario Adamsberg ante un enigma de raíces históricas.

TIEMPOS DE HIELO. Fred Vargas. Trad. Anne-Hélène Suárez Girard. Siruela. Madrid, 2015. 344 páginas. 19,95 euros.

El lector habitual de Fred Vargas ya sabe cuáles son las singularidades del comisario Adamsberg. Lejos de acorazarse tras una firme inductividad, Adamsberg vive inmerso en una suerte de estupor, del que emerge alumbrado por la clarificación del caso. Tal y como nos lo presenta Vargas, se trata de una revelación; pero una revelación de la que conocemos su largo proceso digestivo. Una vez acabado dicho proceso, los datos se ordenarán en la cabeza de Adamsberg, como se ilumina un retablo sumido en la tiniebla. En Tiempos de hielo, "Temps glaciaires" en el original, nos hallamos ante ese mismo razonamiento ciego y ambulatorio del comisario Adamsberg. Un raciocinio, no lo olvidemos, cuyo efecto más inmediato es el de desviar nuestra atención desde el sencillo relato de los hechos hacia la tortuosa hechicería del comisario.

Digamos que, en este sentido, Vargas es más honesta que sus viejos predecesores en el género. Tanto Conan Doyle como Agatha Cristhie ocultaban a voluntad datos cruciales para la resolución del crimen; lo cual, si bien se mira, permitía a sus detectives mostrarse ante el lector como campeones de la lógica, cuyo proceder era cercano a la prestidigitación, al ilusionismo, al número de magia. En Vargas (y en la novela negra en general), esto ya no se da y ni siquiera es relevante. En Tiempos de hielo no hay ocultación de datos. Hay, eso sí, una particular disposición de los hechos, destinada a que el lector no adivine la verdadera urdimbre de la novela. Y en esto, la gestualidad, el comportamiento, el carácter intuitivo y errático del comisario Adamsberg, son un factor determinante. A pesar de ello, es probable que, mediado el libro, el lector atento pueda sospechar cuál es el misterio que yace al fondo de estas páginas. No así con el asesino, que permanece opaco a nuestra mirada hasta el final del relato.=0=00r

La historia, en cualquier caso, es relativamente simple. El suicidio de varias personas, luego revelados como asesinatos, parecen remitir a un suceso ocurrido en Islandia diez años atrás, donde dos excursionistas desaparecieron sin dejar rastro. Las víctimas, sin embargo, pertenecían a una sociedad destinada a preservar la memoria de Robespierre, y a representar las jornadas asamblearias que le llevaron, finalmente, al cadalso. Cómo se relacionan o no estos hechos es algo que deberá descubrir el lector por sí mismo. Aun así, es necesario subrayar otra particularidad que distingue la obra de Fred Vargas. Dicha particularidad es la Historia: la Historia conceptuada como material, como señuelo, como causa última de los sucesos que se narran en sus novelas. Una Historia, por otra parte, fiel a la verdad, sobre la que se desplazan, sin envilecerla, los personajes. Con esto quiere señalarse, en primer término, la formación historiográfica de la autora, que prefigura de modo obvio sus novelas; pero también, y no en menor medida, quiere indicarse que las investigaciones de Adamsberg -que la investigación en Vargas- son una subespecie de la arqueología.

En Tiempos de hielo, pues, se escenifica, junto al procedimiento habitual de la policía, una cata arqueológica. Una cata en la que, desechando las primeras capas de lo real, se alcanza a vislumbrar el origen del crimen. De algún modo, todos los autores de novela negra han frecuentado este esquema, en el que, bajo la superficie de la actualidad, late un ayer acechante y culposo. En Vargas, sin embargo, su predominio es absoluto. La razón que aventuramos para tal predilección es la naturaleza misma del comisario Adamsberg. Recordemos que Adamsberg resuelve intuitivamente, irracionalmente, homicidios donde la irracionalidad adquieren una singular relevancia. Y la Historia posee zonas de oscuridad donde los hechos y la leyenda, el escalofrío y el dato, se dan la mano. Con ese material tan permeable y dúctil (el miedo, la suspicacia, la locura, junto con la verdad deformada de las leyendas), trabaja la imaginación de Fred Vargas. En este caso, como ya hemos dicho, con la ominosa fascinación que suscitó El Incorruptible, incluso entre sus propias víctimas. También con el miedo cerval del hombre a morir -solo entre los hombres solos- en las nieves eternas. De algún modo, el comisario Adamsberg es un místico de paisano, que debe atravesar su noche oscura del alma.

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