Universidad para asesinos | Crítica

Macbeth en Grecia

  • En 'Universidad para asesinos' Márkaris visita los episodios más recientes de la política griega y su estrecha vinculación con los claustros universitarios

Imagen del escritor griego, nacido en Estambul, Petros Márkaris

Imagen del escritor griego, nacido en Estambul, Petros Márkaris

Lo hemos dicho, en estas mismas páginas, en alguna otra ocasión: el detective europeo -no anglosajón-, es generalmente de naturaleza estatal, vale decir, policíaca. Existe la excepción, que no será la única, del memorable Carvalho; pero Carvalho, si el lector tiene la amabilidad de recordar conmigo, era un agente de la CIA un tanto decepcionado con la marcha del mundo. Y sus talentos son, en buena medida, herencia de su pasado como funcionario en la sombra.

Tal es el caso también de Kostas Jaritos. El comisario Jaritos es una expresión honesta, berroqueña, infalible, de ese Estado que persigue el crimen a pesar de que el Estado mismo, como es el tema de esta novela, se halle en una frágil tesitura. Una tesitura, hija de la crisis, y cuyos efectos se transparecen en todos los órdenes sociales, incluido el orden clausurado de las Universidades.

No es éste el único punto común de Jaritos y Carvalho. Como el lector de Márkaris no ignora, las novelas de Jaritos son, de algún modo, un modesto y puntual recetario de la cocina griega. También el comisario Montalbano de Camilleri tiene algo de maître ceremonioso e informal de la cocina italiana (sin olvidarnos del Brunetti de Donna Leon, cuya Venecia doméstica, con olor a cocinas, quizá deje de existir en breve).

Quiere decirse, pues, que el gastrónomo Carvalho ha dejado tras de sí una excelente escuela, no sólo de probos y eficaces funcionarios, sino una pintoresca tropa de gourmands, cuyo oficio es descubrir, junto a la verdad (aquella verdad adusta, vertiginosa y esquiva de Sherlock Holmes, a quien no se le conocen veleidades gastronómicas), una sólida muestra del esplendor y la belleza.

¿Pueden vincularse algunos personajes de esta novela con las recientes estrellas de la política griega, Varoufakis, Venizelos, etcétera, salidos de las aulas universitarias?

No es ésta, en cualquier caso, la mejor novela de Márkaris. Acaso prime en ella la necesidad de denunciar los estragos de la crisis; acaso prime en Márkaris la voluntad de ser ejemplar, la idea de ser simbólico, al situar sus crímenes en una Universidad lastrada por la falta de recursos y la ambición política de los docentes. Aun así, Márkaris cumple con solvencia su cometido: a la crónica familiar, a la imagen caótica de Atenas, se añade la gente del común, que sortea con arrojo el infortunio.

Y también esa lógica vulgar que, en el fondo, rodea y estructura el crimen. ¿Pueden vincularse algunos personajes de esta novela con las recientes estrellas de la política griega, Varoufakis, Venizelos, etcétera, salidos de las aulas universitarias, como las víctimas de esta Universidad para asesinos? Creo que este paralelo, incluso físico, ofrece pocas dudas. Sin embargo, dicho paralelismo no se usa en Márkaris para añorar tiempos pretéritos, al modo de Villon ("de las princesas de antaño, qué se hicieron"), sino para explicar y, en cierto modo, honrar a quienes hoy sirven en las aulas griegas.

Sea como fuere, Universidad para asesinos no es un fresco naturalista, sino una novela negra. Y como tal, funciona irregularmente. A los lectores aficionados quizá no les resulte difícil sospechar, antes de tiempo, la identidad del criminal. Y ello, como he dicho más arriba, por una cuestión simbólica. Si he titulado estas líneas como Macbeth en Grecia es porque, en cierto sentido, Universidad para asesinos es una modulación, una extensión, una modesta variante shakespeariana.

Quienes conozcan el inicio de esta obra no dejarán de encontrar cierta semenjanza entre un drama y otro. No sólo en cuanto a la ambición de los personajes, sino al modo en que el fatum los persigue. De ahí que uno no deje de pensar en algunas concomitancias, en determinados ecos, que pudieran anticipar mucho más de lo deseado.

Porque lo interesante del género negro no es la resolución del un crimen, acompañado, inevitablemente, de evidencias vulgares y violentas. Lo interesante, como sabe cualquier aficionado al género, es esa suspensión de la realidad, la irrealidad vibrante y obsesiva que le precede. El día en que sepamos quién fue Jack el Destripador, el mundo dejará de interesarse, como hoy lo hace, por ese oscuro trozo de modernidad que es el Londres victoriano.

A Márkaris se le debe una Atenas viva y ruidosa, obturada por la circulación y gravada por el crimen. Se le debe una importante ficción, cual es la Atenas moderna. A esto debe añadírsele una ficción mayor, hija privilegiada del espíritu: en Márkaris los comensales hablan, la comida habla, el vino habla, y nos reclaman a la mesa de los hombres.

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