LAS ÓRDENES | CRÍTICA

Oda a la rebeldía

  • Pilar Adón se confirma como una de las mejores voces líricas en un poemario publicado por La Bella Varsovia donde cuestiona los roles sociales y familiares 

La escritora y editora Pilar Adón (Madrid, 1971).

La escritora y editora Pilar Adón (Madrid, 1971). / Juan Carlos Muñoz

Narradora, poeta, traductora y editora del prestigioso sello Impedimenta, la madrileña Pilar Adón lleva años tejiendo con celo una obra lírica de la que asombra, en primera instancia, su fidelidad a un mundo propio, agreste y cainita, habitado por paisajes rurales, cepos de cazadores y secretos familiares. Un mundo visceral donde se impone con su seca violencia una naturaleza abrumadora y fuerte contra la que hay que luchar.

Este año ha sido prolífico en su carrera: a la fascinante entrega de cuentos que componen La vida sumergida (Galaxia Gutenberg) siguió este poemario, el tercero que publica en La Bella Varsovia, el sello que dirige la también poeta Elena Medel y que conforma uno de los mejores catálogos de la lírica en español.

En Las órdenes, estructurado en tres partes, la autora firma un libro sutil y contestatario donde, a la manera de Sylvia Plath en Tres mujeres, se le da la vuelta a la maternidad pero también a la vejez y, sobre todo, a las dependencias físicas y emocionales. Restallan aquí aquellos hallazgos e intuiciones que germinaron en Con nubes y animales y fantasmas, de 2005, o en Mente animal. La primera parte del volumen aborda la dependencia materno-filial, la segunda habla de las dependencias físicas y la tercera, de la dependencia de la literatura, de la lectura sobre todo. "Necesito viajar con tres libros aunque no lea ninguno, es una dependencia", afirmaba en abril a este medio.

Portada del poemario. Portada del poemario.

Portada del poemario.

A menudo la Adón poeta se ha camuflado en la espesura de su lenguaje preciso para ocultarse a sí misma, una opción que favorecían la densidad de atmósferas que atrapaba a sus criaturas y su vasta erudición. En Las órdenes se enfrenta, en cambio, a su poemario más autobiográfico y descarnado, una reelaboración de sus temas predilectos atravesada por la experiencia familiar y biográfica de una mujer sin hijos que defiende con uñas y dientes sus querencias y su independencia moral y doméstica. El resultado es un discurso que, con su tono a media voz, provoca zozobra, espolea la conciencia y ofrece un aliento genuino a las reflexiones feministas en boga.

De las tres estaciones en las que se divide la obra destaca la que agrupa los poemas más íntimos, aquellos que probablemente la autora pensaba que no leería nunca en voz alta. Son versos atentos, principalmente, a un padre que ha sufrido una enfermedad de origen vascular y comienza a tener problemas para leer."A mi padre se le contamina el lenguaje./ Nombre cinco animales le piden/ y él responde pato, gato. Pato. Manzana".

La mirada propia de Pilar Adón, que se ha nutrido durante años de su gusto por la literatura romántica y gótica, las novelas de Emily Brönte y la poesía centroeuropea, suele abismar al lector en espacios donde no hay certezas sino amenazas, donde la naturaleza simboliza oscuridad, dominio y opresión. Sus argumentos cambian ahora de escenario pero la excusa narrativa es la misma: el deseo de estar en otra parte, la dependencia. Miedos y venenos que nos trasladan aquí del campo a la ciudad en la que una mujer que ha cumplido los cuarenta años espera la llamada matutina de la madre que sigue viviendo en el pueblo y necesita controlar sus ritmos vitales y preocuparse por el estado de sus finanzas y de su despensa.

"Sólo quien tiene el amor lo cree prescindible", escribe Pilar Adón. Y de amor tratan, en última instancia, la mayoría de los poemas de este libro lúcido, cruel y a ratos esperanzador donde la madrileña nos asoma a un afecto que no es como el que nos contaron. "No queremos ser madres./ La ausencia de un heredero/ que deje borrones./ Seguir siempre hijas./ Que nos abracen como nos abrazaron./ Y nos peinen (...)/ En una habitación de una sola cama".

Estrofa tras estrofa la autora se enfrenta con rebeldía a las expectativas y a la tradición, a ese manual de instrucciones que, de modo invisible pero punzante, dictaba desde la partida de bautismo la condición cuidadora de la hija, de la futura madre. Las órdenes nos golpea el corazón al plantear cómo el amor familiar que da la vida y debería traer felicidad puede convertirnos en infelices por los apegos excesivos: "Ella querrá oír que su amor es eterno/ y él le dirá que su amor es de ahora".

Correctora y traductora de diversas editoriales, ámbito en el que se estrenó con una obra del estadounidense Henry James, Pilar Adón es también corresponsable de la recuperación al castellano de la gran autora inglesa Penelope Fitzgerald y de que su novela La librería -adaptada al cine por Isabel Coixet- se haya convertido en una de las apuestas más gratificantes del sello Impedimenta. Ese bagaje literario, ese afán por leer a destajo y sin interrupciones, descuella en la tercera parte del poemario. Allí levanta su particular altar a sus musas, incluidas Alice Oswald, Ingeborg Bachmann, Jane Kenyon o Katherine Mansfield. A unas las cita expresamente, y de otras, como la argentina Alejandra Pizarnik, oímos ecos en sus propios versos.

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