Cultura

Mozart, un genio romántico

  • Acantilado publica una recopilación póstuma de entrevistas y artículos en los que el aclamado director Nikolaus Harnoncourt reflexiona sobre la obra del compositor y la actualidad de la música.

DIÁLOGOS SOBRE MOZART. REFLEXIONES SOBRE LA ACTUALIDAD DE LA MÚSICA. Nikolaus Harnoncourt. Ed. Johanna Fürstauer. Trad. Jorge Seca. Acantilado, Barcelona, 2016. 359 páginas. 22 euros.

Quien conozca sólo superficialmente la figura de Nikolaus Harnoncourt (Berlín, 1929 - St. Georgen im Attergau, Austria, 2016), quien haya leído sólo la habitual noticia acerca de su papel en la forja del llamado historicismo musical, puede verse muy sorprendido cuando en la primera sección de esta obra vea al director alemán rechazar de forma radical los conceptos de autenticidad y originalidad aplicados a cualquier recreación de la música del pasado. En artículos y entrevistas publicados originalmente entre 1990 y 2002, Harnoncourt defiende el carácter polisémico de la obra de arte, que admite por tanto visiones diferentes en las que la letra de lo escrito y el manejo de las fuentes es importante, pero insuficiente sin la intuición y el conocimiento técnico preciso. Desde este punto de vista, la diferencia de concepto entre generaciones es normal, ya que también la interpretación musical responde a las modas, y, siempre que no se renuncie ni al espíritu crítico ni a la sinceridad, las contradicciones son no sólo razonables sino positivas. De ahí también su rechazo de la perfección sonora desprovista de alma, fría, tanto como de la progresiva homogeneidad de sonido que empieza a caracterizar a todas las orquestas del mundo.

Es el Harnoncourt del discurso sonoro que conocen bien los que han seguido no sólo su trayectoria como músico sino también como ensayista. Un Harnoncourt que adora a Monteverdi, Bach, Mozart, Mendelssohn, Brahms, Bruckner o Verdi y no halla la menor pizca de talento en Lully, Gluck, Berlioz o Schoenberg. También aparece aquí el Harnoncourt irracionalista, pesimista respecto al futuro de la música clásica, por la, según él, lamentable racionalización de la sensibilidad artística de las nuevas generaciones de europeos educados en el hedonismo y el pensamiento lógico, lo cual supone, desde su singular perspectiva, una catástrofe cultural y aun social que se reflejaría en el culto a una tecnología que el director entiende de una forma no lejana a la de cierto ludismo contemporáneo ("el ordenador no es mejor herramienta que la piedra del simio") y que engarza con la idea que tantos otros han desarrollado sobre la importancia de mantener el arte al margen del espíritu práctico y utilitario que supuestamente domina Occidente (como si ambas cosas fueran incompatibles), en la línea de lo que Nuccio Ordine dejó escrito en La utilidad de lo inútil, publicado también en español por esta editorial.

En cualquier caso, el grueso de este volumen, que vio la luz en Austria en 2005 y Acantilado, que publicó ya hace diez años La música como discurso sonoro, se ha aprestado a traducir aprovechando la muerte del maestro centroeuropeo el pasado marzo, está dedicado a Mozart. Se trata de otra recopilación de artículos y entrevistas que fueron publicados originalmente entre 1980 y 2005 y se dividen en dos grupos, el primero más genérico y el segundo orientado al análisis de la producción operística del compositor.

Muchas de las ideas que Harnoncourt expone aquí apuntalan las anteriores, como la evolución en el entendimiento de las grandes obras del pasado y el papel que en ello juega siempre la moda, la polémica sobre el purismo o la constatación de que la perfección sonora que se apoya solamente en lo bonito, pulido e inocuo es por completo insatisfactoria. Para Harnoncourt Mozart es en realidad el mayor compositor romántico que haya existido nunca, un genio perturbador y enigmático que, aún adolescente, tenía ya una comprensión sobre su arte y sobre la vida por completo incomparable. Más allá de su visión personal sobre detalles de interpretación (interesantísimos en todos los casos tanto para los buenos aficionados como para los profesionales), de sus relaciones con los directores de escena o con Karajan (a cuyas órdenes estuvo en su etapa de violonchelista en la Sinfónica de Viena), el maestro berlinés desarrolla algunas ideas que iluminan todo su recorrido práctico por el repertorio mozartiano.

Entre esas ideas se cuentan la consideración del carácter profundamente dramático (por teatral) de toda la música del salzburgués, incluida la instrumental. Pero aún más interesantes resultan sus consideraciones sobre la arquitectura de la música lírica de Mozart, que se asentaría en la estructura tonal (según Harnoncourt, indetectable hoy para el público) y en la dramaturgia del tempo. Es en la relación de estos conceptos con los libretos de las óperas, la segunda y hasta tercera lectura que la música les proporciona (en ocasiones para cuestionar lo que dice el texto), con la retórica y el papel menor que a su modo de ver juega la ornamentación, en donde Harnoncourt halla sus mejores armas para desvelar la profundidad con la que Mozart trata las pasiones humanas, identificándose con sus personajes hasta terminar alejándolos de cualquier rastro de maniqueísmo. Ello es ya bien apreciable en Idomeneo (1781), obra que presenta todos los elementos con los que el compositor construirá el resto de sus óperas, de El rapto en el serrallo y la trilogía dapontiana a sus dos últimos títulos, La flauta mágica, un cuento de hadas en clave de "historia familiar", y La clemencia de Tito, que trata en realidad "de los extravíos del amor y del sexo". Combinando el rastreo de estas grandes líneas estructurales con el detalle de los números concretos, Harnoncourt ofrece al aficionado una guía repleta de ideas originales, sugerentes e inspiradoras para acercarse con más provecho intelectual y sensual al magistral e irrepetible repertorio operístico de Mozart.

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