Claros del bosque

Mercedes Formica: el lugar del silencio

  • Entre los franquistas despertó recelos por sus reivindicaciones en favor de la mujer, y por sus aplausos a la dictadura no encajó en el discurso feminista.

Al afiliarse a Falange Española, Mercedes Formica decantó varias de las historias que compusieron su historia: la de su papel durante la dictadura, en la que vivió el éxito como abogada y escritora, y la de su inexistencia en la democracia, donde lamentó el "silencio" de aquellas que -en su opinión- debieran haberla aplaudido. Sin esa filiación política quizá la escritura -con una ambición formal que superaba la de la literatura de consumo, y un interesante y valiente dibujo de personajes- de Mercedes Formica hubiera continuado subrayada tras la muerte de Franco, o no, y quizá también sin esa militancia recordáramos sus esfuerzos por mejorar la situación de las mujeres durante la posguerra, o tampoco.

Los Formica-Corsi Hezode -una familia burguesa y católica- se instalan en Cádiz por el trabajo del padre; en la educación de Formica interpretará un papel fundamental la madre, Amalia, que no imagina a sus hijas como madres y esposas, y sueña con un futuro para ellas alejado de su propio presente. Con dieciocho años -acaba de proclamarse la Segunda República-, Mercedes Formica se traslada a Sevilla para estudiar Derecho. En 1932 inicia también la carrera de Filosofía y Letras, en la que se doctorará, y un año más tarde se desplaza a Madrid para continuar sus estudios. Allí escucha un discurso de José Antonio Primo de Rivera, y toma la decisión que marcó su vida y su memoria.

Mercedes Formica ocupa una posición privilegiada al finalizar la Guerra Civil. Durante la contienda ha ocupado cargos en el partido -delegada del SEU femenino y miembro de la dirección de Falange-, y después de ella su marido -Eduardo Llosent y Marañón, fundador de la revista Mediodía- dirigirá el Museo Nacional de Arte Moderno. Pero algo, un único elemento, falla: el ideal de la mujer franquista choca con el ideal de la mujer en el que Formica cree. Su primera intención es la de opositar al cuerpo diplomático, pero quien concurra a las pruebas debe "ser varón", el mismo requisito de muchas otras plazas que la Administración convoca. Formica decidirá colegiarse como abogada para abrir su propio despacho, en el que atiende a mujeres maltratadas, a mujeres que han decidido separarse -como su propia madre- o a mujeres cuyas aspiraciones admite el sentido común y rechaza el Código Civil.

Para entonces Mercedes Formica ya ha debutado en la literatura. Al margen de algunos intentos en la novela romántica -el género imperativo para las narradoras de los 40-, bajo el seudónimo de Elena Puerto, Formica publica en 1945 la primera novela que reconoce -y firma- como tal: Bodoque. Las circunstancias de la protagonista de Bodoque, que se separa de su marido, desvelan una reescritura del testimonio de su madre; el estudioso Miguel Soler Gallo, de hecho, la calificó de "autobiografía novelada". Este primer libro servirá como hoja de ruta para las obras posteriores de Formica, señalando lo que le obsesiona: en el género de la historia -centrándose en las biografías de mujeres ejemplares- o en el de la ficción, Formica se moverá con cierto afán didáctico. En sus historias abundan las mujeres que se enfrentan a la ley por su deseo de libertad: ocurre en A instancia de parte (1955), que ganó el Premio Cid y que recuperó Castalia en su Biblioteca de Escritoras, y donde Formica ahonda -con brillantez formal- en la infidelidad. Y destacó cuando habló sobre sí misma, como en sus volúmenes de memorias -dos de ellos, Visto y vivido y Escucho el silencio, los reeditó Renacimiento hace un par de años-, a los que merece la pena regresar por su valor testimonial, pero también por el literario: Formica cuenta su historia, y cuenta la historia según ella, y se convierte en personaje.

¿Qué lugar ocupó Mercedes Formica? Por ideología y por situación, lejos de unas; por ambición y por esperanza, lejos de otros. Pilar Primo de Rivera le encarga en 1951 una ponencia sobre La mujer en las profesiones liberales, que Formica debería exponer ante entre mujeres de América, España y Filipinas; la escritora reivindica la incorporación plena y libre de la mujer al mundo laboral, y la Sección Femenina anula su conferencia por "feminista". La ruptura se intensificará dos años más tarde, cuando los diarios de la época se hagan eco de un caso de violencia de género: Antonia Pernia agoniza tras recibir doce cuchilladas de su marido. La mujer ha intentado separarse en varias ocasiones, siempre con la negativa de su abogado: perdería a sus hijos, perdería su casa y lo poco que le pertenece, así que debe aguantar. Mercedes Formica responde con un artículo durísimo, El domicilio conyugal, que la censura retiene y que acaba publicándose en ABC. "La muerte de la desgraciada mujer la provocó la convivencia", indica Formica. "Nuestro Código Civil, tan injusto con la mujer en la mayoría de sus instituciones, no podía hacer una excepción con la esposa, y la casada que se ve en el trance de pedir la separación" lo pierde todo, continuaba explicando.

A raíz de este hecho, Mercedes Formica promueve una reforma del Código Civil: escribe ensayos y pronuncia conferencias, se sirve de su vinculación a Falange para reunirse con Franco y logra que el presidente del Tribunal Supremo aluda a su proyecto en la apertura del año judicial. Recibe numerosos apoyos a nivel internacional y escasos en España, pero lo consigue: la reforma del Código Civil en 1958 abarca más de 60 artículos, sustituyendo el término "casa del marido" por "hogar conyugal" o eliminando el depósito de la mujer, que autorizaba al esposo a devolver a la mujer a casa de sus padres o ingresarla en un convento. Faltaba aún por recorrer mucho camino, pero Mercedes Formica había avanzado algunos pasos.

Mientras muchas de sus coetáneas se exiliaban lejos de su país o callaban entre sus fronteras, Mercedes Formica contó con espacios en los que difundir su opinión y posó para Inge Morath -enviada por la Agencia Magnum-, que preparaba un reportaje sobre mujeres relevantes en diversos países. Formica se mostró en contra de la guerra y condenó el asesinato de Lorca, se vio "desbordada" -según Inmaculada de la Fuente- por la "intransigencia franquista", y en cambio otro de sus volúmenes de memorias -Espejo roto y espejuelos (1998)- incluye elogios al dictador, sobre quien opinó que "hay que admitir que a su muerte (...) había cumplido con creces su promesa".

Contra el lugar de Mercedes Formica jugaron sus decisiones, sus contradicciones y sus ojos cerrados. Despertó recelos entre los franquistas por sus reivindicaciones en favor de la mujer, y por sus aplausos a la dictadura no encajó -ni ha encajado- en el discurso feminista. Rosa Regàs escribió un hermoso artículo sobre este desequilibrio, reconociendo que la perspectiva del tiempo minimizaba el logro de Formica y -a la vez- subrayaba el arrojo de una mujer que se opuso, "aunque sólo fuera formalmente, a la ideología del régimen que ella misma defendió". Mercedes Formica -que murió en Málaga en 2002, enferma de Alzhéimer- optó por callar, y conoció el silencio.

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