Un hombre bajo el agua | Crítica

En busca de la memoria sumergida

  • El almeriense Juan Manuel Gil realiza en 'Un hombre bajo el agua' un viaje de ida y vuelta a la infancia que será desencadenado por un suceso inesperado

El escritor Juan Manuel Gil (Almería, 1979).

El escritor Juan Manuel Gil (Almería, 1979). / D. S.

Con su primer libro, Guía inútil de un naufragio, Juan Manuel Gil ganó el Premio Andalucía Joven de Poesía en el año 2003. En el poema que abre esa obra, titulado Día primero, se puede leer: "Imaginemos que esto es realidad, / que cada palabra que aquí escribo / alinea cuerpos, sábanas y agua / sin incurrir en falsas esperanzas". Dieciséis años y varios libros publicados de muy diferentes estilos y géneros después, esos versos pueden entenderse como premonitorios a la hora de acercarse a este nuevo libro del autor almeriense.

Si la obra de Gil se caracteriza por algún elemento que pudiéramos entender como común, éste sería el de la búsqueda constante. Una búsqueda en aras de la evolución y la innovación narrativas; una búsqueda de nuevas herramientas, no necesariamente literarias, así como de diferentes modos y tiempos de contar una historia.

Buscó la geografía como un elemento de permanente movimiento, en la citada Guía inútil de un naufragio; buscó atajos y pasadizos entre géneros en la híbrida Inopia; buscó el encuentro de los tiempos y de las voces en Mi padre y yo, un delicioso western, y buscó un nuevo espacio narrativo en la turbadora Las islas vertebradas, que puede considerarse, hasta el momento, la obra de Gil que se rige por los patrones más tradicionales. Ese deseo de encontrar y encontrarse, de recorrer nuevos territorios, sigue muy presente en Un hombre bajo el agua.

En esta última novela, el autor busca descubrir en la memoria prestada de los otros la recuperación de la memoria real, de lo que verdaderamente sucedió durante su adolescencia. El protagonista, de nombre Juan Manuel, encuentra en una balsa de riego agrícola el cadáver de Eduardo, un hecho que se convierte en un hecho muy relevante de su vida. De hecho, puede entenderse como una puerta que se abre hacia el mañana, dejando atrás definitivamente la infancia.

La balsa, como tal, también cuenta con un fuerte componente simbólico. A diferencia de lo que sucedía en Las islas vertebradas, donde el agua representaba el infinito, la búsqueda, en esta nueva novela es un elemento hostil, turbio, turbador, que amplifica la sensación de desasosiego, irrealidad y oscuridad que transmite la historia.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

En Un hombre bajo el agua nada es verdad, nada es mentira y todo pudo haber pasado, o esa es la sensación que nos transmite la reconstrucción de un complicado puzle compuesto por miles de piezas con la forma y el peso de los recuerdos. En este sentido, la memoria, tanto la propia como la de los demás, es el material de reciclaje al que acude el escritor para hilvanar un relato marcado por la incertidumbre, el desarraigo y las dobles y triples lecturas e interpretaciones.

Es muy interesante el permanente diálogo al que somete la infancia con la edad adulta. Vierte Juan Manuel Gil a lo largo de todo el texto una revisión o examen de la infancia desde la perspectiva de la vida adulta nada complaciente, nada estándar, muy lejos de esas recreaciones tan manidas en las que nos muestran infancias felicísimas, universos de alegría y amor que ya no volveremos a disfrutar a lo largo de nuestras vidas.

En la descripción del paisaje social y geográfico de la adolescencia del protagonista podemos encontrar las cenizas o los rescoldos de esa España de no hace tanto que tan bien retrató Juan Goytisolo en Campos de Níjar, geográficamente tan cercana a Un hombre bajo el agua. Esa sociedad callejera, humilde y festiva, de niños que juegan en las calles, mujeres que toman el fresco en las puertas de sus casas y vecindarios como colmenas humanas, repletas de inclasificables relaciones, más intensas e íntimas que las familiares en muchos casos. Sin una premeditación ostentosa, sin el pretexto del adorno, el autor rescata esa sociedad a través de la mirada vertida por todos aquellos que le ayudan a trazar la línea argumental de sus recuerdos.

Demuestra el almeriense que la denominada autoficción, género en auge si contemplamos los recientes éxitos de Ordesa de Manuel Vilas o El dolor de los demás de Miguel Ángel Hernández, se sustenta en la memoria y en los recuerdos, a pesar de que en demasiadas ocasiones no coinciden con lo realmente vivido/sucedido. De hecho, Gil se plantea si no hacemos otra cosa que ensamblar una memoria con la que sentirnos relativamente cómodos, a salvo, o al menos no maltratados.

Si acudimos nuevamente a los anteriores libros de Gil, en uno de los textos de Hipstamatic 100, una compilación de textos breves, la mayoría de ellos aparecidos en prensa, podemos leer: "Creo que la curiosidad nunca comparte cama con el óxido, la rutina, el reuma, el conformismo o el cliché. No son de la misma especie. Se repelen. Quizá ni siquiera se conozcan entre ellos. La curiosidad es hospitalaria y, a la vez, nos hace nómadas, inquietos". Esta reflexión se mantiene vigente Un hombre bajo el agua. Una nueva marca, profunda y visible, en el personal y ambicioso atlas literario que está trazando el autor. Buen viaje.

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