Cultura

Informe sobre ciegas en la Costa Azul

  • 'Jules', del autor francés Didier van Cauwelaert, es una novela tierna, divertida y solidaria donde triunfa el amor entre los malentendidos.

JULES. Didier van Cauwelaert. Trad. Alicia Martorell Linares. Alianza. Madrid, 2016. 236 páginas. 22,60 euros.

La novela es muy culta, pero no se asusten: Montaigne es una avenida de París y Flaubert un pintoresco hotel de la Costa Azul. Aquí no hay ninguna madame Bovary. He de reconocer que hubo dos palabras que me lanzaron de cabeza a la lectura de Jules: Alianza y Goncourt. La editorial que publica esta joya solidaria, divertida, trepidante, y el premio que su autor obtuvo hace más de veinte años con su novela Un billete de ida. Eso es entrar a ciegas en un libro, porque hay pestiños editados por firmas de campanillas y firmados por gente con el Nobel.

Aunque no viene en la solapa, el autor de Jules, Didier van Cauwelaert, nació en Niza, la ciudad sacudida por el brutal atentado del pasado 14 de julio, el mismo día que Chris Froome, que se proclamaría ganador del Tour de Francia, entró en la meta corriendo con la bici a cuestas. Ordenando libros en mi estantería, descubrí que Garcilaso de la Vega murió en Niza en 1536. Pasó casi medio milenio, pero en vano: si Garcilaso viviera, yo sería su escudero, qué buen caballero era, escribió Alberti. Y Gil de Biedma decía que un poeta y soldado de nuestros días sería un poeta que además jugara en el Barça y le marcara goles al Madrid.

Pero Garcilaso no es ni una avenida ni un hotel en esta novela en la que el perro es mucho más que un reclamo de la portada. ¿Qué hace un perro guía cuando su dueña recupera la visión? Desubicado, deprimido, sin empleo, reciclado con un dueño déspota, el perro urde una estratagema para recuperar a su dueña. No se trata de contar nada más de la historia, pero sí de reivindicar la forma de contarla. La mejor manera de combatir los prejuicios es incorporarlos al universo del humor. No hay pancarta más efectiva y el autor lo hace con el protagonista, Zibal, cubo de basura en el idioma sirio de sus ancestros, y con Alice, la hermosa invidente que mantiene una relación amorosa con una mecenas que la dobla en edad. Caldos de cultivo para la xenofobia y la homofobia en unas manos menos sutiles, menos piadosas con las debilidades del ser humano que las que le llevan a Van Cauwelaert a contar una historia con un final feliz. Y eso sí que es políticamente incorrecto en un mundo como el literario donde se cotizan tan alto la angustia y la autodestrucción.

Decía Hitchcock que lo más difícil era rodar con niños y con animales. El autor de Jules sale muy airoso de ese compromiso. No humaniza al perro con esa pretensión estúpida del universo de Disney que ha convertido a todos los niños en antitaurinos; tampoco se emperra en hacer baratijas de fabulista barato que le permitan al sirio y a la ciega hablar la jerga de los perros. El perro no es humano, pero no es tonto. Por un silogismo en bárbara, a muchos de nuestros congéneres no les hace falta ser perros para ser tontos de campeonato.

La actriz Mayrata O'Wisiedo escribió un libro maravilloso, Chico no sabe que es perro, donde cuenta las vivencias con un chucho que formaba parte de su vida, y con el que compartió la pesadilla del 23-F. En Jules uno vuelve a encontrar ese olfato de quien era la vista de su dueña. El humor francés del libro me remite a las películas de Jacques Tati, que en esas playas de la Costa Azul tienen el perfume de las vacaciones de Monsieur Hulot y también el aire deseado y deseante de las muchachas en flor del mundo de Proust.

Zibal es un ingeniero que terminó vendiendo chucherías en la estación de Orly. Alice trabaja de periodista en una emisora de radio. Sus vidas se juntan, se pierden y de la mano del perro, lazarillo sin picaresca, escriben su particular Informe sobre ciegos, pero con una sonrisa en los labios en lugar de con el corazón encogido de los lectores de Sabato.

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